Pintarse a s¨ª mismo
En 1632, se public¨® en Madrid, a instancias de "una persona ilustr¨ªsima en sangre, dignidad y muy deseoso de la salvaci¨®n de las almas (clar¨ªsimo lusitano)" -todo lo cual nos induce a identificar el an¨®nimo como don Francisco de Braganza- un libro titulado Copia de los pareceres y censuras de los reverend¨ªsimos padres maestros y se?ores catedr¨¢ticos de las insignes universidades de Salamanca y Alcal¨¢... sobre el abuso de las figuras y pinturas lascivas y deshonestas...
Este t¨ªtulo, que es una parrafada, nos sirve para comprender por qu¨¦ no ha habido casi desnudos en la pintura espa?ola antes de la ¨¦poca contempor¨¢nea y, asimismo, por qu¨¦ don Diego de Silva Vel¨¢zquez pint¨® el suyo, bien con motivo de su segundo viaje a Italia, y, por tanto, lejos de cualquier mirada censora, bien un poco antes para el gabinete secreto de don Gaspar M¨¦ndez de Haro y Guzm¨¢n, s¨¦ptimo marqu¨¦s del Carpio y de Eliche, famoso por su libertinaje.
En cualquier caso, el panfleto moralista antes citado nos avisa sobre c¨®mo la Contrarreforma cambi¨® el concepto cl¨¢sico de desnudo, que era s¨ªmbolo de la verdad, por nuestro concepto er¨®tico concupiscente, por el cual s¨®lo nos atrae sexualmente lo prohibido. As¨ª las cosas, y en cualquier edad y circunstancia, cuando un pintor pinta un desnudo se pinta a s¨ª mismo desnudo, porque pinta sus deseos que es, poco m¨¢s o menos, su ser ¨ªntimo.
Todo lo anterior viene dictado para intentar explicar c¨®mo el morigerado Vel¨¢zquez pinta, entre 1646 y 1649, o sea: cuando contaba entre 47 y 50 a?os, edad muy peligrosa, el hoy famos¨ªsimo cuadro de La Venus del espejo, que es, al margen de cualquier otra circunstancia biogr¨¢fica, una de las manifestaciones m¨¢s deslumbrantes de la madurez del genial pintor sevillano. Antes de nada, es imposible obviar la dimensi¨®n legendaria que acompa?a a este cuadro, sobre todo, cuando sabemos que, con motivo de su segundo viaje a Italia, Vel¨¢zquez concibi¨® un hijo adulterino, llamado Antonio, al que procur¨® cuidar paternalmente a distancia, pero que, como ocurr¨ªa frecuentemente en aquella ¨¦poca, no logr¨® sobrevivir.
Ante este hecho extraordinario se explica nuestra especulaci¨®n acerca de que quiz¨¢ la joven del desnudo pintado pudiera haber sido la madre de la criatura. Sea como sea, la obra es, sin duda, uno de los desnudos femeninos m¨¢s extraordinariamente pintados en la historia del arte occidental. Se inscribe en una tradici¨®n que tiene antecedentes venecianos muy claros, cuando se piensa en las venus desnudas de Giorgione y de Tiziano, pero tambi¨¦n, si se levanta la mirada a tiempos m¨¢s remotos, cuando se piensa, al verla de espaldas, en el precedente cl¨¢sico del Hermafrodita.
De todas formas, el privilegio de los genios consiste en actualizar cualquier antecedente y transformarlo en una innovaci¨®n, como ocurre en este caso con la Venus de Vel¨¢zquez, que, con su formato apaisado y su proximidad inmediata, casi claustrof¨®bica, nos recuerda a un modelo que Vel¨¢zquez jam¨¢s abandon¨®: Caravaggio. Nos recuerda, en efecto, a Caravaggio por la inmediatez f¨ªsica, carnal, de la mujer desnuda, ante cuya fascinaci¨®n no nos podemos sustraer, pero tambi¨¦n la complejidad intelectual que hay detr¨¢s de la idea de una incitaci¨®n carnal atravesada por un espejo que nos indica c¨®mo en un cuerpo siempre habita un alma: el rostro, por muy desva¨ªdo que sean en este caso sus reflejos.
En este sentido, Vel¨¢zquez logr¨®, como siempre, ofrecernos la visi¨®n de la realidad en toda su complejidad, pintando el cuerpo y el alma.
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