Autores intelectuales
Contra la opini¨®n de mucha gente, a m¨ª me parece fascinante ese concepto de autor¨ªa intelectual tan publicitado por el PP desde que este perdi¨® las elecciones de 2004; por causa, seg¨²n ellos, de ciertos autores intelectuales no descubiertos todav¨ªa. Y lo es porque viniendo, como viene, de la derecha sociol¨®gica, engarza de manera sorprendente con esa otra teor¨ªa derivada del marxismo ortodoxo y vulgar seg¨²n la cual aqu¨ª nadie es responsable individualmente de nada, sino que su comportamiento depende m¨¢s bien de las circunstancias sociales.
Recordar¨¢n que durante mucho tiempo una parte de la izquierda m¨¢s desorientada sol¨ªa exculpar a ciertos asesinos, ladrones de pisos, escolares agresivos y delincuentes en general, con el indemostrable argumento de que en realidad era la sociedad (o el sistema, en su versi¨®n postmoderna), la verdadera responsable de dichos comportamientos. El argumento no estaba mal desde el punto de vista est¨¦tico y se prestaba a toda suerte de cineforums, creaciones art¨ªsticas y debates asamblearios. El problema sin embargo es que resultaba poco pr¨¢ctico, pues aceptada la premisa, era evidente que quien deber¨ªa ir a la c¨¢rcel no era el delincuente, sino la sociedad toda, lo que obviamente dificultaba enormemente la soluci¨®n.
Afortunadamente, la llegada de la socialdemocracia civilizada dio un vuelco cualitativo al asunto y, aunque sin perder parte de su tradici¨®n relativista en el terreno de los comportamientos sociales, se comenz¨® a aceptar la realidad como es y a tratar a los delincuentes como tales. Susceptibles, eso s¨ª, de rehabilitaci¨®n. Pero delincuentes al fin y al cabo. De modo que las cosas se encarrilaron razonablemente, para tranquilidad de las personas honradas quienes ahora pod¨ªan desprenderse por fin de ese sentimiento de culpa sobrevenido de ra¨ªces desconocidas.
El problema es que ahora, inaugurada esta nueva etapa aznariana, seg¨²n la cual lo importante ya no es el delincuente, sino el autor intelectual del delito, las cosas vuelven a complicarse de manera insospechada. Por ejemplo, ahora queda claro que Aznar no tuvo, en realidad, culpa de nada. Aceptamos, s¨ª, que puede consider¨¢rsele autor material de algunas de nuestras desgracias recientes. Pero solo material. Quien lo decid¨ªa entonces casi todo; su verdadero autor intelectual, no era ¨¦l, sino su ¨ªntimo amigo, George Bush. Lo que ya de entrada nos introduce en una especie de perplejidad insondable porque si a alguien resulta dif¨ªcil aplicarle el t¨¦rmino de intelectual ese es al actual presidente de EEUU. Lo que nos lleva a pensar que este, a su vez, obedece a otros autores intelectuales, ocultos o no en desiertos cercanos.
Pero es que, al mismo tiempo, Aznar pasa por ser el autor intelectual de personajes pol¨ªticos de la talla hist¨®rica de Acebes o Zaplana, lo que obviamente exculpa a estos, ya de entrada, de los numerosos desaguisados cometidos materialmente en su nombre. Y as¨ª sucesivamente.
O sea que, aunque parezca una gilipollez, la teor¨ªa de la autor¨ªa intelectual est¨¢ muy bien pensada. Se ha dise?ado para que no podamos pedir responsabilidades pol¨ªticas a nadie, de nada, nunca. Vean, si no, el desastre urban¨ªstico de nuestra costa. Sabemos qui¨¦nes son los autores materiales de los hechos y en qu¨¦ despachos habitan, pero ellos mismos nos han convencido de que lo importante es encontrar al intelectual que les maneja en la sombra. Nunca dejar¨¦ de admirarles.
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