Por unas bragas
El barrio de Sant Pere, en Ciutat Vella, es un peque?o oasis dentro de la tumultuaria Barcelona. Como detenido en el tiempo, la gente pasea haciendo descansos frente a los aparadores de ropa con modelos tambi¨¦n detenidos en el tiempo. Por sus estrechas y retorcidas calles, el andariego se puede dar el lujo de caminar al ritmo de sus moradores: se?oras que salen con pantuflas y batas de franela convirtiendo la acera en una extensi¨®n de su hogar, que van jalando el carrito de la compra medio vac¨ªo -porque ya no quedan comensales en casa- y de cuando en cuando saludan a alg¨²n vecino e intercambian los mismos di¨¢logos que terminan con un: "?Qu¨¦ le vamos a hacer, tirar pa'lante!".
Si alg¨²n peat¨®n se les topa en el camino, ¨¦ste esperar¨¢ a que las se?oras se despidan o cruzar¨¢ la calle para no interrumpirlas. No hay prisa. La prisa es indecente, tal vez por eso en los comercios a¨²n se atiende con serenidad, permitiendo que el comprador dude entre el modelo de s¨¢banas con ositos o corazones, las mantas con flores o cerezas y no se encrespan si al mostrar los jers¨¦is, las manos seniles y temblorosas del cliente tocan una y otra vez la textura, para luego preguntar: "??ste qu¨¦ color es?", la encargada le se?ala: "Este es rojo y este p¨²rpura, se?ora". La anciana se lo piensa otra vez y llama a su cuidadora para que le recuerde los colores que ya tiene en el armario. Otro cliente emitir¨¢ su opini¨®n, quiz¨¢ un se?or que confiese el modelo que sol¨ªa comprar a su mujer y las bondades de una fibra u otra, para luego comentar que no vive en el barrio, sino en el Eixample y viene desde all¨¢ para ahorrarse unos euros en las tiendas de Sant Pere, que ya en el siglo XIII presum¨ªa ser el barrio textil de la ciudad.
Entre un aparador y otro habr¨¢ pocas sorpresas, el mayor sobresalto que le puede ocurrir es el pelotazo perdido de un ni?o o la tanga de tigrillo rescatada en un local que escribe afuera: "M¨¢s modelos al interior". Es de suponer que un barrio con nombre de semejante santo no podr¨ªa ofrecer variedades que inciten a la lujuria; as¨ª que, la gran decisi¨®n est¨¢ entre las bragas que llegan al muslo o a la rodilla, la faja color hueso que castiga la barriga rebelde o el sost¨¦n sustentasustos de grueso calibre que redime las carnes insurrectas. ?A qui¨¦n hay que seducir? La viudez se anunci¨® y las j¨®venes ganosas cruzan Laietana para vestirse a la moda. Por fortuna, este barrio no cede al pecado original, esa perversi¨®n barcelonesa que intenta que cada producto y cada esquina sea una muestra excelsa de originalidad y dise?o.
Sus escaparates sin glamour dan un respiro al visitante que observa algunos montones de ropa sin doblar o cajas sin apilar, porque el orden perfecto es una mariconer¨ªa reservada para las tiendas del Born. Entre una tienda y otra, se topar¨¢ con el cartero que discute con un perro que le ladra desde el balc¨®n o alguna peluquer¨ªa dominicana con ambiente familiar, donde se come arroz con habichuelas en la silla de afeitar mientras el t¨ªo corta el cabello y la hermana hace las u?as.
Antiguo motor de la Barcelona industrial, a este barrio se le acab¨® la gasolina y ahora huele a cemento. Sus locales que llevan el eterno letrero Venda a l'engr¨°s, cohabitan con fincas que se reconstruyen tambi¨¦n sin prisa, restos de antiguas vidas que languidecen entre escombros y vigas de madera. Ventanas que ya no miran a la calle y lucen clausuradas por barrotes provisionales, portones de madera con picaportes de hierro que ya no llaman a nadie y locales que bajaron desde hace a?os la cortina de metal. ?A qui¨¦n esperan? No hay decadencia, es s¨®lo una pausa en la vor¨¢gine barcelonesa que reina unos pasos m¨¢s all¨¢, hacia la ciudad g¨®tica; por ello, bien vale la pena hacer una caminata por Sant Pere y de paso comprar unas bragas.
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