Sin perd¨®n
El dictador Franco ten¨ªa desarrolladas todas las virtudes del zorro y ninguna del le¨®n. Si bien Maquiavelo recomend¨® al Pr¨ªncipe un equilibrio entre las dos, Franco en este aspecto estaba muy descompensado. La astucia, la suspicacia, el conocimiento de las flaquezas humanas y el instinto para tender toda clase de trampas eran su fuerte, pero no la nobleza, la magnanimidad, el orgullo y la fortaleza, el sentido del estado, la piedad y el perd¨®n. Cuando cambiaba de gobierno, el dictador siempre se las arreglaba para que poco despu¨¦s hubiera un condenado a muerte. Era la forma de apoderarse de la conciencia de los nuevos ministros, puesto que estaban obligados a firmar solidariamente la sentencia capital en el consejo. Ning¨²n ministro de Franco logr¨® eludir semejante ignominia. Esta misma trampa tendi¨® el dictador a la Iglesia cuando, terminada la guerra civil, comenz¨® a funcionar en Espa?a una met¨®dica y exhautiva maquinaria de picar carne con decenas de miles de republicanos fusilados contra las tapias de los cementerios. Bastaba con que un cura p¨¢rroco diera la cara por cualquiera de los condenados a muerte para que este salvara el pellejo. Si una autoridad eclesi¨¢stica dec¨ªa a este no, autom¨¢ticamente el agraciado por esta piedad clerical era apartado del camino del pared¨®n, con lo cual el dictador de forma muy ladina meti¨® a la Iglesia hasta el cuello en aquella carnicer¨ªa al hacerla part¨ªcipe en ella por omisi¨®n, silencio, conformismo o miedo. Se dir¨¢ que durante la guerra hubo m¨¢s de diez mil religiosos asesinados y que era una virtud heroica escapar del sentimiento de venganza. Muchos de aquellos m¨¢rtires fueron arrastrados por una ciega espiral de violencia y habr¨ªan sido igualmente sacrificados aunque hubieran renegado de su fe, pero despu¨¦s algunos sacerdotes salvaron de la muerte a muchos republicanos simplemente testificando a su favor. Esos fueron los verdaderos h¨¦roes a los que hab¨ªa que beatificar. Por lo dem¨¢s el dictador, exhibiendo la virtud del zorro y no la del le¨®n, logr¨® trincar esta vez la conciencia de los ministros del Se?or para hacerlos moralmente copart¨ªcipes por omisi¨®n en la terrible escabechina. De haber ca¨ªdo con gusto en esa trampa tiene la Iglesia que pedir perd¨®n.
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