Sanz de Soto, un genio escondido
Emilio Sanz de Soto fue un literato sin novelas, un cineasta sin pel¨ªculas, un pintor sin cuadros, un profesor sin c¨¢tedra... y, sin embargo, su personalidad impregn¨® la obra de muchos artistas, desde el pintor Jos¨¦ Hern¨¢ndez al novelista ?ngel V¨¢zquez, pasando en buena parte por el primer cine de Carlos Saura. "No puede escuch¨¢rsele un d¨ªa entero sin dejar de sorprenderse cada tres minutos", dijo de ¨¦l Jos¨¦ Luis Sampedro, y es que Emilio, como escribi¨® su buen amigo Haro Tecglen, era "un genio escondido".
En el T¨¢nger legendario de los cuarenta y cincuenta, Sanz de Soto era referencia obligada de cuantos intelectuales buscaron refugio en aquella ciudad, desde Capote a Bu?uel, de Burroughs al matrimonio Bowles, de Orson Welles a Tennessee Wiliams... Ninguno le dejaba escapar. Emilio lo sab¨ªa todo, y no s¨®lo sobre T¨¢nger, cuyo estatuto de ciudad internacional fue redactado en buena parte por su propio padre. Sanz de Soto era una enciclopedia viva, un intelectual reflexivo, en un tiempo, como dec¨ªa Haro, en el que "ser tachado de intelectual pod¨ªa ser peligroso, y tambi¨¦n el ser cosmopolita".
Era ameno como conferenciante; l¨²cido y preciso como espor¨¢dico comentarista de cine -hace tiempo, en Cahiers du Cin¨¦ma-; agudo como cr¨ªtico de arte. Pero tambi¨¦n era t¨ªmido e inseguro: se escabull¨ªa con mil artima?as cuando se le propon¨ªan libros, muy especialmente su autobiograf¨ªa, temeroso de no estar a la altura. Era hombre de charla, de tertulia, como en los zocos ¨¢rabes que tan bien conoci¨®.
Era como una l¨¢mpara m¨¢gica de la que el genio aparec¨ªa por prodigio. Los privilegiados que le tratamos sabemos de ello.
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