Nuestro hombre en La Meca
A principios de mayo de 1806 tuvo lugar en Alejandr¨ªa un encuentro memorable y en m¨¢s de un sentido c¨®mico: al escritor franc¨¦s F. de Chateaubriand, que estaba en la ciudad egipcia camino de Jerusal¨¦n, ¨²ltima etapa de su Itin¨¦raire, se reuni¨® con un pr¨ªncipe abas¨ª que, ante su gran sorpresa, demostr¨® conocer muy bien su obra. Chateaubriand se mostr¨® encantado de que su celebridad, tras cruzar Europa, hubiera alcanzado Oriente, y as¨ª lo apunt¨® en sus notas de viaje: "En Alejandr¨ªa tuve uno de esos peque?os gozos de amor propio que tanto halagan a los escritores. Un rico turco, viajero y astr¨®nomo, llamado Al¨ª Bey el Abas¨ª hab¨ªa o¨ªdo mi nombre y pretend¨ªa conocer mis obras. Le fui a hacer una visita con el c¨®nsul. Cuando me vio, grit¨®: ?Ah, mi querido Atala y mi querida Ren¨¦! En aquel momento, Al¨ª Bey me pareci¨® descender del gran Saladito. Pens¨¦ que era el turco m¨¢s sabio y educado que exist¨ªa en el mundo".
Un estudio reciente recupera la figura de Al¨ª Bey, el catal¨¢n que abarc¨® muchas vidas
A Bad¨ªa le importaba muy poco ser cristiano o musulm¨¢n, espa?ol o franc¨¦s
?nicamente tras su regreso a Francia, Chateaubriand supo que su vanidad le hab¨ªa ayudado a confundirse. El hombre que con tanta familiaridad hab¨ªa tratado a sus personajes literarios no era en absoluto el que simulaba ser. El magn¨¢nimo e ilustrado pr¨ªncipe abas¨ª no ten¨ªa nada de pr¨ªncipe abas¨ª. Tampoco era rico, turco o astr¨®nomo, aunque viajero s¨ª era, y extraordinario. El pr¨ªncipe abas¨ª era en realidad Domingo Bad¨ªa y Leblich, un hombre nacido en Barcelona en 1767 y que, pese a sus denodados esfuerzos, nunca alcanz¨® una posici¨®n econ¨®mica desahogada.
Sin embargo, la suculenta confusi¨®n que sufri¨® Chateaubriand nos informa muy bien sobre las dotes para el camuflaje de nuestro Domingo Bad¨ªa, o Al¨ª Bey, uno de los mayores aventureros de esta magn¨ªfica ¨¦poca de aventureros que es la transici¨®n entre la Ilustraci¨®n y el Romanticismo, tiempo tutelado, no lo olvidemos, por el tragic¨®mico genio aventuresco de Napole¨®n Bonaparte, a quien, por cierto, Bad¨ªa conoci¨® personalmente. Quien quiera sumergirse en la proteica personalidad de ¨¦ste, as¨ª como en el mundo que le rodeaba, debe leer el estudio definitivo recientemente publicado por Patricia Almarcegui, Al¨ª Bey y los viajeros europeos a Oriente, un libro ejemplar para reconocer los nexos entre descubrimiento y cultura.
Lo m¨¢s fascinante de la biograf¨ªa de Al¨ª Bey es la multitud de vidas que puede abarcar un hombre a lo largo de su existencia. Bad¨ªa, en buena parte autodidacta y siempre rozando la pobreza, es alguien que parece necesitar una continua metamorfosis para sobrevivir en un escenario cuyos m¨¢rgenes le resultan permanentemente estrechos. Quiere ser pol¨ªtico, diplom¨¢tico, esp¨ªa, ge¨®metra, conspirador, cart¨®grafo de las estrellas y una docena de profesiones m¨¢s, sin ver en absoluto la menor contradicci¨®n entre sus distintos oficios. Expresa una ambici¨®n que no acaba de conformarse con ninguna de las ambiciones particulares que acostumbran a guiar las energ¨ªas de los seres humanos, y as¨ª su destino es ir de aqu¨ª para all¨¢, nunca cristalizando en ning¨²n lugar, nunca aceptado definitivamente por ning¨²n medio.
Bad¨ªa se mueve entre militares, sin tener para nada esp¨ªritu militar; malvive entre bur¨®cratas mientras odia el sedentarismo; se ve obligado a tareas diplom¨¢ticas con poca comprensi¨®n del verdadero objetivo de la diplomacia; est¨¢ ¨¢vido de conocimientos, pero sin apoyos s¨®lidos en los c¨ªrculos acad¨¦micos; tiene que mantener una familia a la que contempla desde las sucesivas lejan¨ªas; sue?a con grandes proyectos, en los que incluso consigue inmiscuir a hombres de enorme poder, como el ministro Godoy o el rey Jos¨¦ Bonaparte, sin llevar a la pr¨¢ctica ninguno de ellos, forma parte de una clase social y aparentemente tambi¨¦n de la contraria.
No hay duda de que a Bad¨ªa le iba muy bien llamarse a s¨ª mismo Al¨ª Bey, y a Al¨ª Bey recordar de tanto en tanto a Bad¨ªa. Impresiona su capacidad de ¨®smosis. El europeo puede hacerse africano y asi¨¢tico antes de volver a ser europeo. Lo que es posible realizar con los continentes y las civilizaciones, tambi¨¦n lo es con patrias e identidades: a Bad¨ªa parece importarle muy poco ser cristiano o musulm¨¢n, espa?ol, afrancesado o directamente franc¨¦s. Aquello que para algunos es motivo de experiencia, puesto que el hombre salta naturalmente de una vida a otra.
En consecuencia, Domingo Bad¨ªa ten¨ªa la madera necesaria para ser el viajero excepcional que fue, la ¨²nica de sus facetas que adivin¨® Chateaubriand en el encuentro memorable de Alejandr¨ªa. La parte m¨¢s emocionante de la biograf¨ªa de Bad¨ªa, minuciosamente reconstruida por Patricia Almarcegui en su libro, se refiere siempre a los viajes: a las descomunales enso?aciones de un gran fantasioso y, con justicia, a las audaces realizaciones de algunos de los sue?os.
Bad¨ªa, ya Al¨ª Bey, nunca llegar¨¢ a las profundidades del interior de ?frica, como hab¨ªa previsto, pero conocer¨¢ con envidiable detalle la vida de Marruecos y de otros lugares del norte africano. Desplazado hacia Oriente, culminar¨¢ su peligrosa aventura en La Meca, uno de los primeros europeos en entrar en la vedada ciudad santa musulmana. En este punto es donde Bad¨ªa alcanza su camuflaje m¨¢ximo: un barcelon¨¦s transformado en pr¨ªncipe abas¨ª, un cristiano metamorfoseado en
creyente musulm¨¢n, alguien que, por fin, llegaba al otro extremo de s¨ª mismo.
De vuelta a Europa, primero a Espa?a y luego a Francia, en medio de turbulencias sin fin, Domingo Bad¨ªa consigue llevar a t¨¦rmino el mayor proyecto de su vida que es, en definitiva, la publicaci¨®n de su obra. En julio de 1814 aparece, en franc¨¦s e impreso en Par¨ªs, su Viajes de Al¨ª Bey el Abbassi por ?frica y Asia durante los a?os 1803, 1804, 1805, 1806 y 1807, una obra en tres vol¨²menes acompa?ada de un cuarto, el Atlas, que reproduc¨ªa las l¨¢minas y mapas compuestos durante la traves¨ªa. Al¨ª Bey, alias Bad¨ªa, o viceversa, hab¨ªa escrito una obra maestra de la literatura de viajes.
Desde el olvido actual, resulta elocuente el ¨¦xito de esta obra, que fue inmediatamente traducida a las principales lenguas europeas, si bien Bad¨ªa no vio en vida una versi¨®n de su libro en espa?ol. Gracias a este ¨¦xito, Al¨ª Bey goz¨® de cierto cr¨¦dito en los ambientes cient¨ªficos y en las sociedades geogr¨¢ficas, lo cual no elimin¨® sus permanentes estrecheces econ¨®micas. Sigui¨® malviviendo en Par¨ªs, siempre atento a proyectos poco asumibles y a conexiones pol¨ªticas de dudosa eficacia. En cualquier caso, el viajero, pese a la magnitud de la obra escrita, sent¨ªa que algo permanec¨ªa incompleto.
Faltaba el episodio m¨¢s conmovedor, al final de su biograf¨ªa: el segundo viaje a Oriente. Bad¨ªa era demasiado viejo, llegaba demasiado tarde y llevaba sobre sus espaldas demasiados fracasos. La muerte en Jordania, de ser cierta la cr¨®nica que la relata, parece la adecuada al hombre. "La caravana parti¨® el 31 de agosto de 1818 hacia Gal¨¢t al Balg. A medianoche anunci¨® que se estaba muriendo y, quit¨¢ndose el anillo del dedo, se lo dio a sus criados. Bad¨ªa les dio su ¨²ltimo adi¨®s y mand¨® que le cerraran la litera sobre la que yac¨ªa. Dos horas antes del amanecer abrieron sus cortinas y lo encontraron muerto".
Rafael Argullol es fil¨®sofo y escritor.
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