Roosevelt y Franco, una mutua antipat¨ªa
Una investigaci¨®n del historiador Joan Maria Thom¨¤s aporta apasionantes revelaciones sobre la pol¨ªtica de la Administraci¨®n estadounidense con Franco durante la II Guerra Mundial
Las relaciones entre el presidente Roosevelt y Franco fueron siempre de antipat¨ªa mutua. El presidente americano quiso incluso ayudar a la Rep¨²blica, pero nunca intent¨® derrocar a Franco. Una investigaci¨®n hecha desde Estados Unidos por el historiador Joan Maria Thom¨¤s cuenta esta historia apasionante.
En septiembre de 1942, la Administraci¨®n norteamericana que encabezaba Franklin Delano Roosevelt vio con alivio c¨®mo el dictador espa?ol desped¨ªa de su Gobierno a Ram¨®n Serrano Su?er, el hombre al que consideraba el principal responsable de que se fuera a consumar el peligro de una entrada de Espa?a en la guerra mundial. Hasta entonces, la diplomacia norteamericana hab¨ªa carecido de una instrucci¨®n coherente, de una "pol¨ªtica espa?ola" propia y continuada que sirviera al objetivo de eliminar ese riesgo, el de la beligerancia espa?ola al lado de las potencias fascistas, que habr¨ªa complicado mucho las cosas a los aliados en el Mediterr¨¢neo y el norte de ?frica.
Estados Unidos vio con alivio c¨®mo Franco desped¨ªa de su Gobierno a Ram¨®n Serrano Su?er
Roosevelt tend¨ªa a ver el conflicto espa?ol como una guerra entre democracia y fascismo
Lo cierto es que el cese de Serrano como ministro de Asuntos Exteriores representaba, en parte, un simb¨®lico alejamiento con respecto a Alemania e Italia, pero no se hab¨ªa debido esencialmente a su postura a favor del eje Alemania-Italia-Jap¨®n, sino a un conjunto de circunstancias de muy distinta naturaleza, entre las que no figura como la menor el hecho de que unos d¨ªas antes se produjera el nacimiento de Carmen, hija ileg¨ªtima de la marquesa de Llanzol y del gran ide¨®logo del Estado franquista que fue Serrano. Porque el ministro hab¨ªa mantenido una relaci¨®n ad¨²ltera con la marquesa en lugar de volver a los brazos de su esposa, la hermana de Carmen Polo, mujer a su vez del caudillo. En la pacata Espa?a de aquellos a?os, la cuesti¨®n no era menor. Un esc¨¢ndalo may¨²sculo que no pod¨ªan tolerar ni la se?ora de Meir¨¢s ni la Iglesia cat¨®lica.
Otras circunstancias, de mayor peso, fueron los incidentes desencadenados en Bego?a por falangistas contra los carlistas que detestaban a la Falange, o el rencor de los militares contra los camisas azules que pretend¨ªan quitarles, como hab¨ªa hecho el partido nazi en Alemania, el poder conquistado por las armas en 1939.
Los miembros de la legaci¨®n diplom¨¢tica norteamericana en Madrid brindaron con alegr¨ªa por el cese del que hab¨ªa sido su mayor "dolor de cabeza" espa?ol. Y entendieron de forma equivocada que disminu¨ªa el riesgo de participaci¨®n espa?ola en la guerra porque Franco prescind¨ªa de su cu?ado, que era m¨¢s partidario que ¨¦l de aliarse con Hitler y Mussolini en aventuras b¨¦licas. Franco, sin embargo, hab¨ªa sido, al menos hasta principios de 1942, tan partidario de combatir como Serrano, pero ambos hab¨ªan hecho un reparto de papeles tan astuto que logr¨® enga?ar a los servicios de inteligencia y diplom¨¢ticos de Inglaterra y de Estados Unidos.
En realidad Franco hab¨ªa mantenido a Espa?a fuera de la guerra porque los problemas de abastecimiento de alimentos b¨¢sicos y de gasolina eran tan graves que hac¨ªan imposible la intervenci¨®n, salvo que Alemania le garantizara suministros suficientes y, adem¨¢s, satisficiera sus ambiciones de hacerse con los territorios franceses del norte de ?frica.
El presidente Roosevelt, que detestaba a distancia al dictador, mantuvo hasta 1941, cuando el ej¨¦rcito japon¨¦s bombarde¨® Pearl Harbour, una pol¨ªtica err¨¢tica y desorientada que adquir¨ªa solidez s¨®lo cuando se plegaba a las l¨ªneas marcadas por el Foreign Office brit¨¢nico. Esa pol¨ªtica de contenci¨®n de Franco es la que permiti¨® al general ganar la Guerra Civil contra una Rep¨²blica abandonada a su suerte, no s¨®lo por pol¨ªticos que le eran francamente hostiles, como Chamberlain, sino por otros que simpatizaban con su causa, como el propio Roosevelt. Durante los a?os de la guerra, la diplomacia americana prefiri¨® apostar porque el conflicto se mantuviera dentro de los l¨ªmites espa?oles, bajo la idea b¨¢sica brit¨¢nica de que era posible mantener controlado a Franco a base de darle ayudas y tenerle atado con el juego de las finanzas y los suministros de primera necesidad. Para los conservadores ingleses, adem¨¢s, los republicanos eran poco menos que una banda de asesinos dispuestos a entregar Espa?a al comunismo ruso.
Roosevelt no pensaba eso, y su mujer fue incluso una activista pro republicana. El presidente tend¨ªa, quiz¨¢ por la influencia de Eleanor y de los intelectuales con los que ten¨ªa relaci¨®n, a ver el conflicto espa?ol como una guerra entre democracia y fascismo. El embajador en aquellos tiempos, Claude Bowers, admirador de Fernando de los R¨ªos y de Manuel Aza?a, contribu¨ªa a esa visi¨®n. Pero en su partido, el dem¨®crata, hab¨ªa m¨¢s simpat¨ªa por Franco que por la Rep¨²blica, debido a la influencia de una Iglesia escandalizada entre otras razones por los asesinatos masivos de religiosos en territorio republicano. Y mantuvo por razones tanto externas como de pol¨ªtica interna una postura de embargo contra la Rep¨²blica mientras hac¨ªa, bajo cuerda, maniobras que favorecieran el suministro de armas y gasolina al r¨¦gimen legal en Espa?a.
Cuando Franco gan¨® la guerra, el presidente bas¨® su pol¨ªtica en las directrices brit¨¢nicas. Pero tambi¨¦n en la defensa de los intereses econ¨®micos y humanitarios americanos en Espa?a, como la ITT o el embrollo de la repatriaci¨®n de los supervivientes de la Brigada Lincoln que se pudr¨ªan en las c¨¢rceles de Franco.
Una vez Hitler desencaden¨® la guerra en Europa, la perspectiva fundamental fue evitar la entrada de Espa?a en la guerra a favor de Alemania. El hombre que tuvo que lidiar con los peores episodios de esa misi¨®n fue Alexander W. Weddell, que no escond¨ªa su simpat¨ªa por el dictador y su causa. Por ello, su misi¨®n se vio sometida a graves accesos de perplejidad cuando comprobaba la soberbia con que le trataba el ministro Serrano Su?er, quien adem¨¢s no intentaba esconder su proclividad a participar con Hitler y Mussolini en aventuras mayores. El env¨ªo de la Divisi¨®n Azul a combatir a las estepas rusas era una buena manifestaci¨®n de ese esp¨ªritu. Esa perplejidad de Weddell se acab¨® convirtiendo en hostilidad abierta tras algunos incidentes de car¨¢cter grave entre ambos personajes, y llev¨®, probablemente, a nublar el juicio del embajador en cuanto a las posiciones de Franco, lo que provoc¨® valoraciones err¨®neas por el Departamento de Estado.
Tras la declaraci¨®n de guerra de Estados Unidos contra Jap¨®n, la actividad pol¨ªtica norteamericana en relaci¨®n con Espa?a hubo de ser forzosamente m¨¢s aguda y activa. Mientras los ingleses se hab¨ªan dedicado a tejer una red importante de contactos que apoyaban a los militares opuestos a la guerra (acci¨®n que financiaba Juan March en forma de "donaciones" a hombres tan prominentes del aparato militar como el coronel Galarza y generales como Kindel¨¢n o Beigbeder), los norteamericanos part¨ªan de una posici¨®n menos experimentada.
A pesar de ello -y ¨¦ste es otro de los hechos que eran desconocidos hasta ahora- , hubo un importante acercamiento al general Orgaz, un hombre al que los americanos consideraron "uno de los generales de nuestro bando" que ostentaba en 1942 el cargo de Alto Comisario en Marruecos. El encargado de Negocios en T¨¢nger, J. Rives Childs, acompa?ado por el agregado naval, el teniente coronel Hedi, llegaron a un principio de acuerdo con el general para entregarle suministros en el territorio bajo su control con los que deber¨ªa resistir, en el caso de que se produjera una invasi¨®n alemana de la zona espa?ola de Marruecos. Orgaz les expres¨® su posici¨®n, de la que los enviados dedujeron su antipat¨ªa a la causa alemana y su confianza en que, en semejante caso, sus tropas podr¨ªan hacer una resistencia seria. Se estaba preparando la Operaci¨®n Antorcha, el desembarco aliado en el norte de ?frica, un movimiento que eliminar¨ªa definitivamente los sue?os de Franco de tener un trozo del pastel que se repartiera cuando Hitler ganara la guerra. Una guerra en la que el dictador le hab¨ªa pronosticado la victoria al eje hasta poco tiempo antes.
Los pormenores de la pol¨ªtica de la Administraci¨®n de Roosevelt con Franco resultan apasionantes. Sobre todo desde la perspectiva in¨¦dita de esa Administraci¨®n, que es la que ha utilizado Joan Maria Thom¨¤s, un profesor de la Universidad Rovira-Virgili, para escribir Roosevelt y Franco, un libro tan cargado de novedades para los dos pa¨ªses que se publica, tambi¨¦n, en los Estados Unidos.
Jorge M. Reverte es escritor y periodista.
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