Sobredosis de conexi¨®n
Ocurre muchas veces que lo que uno sue?a acaba convirti¨¦ndose en realidad, y que esa materializaci¨®n resulta muy distinta de lo que nos hab¨ªamos imaginado. Los inicios de la era de Internet presagiaban grandes novedades en las din¨¢micas de comunicaci¨®n. Y realmente, nuestras vidas han cambiado radicalmente en lo referente al acceso, tratamiento y almacenaje de la informaci¨®n. Y es evidente, asimismo, que las facilidades de conexi¨®n en cualquier lugar se han acrecentado hasta lo indecible, resolviendo problemas que hasta hace poco tiempo resultaban inabordables. Pero estos nuevos recursos est¨¢n alterando de manera tan profunda nuestra cotidianidad que empiezan a aparecer fen¨®menos que revelan abuso de la conexi¨®n, s¨ªndrome de conectividad, sobredosis de informaci¨®n y exceso de acceso. La omnipresencia de las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n empieza a ser preocupante, y est¨¢ generando ya situaciones de adicci¨®n, de desconexi¨®n de lo real, de alteraci¨®n de situaciones y de relaci¨®n con personas que revelan una falta de dominio del recurso.
Actualmente lo que nos define es lo que consumimos y nuestra capacidad de conexi¨®n
Hace unos d¨ªas el peri¨®dico Le Monde recordaba que ya en el a?o 2002 el F¨®rum de los Derechos en Internet reclamaba un "derecho a la desconexi¨®n". Y cada vez hay m¨¢s gente que comenta el estr¨¦s que representa la constante presencia de los artilugios que te mantienen conectado lo quieras o no. M¨¢s gente que vive con tensi¨®n el no estar conectado de manera casi permanente. ?Me estar¨¦ perdiendo algo? ?Alguien o algo muy significativo pretende conectar conmigo y yo estoy aqu¨ª perdiendo el tiempo comiendo con mis padres, charlando con mi vecina, alargando el caf¨¦ con el camarero del bar o entreteni¨¦ndome con el pesado del quiosquero que pregunta por la salud de mi t¨ªa? Hasta ahora uno pod¨ªa tener la ilusi¨®n de que pod¨ªa quedarse tranquilo si apagaba su tel¨¦fono m¨®vil o no consultaba su ordenador, pero es cada vez m¨¢s evidente que proliferan artilugios que siguen manteni¨¦ndonos conectados lo queramos o no. Los llamados tags RFID, o etiquetas de identificaci¨®n por radiofrecuencia, est¨¢n extendi¨¦ndose de manera imparable en los sistemas de almacenamiento y log¨ªstica de productos comerciales, apertura y cierre de mecanismos, acceso a dossiers sanitarios o educativos, y muchos otros sectores y utilidades. Las etiquetas RFID tienen diversas ventajas: son peque?as, pueden ser incorporadas o adheridas a personas, animales o productos, y al contener antenas que las mantienen conectadas por radiofrecuencia, permiten un constante seguimiento e identificaci¨®n. En la mayor¨ªa de los casos no requieren energ¨ªa, y su superioridad con relaci¨®n a otros sistemas, por ejemplo los infrarrojos, es que no precisan que emisor y receptor entren en contacto directo. Los problemas empiezan con las dudas sobre qui¨¦n procesa toda esa informaci¨®n, con qu¨¦ finalidad, con qu¨¦ controles... Y todo ello junto con la evidente explosi¨®n de videovigilancia que deja poqu¨ªsimos espacios libres de la potencial mirada de ojos ajenos. Hay personas y lugares (espacios de terapia, salas de arte...) que han decidido usar distorsionadores de frecuencias para bloquear el uso de los m¨®viles en el entorno el que buscan aislamiento y concentraci¨®n, logrando as¨ª por la fuerza lo que no consiguen con la sugerencia. Se vende en Internet un mando a distancia universal que permite apagar a voluntad cualquier televisor que moleste especialmente en un establecimiento o espacio, p¨²blico o privado.
Todo ello viene, adem¨¢s, aderezado por una publicidad omnipresente, que contamina y banaliza todo lo que toca; una publicidad que genera la constante sensaci¨®n de que todo los que nos rodea est¨¢ clamorosamente aquejado de obsolescencia. Con lo cual, la salida es la constante b¨²squeda de la novedad, de las nuevas incorporaciones y gadgets que convierten nuestros apenas estrenados objetos en algo que nos acaba resultando antediluviano pasados solamente unos d¨ªas. Es cada vez m¨¢s dif¨ªcil acabar una canci¨®n, o¨ªr entera una noticia. Todo se fracciona y se facilita. Y ello es sobre todo as¨ª en el mundo de las comunicaciones. La fuerza del cambio est¨¢ en conseguir mayores capacidades de conexi¨®n, m¨¢s solapamientos de sistemas de comunicaci¨®n (tel¨¦fono, e-mail, GPS, radio, televisi¨®n...) en formatos cada vez m¨¢s compactos y m¨¢s transportables. La consecuencia es que en todas partes est¨¢s localizable, en todas partes puedes trabajar, en todas partes puedes operar, en todas partes puedes saber, en todas partes est¨¢s al lado. Y se reducen los espacios y momentos de privacidad, de introspecci¨®n, de reflexi¨®n. Todo es igualmente y anodinamente urgente. Y lo que quiz¨¢ es verdaderamente importante desaparece en una lluvia constante de mensajes y se?ales.
Vivimos en una especie de bulimia econ¨®mica, con constante sensaci¨®n de que tenemos que conseguir lo ¨²ltimo y de que, una vez conseguido, acabamos sintiendo inmediatamente la reacci¨®n de que hemos obtenido lo pen¨²ltimo. Empiezan a surgir propuestas de reacci¨®n ciudadana y de guerrilla de insubordinaci¨®n a esta sobredosis de consumo y conexi¨®n. Desde aquellos que proponen un d¨ªa a la semana sin e-mails, hasta los que tratan de organizar una huelga de consumo o que, sin tapujos, proponen acabar con todos los RFID con que uno se encuentre. Los m¨¦dicos y psic¨®logos apuntan que crecen las disfunciones provocadas por sobredosis de Internet, y se han detectado un par de casos de personas con muertes aparentemente motivadas por obsesivas e indefinidas partidas de videojuegos. Asistimos a crecientes da?os y v¨ªctimas colaterales del consumismo (Bauman). Nos esforzamos en seguir un ritmo de consumo que define nuestro estatus, y ello provoca ansiedades, ausencias y fugacidades con las personas cercanas que mitigamos buscando regalos con los que compensar los desencuentros generados. Y mientras, los nuevos desheredados son los que no consumen, los que no est¨¢n conectados. Lo que nos define es lo que consumimos y nuestra capacidad de conexi¨®n. Lo que define a una persona de ¨¦xito es su capacidad para no estar nunca aburrido, nunca desconectado. Conectamos, pero no vinculamos. Estamos informados, pero no nos sentimos ligados. ?se es nuestro problema.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica de la UAB.
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