Pa¨ªses ricos, trabajadores esclavos
Hace pocos a?os todav¨ªa era posible verlas acurrucadas en alguna esquina del zoco del oro de Riad. Su presencia recordaba que la abolici¨®n de la esclavitud en Arabia Saud¨ª s¨®lo se hab¨ªa producido en 1962. A diferencia de los hombres, las mujeres no pod¨ªan trabajar, y la mayor¨ªa de las liberadas, carentes de medios para regresar a sus pa¨ªses de origen, viv¨ªan de la caridad. Al menos eran libres. Muchos emigrantes actuales sienten que desde el momento en que llegan a la pen¨ªnsula Ar¨¢biga pierden su libertad y no saben cu¨¢ndo podr¨¢n recuperarla.
Jornadas interminables, salarios de miseria, alojamientos insalubres, restricciones de movimiento... S¨®lo de moderna esclavitud pueden calificarse las condiciones de trabajo y vida de buena parte de los entre 11 y 15 millones de inmigrantes que constituyen el grueso de la fuerza laboral en las monarqu¨ªas petroleras del golfo P¨¦rsico. Tal como han denunciado numerosos informes de organizaciones internacionales de derechos humanos, las leyes de esos pa¨ªses resultan deficientes en cuanto a la protecci¨®n de los trabajadores, y est¨¢n muy lejos de los niveles m¨ªnimos internacionales.
Son la espina dorsal de la industria petrolera, la construcci¨®n o el servicio dom¨¦stico
El empresario se queda con los pasaportes de sus empleados, que no pueden viajar sin su permiso
Hablamos de los miembros del Consejo de Cooperaci¨®n del Golfo (CCG): Arabia Saud¨ª, Kuwait, Bahrein, Emiratos ?rabes Unidos, Qatar y Om¨¢n. Seis Estados bendecidos con abundancia de petr¨®leo, pero escasos de poblaci¨®n aut¨®ctona para sacar partido de ese man¨¢. Seis Estados que, a pesar de los esfuerzos de algunos de ellos por proyectar una imagen de modernidad, no dejan de ser monarqu¨ªas absolutas sin sistemas efectivos de participaci¨®n para sus propios s¨²bditos, mucho menos para unos trabajadores invitados que no desean que echen ra¨ªces.
Aunque las cifras suelen ser imprecisas en una regi¨®n donde el n¨²mero de nacionales casi es secreto de Estado, los porcentajes resultan muy significativos. Los inmigrantes constituyen el 70% de la fuerza laboral del CCG. Pero en aquellos pa¨ªses que tienen una menor proporci¨®n de ciudadanos vern¨¢culos, como EAU, Kuwait o Qatar, alcanzan el 90% de los activos, lo que da una idea de su peso econ¨®mico. Mayor a¨²n si se tiene en cuenta que se concentran en el sector privado.
Son la espina dorsal de la industria petrolera, la construcci¨®n o el servicio dom¨¦stico. El llamativo desarrollo inmobiliario de Dubai, el m¨¢s activo de los emiratos de la federaci¨®n de EAU y un modelo para los pa¨ªses vecinos, hubiera sido imposible sin el ej¨¦rcito de obreros asi¨¢ticos (en su mayor¨ªa indios) dispuestos a trabajar por poco m¨¢s de 100 euros mensuales.
Sueldos de miseria para escapar a la miseria de los suburbios de Manila o las zonas rurales de subcontinente indio. S¨®lo los emigrantes de India suman 3,5 millones en toda la regi¨®n. Pero tambi¨¦n hay importantes contingentes de Pakist¨¢n, Bangladesh, Filipinas o Sri Lanka. Respecto a los ¨¢rabes, egipcios, yemen¨ªes y sirios son los m¨¢s numerosos. La oferta de mano de obra es pr¨¢cticamente ilimitada, lo que permite que el producto marginal del trabajo, como los economistas definen los salarios, se calcule de acuerdo con las magnitudes de Bangladesh.
Ha sido precisamente una huelga de esos trabajadores de la construcci¨®n la que ha llamado la atenci¨®n sobre una situaci¨®n vergonzosa aunque no desconocida. Los visitantes occidentales solemos fijarnos m¨¢s en los velos con los que se cubren las mujeres locales (a menudo con gusto) que en la violaci¨®n de los derechos laborales de esos seres humanos que nos sirven como camareros, basureros o taxistas, y que a menudo son el primer contacto (a veces, casi el ¨²nico) con unos pa¨ªses cuya poblaci¨®n aut¨®ctona vive tras los muros de su espl¨¦ndido aislamiento.
En la ¨²ltima de una serie de acciones de protesta en Dubai, 40.000 obreros se negaron a acudir al tajo durante varios d¨ªas a finales del pasado octubre. La demanda de mejoras salariales eclips¨® el resto de las quejas: inexistencia de un sueldo m¨ªnimo, largas jornadas laborales, hacinamiento en los barracones que las empresas les facilitan como vivienda y en las furgonetas que les trasladan las obras. Adem¨¢s, aduc¨ªan, carecen de instancias para denunciar los abusos de los contratistas que, a la m¨ªnima, retienen sus salarios o anulan sus visados, conden¨¢ndoles a la ilegalidad. Y esto suced¨ªa en EAU, el pa¨ªs al que la mayor¨ªa de los expatriados de la regi¨®n mira como modelo.
Debido a su peso demogr¨¢fico, Arabia Saud¨ª es el pa¨ªs de la zona que cuenta con un mayor n¨²mero de inmigrantes y las condiciones m¨¢s duras (Human Rights Watch ha denunciado casos de trabajadores a los que no se permite hacer descansos para comer y beber). En 2004 alcanzaban los 8,8 millones, es decir, un tercio de todos los habitantes del reino. De ah¨ª que el impacto de su pol¨ªtica laboral traspase sus fronteras e influya tanto en los pa¨ªses vecinos como en los de origen de los trabajadores.
La amenaza siquiera impl¨ªcita de expulsi¨®n masiva de sus emigrantes hace temblar a las embajadas de pa¨ªses para los que las jugosas remesas que env¨ªan constituyen un factor de estabilidad social. Y las cifras no son despreciables: 30.000 millones de d¨®lares en el ¨²ltimo a?o, es decir, un 10% del producto interior bruto de la regi¨®n. De ah¨ª los numerosos intermediarios, en forma de agencias de empleo no siempre honestas, que intentan hacerse con un porcentaje siquiera peque?o de ese pastel.
Aunque hay ligeras diferencias entre los seis pa¨ªses del CCG, sindicatos, negociaci¨®n colectiva y derecho de huelga, los tres instrumentos b¨¢sicos de defensa del trabajador, est¨¢n ausentes de todas las legislaciones (s¨®lo Kuwait acepta una sindicaci¨®n limitada). Adem¨¢s, en todos funciona el sistema del sponsor, o patrocinador, de cuyo aval depende el trabajador para conseguir el visado de trabajo. Hay locales que han convertido ese patrocinio en un negocio por el que cobran un porcentaje del salario del extranjero.
Incluso cuando no llega a tanto, el empresario se queda con los pasaportes de sus empleados, dej¨¢ndoles sin posibilidad de viajar sin su permiso. En manos de los menos escrupulosos, es una herramienta de chantaje. No son infrecuentes los casos en los que el trabajador se ve obligado a firmar una liquidaci¨®n muy por debajo de lo que le corresponde para lograr recuperar su pasaporte y con ¨¦l su libertad.
Especialmente sangrante es la situaci¨®n de los empleados dom¨¦sticos, casi todos mujeres. Ni siquiera se benefician de la escasa protecci¨®n que proporcionan las leyes de trabajo locales, que al menos establecen vacaciones anuales, un d¨ªa de descanso semanal y las jornadas m¨¢ximas. A menudo tienen que pagar primero los visados y permisos de trabajo. Adem¨¢s, muchos patrones les deducen de sus magros salarios el alojamiento y la manutenci¨®n.
Las organizaciones internacionales de derechos humanos califican la situaci¨®n de estos trabajadores (entre cinco y siete millones) de "servidumbre por contrato". Y eso sin entrar en el escabroso terreno de los abusos sexuales. Un reciente informe de HRW sobre las empleadas dom¨¦sticas de Sri Lanka en la regi¨®n (unas 600.000) denuncia que con frecuencia son v¨ªctimas de "abusos f¨ªsicos y verbales, acoso sexual y violaciones". Tambi¨¦n las de otras nacionalidades.
Emiratos ?rabes Unidos y Kuwait han empezado a tomar t¨ªmidas medidas introduciendo contratos laborales estandarizados para el servicio dom¨¦stico. Pero, al igual que sucede con la nueva Ley de Trabajo saud¨ª, su puesta en pr¨¢ctica deja mucho que desear. Los departamentos encargados de los trabajadores extranjeros y los tribunales tienden a respaldar al empresario nacional m¨¢s que a aplicar unas leyes que a¨²n est¨¢n lejos de cumplir con las convenciones internacionales. Los defensores de los derechos humanos coinciden en que, incluso cuando existen garant¨ªas legales, falta voluntad pol¨ªtica para aplicarlas.
Atrapados entre la ausencia de protecci¨®n tanto de sus pa¨ªses de origen como de los de acogida, sujetos a los abusos de empresarios sin escr¨²pulos y de dudosas agencias de empleo, pero necesitados de unos ingresos que mantienen a familias enteras, estos inmigrantes no tienen otra salida que aceptar condiciones de trabajo rayanas con la esclavitud. S¨®lo la presi¨®n internacional sobre los pa¨ªses receptores puede cambiar esa situaci¨®n. M¨¢s ahora que sus dirigentes buscan reconocimiento, inversiones o un papel m¨¢s activo en la pol¨ªtica mundial.
?ngeles Espinosa es corresponsal de EL PA?S en Teher¨¢n.
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