Los garabatos de Niemeyer
De Oscar Niemeyer, tras 70 a?os de actividad profesional y 100 de estancia luminosa en este mundo, tan s¨®lo cabe dar testimonio de lo que a trav¨¦s de su figura se vio -y entendi¨®-, y de lo que a trav¨¦s de su obra se comprendi¨® y adopt¨® como propio. Y al hacerlo, comprobar estupefacto c¨®mo todo menos ¨¦l mismo cambia, incluida la opini¨®n y valoraci¨®n de su modernismo radiante.
En los a?os setenta, llenos de dogmatismo pedag¨®gico, Niemeyer (R¨ªo de Janeiro, 15 de diciembre de 1907) era una presencia inc¨®moda en los ¨¢mbitos universitarios europeos, una contradicci¨®n flagrante con el pensamiento racionalista entonces triunfante, alguien que cumpl¨ªa a la perfecci¨®n con el requisito de un intachable izquierdismo pero a la vez imagen viva de la m¨¢s absoluta frivolidad y, adem¨¢s, frivolidad org¨¢nica y modernista -cuando era la modernidad el objetivo a abatir precisamente y el organicismo se interpretaba como un reblandecimiento burgu¨¦s del modernismo-. Un incordio al que se daba de lado (era bien dif¨ªcil encontrar la m¨¢s m¨ªnima documentaci¨®n sobre su obra). Durante a?os, s¨®lo Pedro Urzaiz mostr¨® sin pudor su fascinaci¨®n por ¨¦l en Espa?a entera.
La generaci¨®n de la movida madrile?a, que amaba la frivolidad y la modernidad, adopt¨® sin embargo sus iconograf¨ªas mambo -mambo era la palabra talism¨¢n- con fervor inconsciente pero visionario. Todo lo contrario que los que quer¨ªan refundar la disciplina en la historia, o al menos en la visi¨®n estructuralista que Aldo Rossi despleg¨® de la historia, de los tipos arquitect¨®nicos y su po¨¦tica presencia intemporal. Curiosa paradoja, cuanto m¨¢s intemporal se reclama una teor¨ªa est¨¦tica m¨¢s r¨¢pido se queda sin ac¨®litos. Aquellas ideas desaparecieron en un pisp¨¢s y Niemeyer sigui¨®, desde su estudio en Copacabana, dando la espalda sistem¨¢ticamente a aquellas esplendorosas vistas (para asombro de visitantes y regocijo suyo, suponemos), proyectando con infinita libertad y simplicidad una versi¨®n cada vez m¨¢s reductora y sensualista de la modernidad, casi caricaturesca, como el curioso y para algunos -yo mismo- magn¨ªfico Museo en Niter¨®i que parece salido de uno de los viejos chistes en los que Conti ridiculizaba hace a?os la banalidad de muchas obras de arte abstractas, de tan simple que es su emulaci¨®n del Pan de Az¨²car, al que refiere su silueta con insultante inmediatez. Hasta las referencias a la figura femenina en su arquitectura, que ha seguido intensificando con el tiempo, parecen sacadas de un chiste sobre lo que uno esperar¨ªa de un artista brasile?o: exuberante, sensual, gestual, dominante y comunista. En fin, la figura del carisma tropical, al modo de un Marlon Brando retirado en su isla, que uno tiende a despreciar tanto como fantasea con lo que tiene de construcci¨®n irrefrenable de un yo todopoderoso.
Hasta ah¨ª el personaje y su significado para una generaci¨®n que no se dej¨® hechizar por rigoristas y biempensantes (ni historicistas, ni ortodoxos modernos) y que siempre prefiri¨® heterodoxos, marcianos e individualistas como referencia (no era dif¨ªcil preferirlo teniendo las fabulosas referencias de O¨ªza y Sota en casa: con personajes as¨ª se aprend¨ªa casi por roce).
Queda aparte la revelaci¨®n que visitar su obra sigue suponiendo para tantos como han ido teniendo la oportunidad de hacerlo: una revelaci¨®n instant¨¢nea, casi insultante. Imposible olvidar la indignaci¨®n de ver c¨®mo a Niemeyer y s¨®lo a Niemeyer los edificios se le sosten¨ªan sin pilares, las rampas volaban ligeras y a¨¦reas como nunca se han visto en otros arquitectos, los detalles desaparec¨ªan hasta hacerte pensar que son innecesarios (todo; barandillas, rodapi¨¦s, puertas, carpinter¨ªas, pr¨¢cticamente todo, simplemente ha dejado de existir en sus edificios de una forma asombrosa).
Volver al Viejo Continente y visitar las obras de Le Corbusier tras ver este despliegue de ligereza, continuidad, elegancia y simplicidad hecho por su disc¨ªpulo tropical es una dura prueba que con dificultad resiste el intocable maestro suizo, sometido uno a la tentaci¨®n de invertir los papeles y pensar las obras de Le Corbusier como la triste secuela europea del maestro brasile?o, producto limitado por actitudes y climas que impiden el logro de la levitaci¨®n, esa meta ¨²ltima de la modernidad de la que Niemeyer tuvo y tiene la f¨®rmula secreta (nadie debe enga?arse al respecto, no se trata en absoluto de una estrategia t¨¦cnica o una concepci¨®n estructural que dominase como nadie Niemeyer: parece m¨¢s bien que es el absoluto desinter¨¦s por estos temas lo que le da la autoridad completa sobre ellos, relegados al ¨²ltimo lugar en el proceso mental, ese lugar que el arquitecto siempre destina a lo que da a desarrollar a otros -en este caso, al ingeniero Jos¨¦ Carlos Sussekind, gran amigo suyo desde hace tiempo y capaz de resolverlo todo sin el m¨¢s m¨ªnimo protagonismo-).
Y por ¨²ltimo est¨¢ la facilidad. Por si no se hab¨ªa notado hasta aqu¨ª, lo verdaderamente irritante para otro arquitecto de la obra de Niemeyer es la brutal facilidad que se ve en todas sus obras. Especialmente ahora que -subsumidos entre c¨®digos, normas, ordenanzas (locales, auton¨®micas, nacionales y europeas), project managers, compa?¨ªas aseguradoras, decoradores, competencias ministeriales, intrusismo multidisciplinar, visados colegiales y competencias desleales de diversas profesiones hambrientas por ara?ar el supuesto pastel del dise?o- lo de la facilidad parece un sue?o. De forma que la idea de hacer unos rasgos, un garabato, en una servilleta -por supuesto un garabato, con curvas que remiten sin mediaci¨®n al mito del libertinaje sexual tropical- y conseguir a los pocos meses que esa servilleta se llame Museo, Biblioteca, Plaza o Palacio y est¨¦ de inmediato en la memoria colectiva de un pueblo y construya, adem¨¢s, su identidad para todos los for¨¢neos es algo que hace rechinar los dientes de todos los arquitectos. Bendita libertad, bendita facilidad, bendita sensualidad. Larga vida al ¨²ltimo arquitecto moderno, al ¨²ltimo heterodoxo, al ¨²ltimo resistente a la inmensa y trist¨ªsima nube de plomo llamada correcci¨®n. -
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