El retorno de la democracia plebiscitaria
El fracaso de Ch¨¢vez en su plebiscito de investidura como presidente vitalicio brinda la ocasi¨®n de reflexionar sobre la naturaleza de un r¨¦gimen clasificado bajo la etiqueta de populismo latinoamericano. Este concepto resulta dif¨ªcil de definir, pues consiste en un heterog¨¦neo caj¨®n de sastre que encierra un poco de todo, desde el cesarismo de los dictadores militares y el socialismo de los l¨ªderes revolucionarios hasta el caudillismo de los demagogos electorales, por citar sus principales modos de acceder al poder. As¨ª que el com¨²n denominador del populismo no se deduce del origen de su autoridad, sino de la naturaleza de su ejercicio: monopolizar todo el poder (sin control ni rendici¨®n de cuentas), designar un enemigo del pueblo (la oligarqu¨ªa, el imperialismo, la corrupci¨®n), sobornar a la poblaci¨®n con recompensas gratuitas (derechos sociales, obras p¨²blicas, espect¨¢culos) y escenificar el culto a la personalidad del presidente (ritual, ret¨®rica, mitolog¨ªa).
Luis Bonaparte es el antecesor del presidencialismo populista latino
?Qu¨¦ hay de latinoamericano en todo esto, aparte del hecho de su hist¨®rica frecuencia sobre el suelo continental? Para ver si ese adjetivo resulta pertinente deber¨ªamos sustituirlo por otro an¨¢logo como el de criollo. Pero esto no resulta coherente con el hecho de que algunos caudillos populistas inician o inducen movilizaciones indigenistas dirigidas contra las ¨¦lites criollas. Adem¨¢s, muchas caracter¨ªsticas del populismo tambi¨¦n aparecen en otros espacios geogr¨¢ficos: el presidencialismo estadounidense (modelo del latinoamericano), el bonapartismo franc¨¦s, el estalinismo sovi¨¦tico, el fascismo italiano, el nazismo alem¨¢n, el franquismo espa?ol, el mao¨ªsmo chino... Y actualmente, tanto Berlusconi como Putin o Sarkozy practican un ejercicio del poder que no cabe calificar m¨¢s que de populista.
En realidad, el populismo aparece tanto en dictaduras como en democracias, y ni siquiera se sabe si es de izquierdas o de derechas, progresista o reaccionario. De ah¨ª la confusi¨®n a la hora de definirlo. Por eso se ha propuesto dejar de utilizar tan ambiguo concepto para sustituirlo por otro m¨¢s clarificador. As¨ª, algunos hablan de caudillismo, cesarismo o bonapartismo; O'Donnell postula la etiqueta democracia delegativa y otros, el concepto weberiano de democracia plebiscitaria.
Este ¨²ltimo parece el t¨¦rmino preferible, pues est¨¢ respaldado por la genealog¨ªa hist¨®rica. Seg¨²n Colomer, naci¨® en Francia con la Segunda Rep¨²blica en 1848, cuando por primera vez se eligi¨® presidente con sufragio universal masculino para dar origen al modelo de democracia latina (como alternativa a los otros dos tipos, anglosaj¨®n y n¨®rdico). Y su principal beneficiario fue Luis Bonaparte, quien una vez elegido presidente por abrumadora mayor¨ªa logr¨® ser investido como emperador vitalicio a fuerza de sucesivos referendos plebiscita-rios, hasta acabar por ser vencido por Bismarck en Sed¨¢n, lo que precipit¨® su ca¨ªda en 1870. Pero entretanto desarroll¨® una revoluci¨®n desde arriba que moderniz¨® Francia, edific¨® un imperio colonial e hizo de Par¨ªs la capital cultural del mundo. De ah¨ª que su ejemplo de dominaci¨®n plebiscitaria se erigiera en un modelo a imitar por todas las sociedades de cultura latina, como las iberoamericanas.
Y ¨¦se fue tambi¨¦n el modelo que habr¨ªa de inspirar el concepto weberiano de democracia plebiscitaria. Es una variante del presidencialismo en la que no hay separaci¨®n de poderes y toda la autoridad se concentra en la persona del dirigente electo ante el fracaso del sistema representativo. Pues cuando las masas populares no se sienten bien representadas en sus intereses reales por las instituciones pol¨ªticas (los partidos, el Parlamento y los aparatos burocr¨¢ticos del Estado), necesitan confiar sin mediaciones en alg¨²n dirigente cuyas caracter¨ªsticas personales (origen familiar, extracci¨®n social, capacidad de expresi¨®n, carrera profesional) le hagan merecedor de la confianza popular. Entonces las elecciones se convierten en plebiscitos personales, el combate por el favor del p¨²blico suplanta al debate de programas y la pol¨ªtica se decide en funci¨®n de la ret¨®rica medi¨¢tica (Stefan Breuer).
Pero este populismo no es un factor desnaturalizador de la de-mocracia, sino un efecto causado por la crisis de la representaci¨®n pol¨ªtica. Cuando el Estado de partidos fracasa, el vac¨ªo de legitimidad que as¨ª se crea es suplantado por la personalizaci¨®n de la pol¨ªtica. De aqu¨ª arranca la doble matriz del populismo: del colapso del sistema representativo y de la capacidad personal del dirigente para dar respuesta al impasse, conect¨¢ndose de t¨² a t¨² con el pueblo soberano sin mediaciones institucionales ni partidarias.
Es el caso de Putin o Sarkozy (heredero directo de Luis Bonaparte), que ante el marasmo de Rusia o de Francia han sido capaces de dirigirse al pueblo en persona para ganarse su confianza y movilizarlo sin instituciones intermediarias. Y lo mismo ocurri¨® con Ch¨¢vez: ante el fracaso del sistema de partidos, ¨¦l supo erigirse en el ¨²nico interlocutor del pueblo sin mediaciones institucionales, adquiriendo as¨ª un capital pol¨ªtico personal e intransferible. El problema es que luego no ha sabido invertir ese capital pol¨ªtico en la modernizaci¨®n y el desarrollo institucional de Venezuela, pues ha preferido dilapidarlo en est¨¦riles ejercicios de iconoclastia antisistema, dividiendo al pueblo en una polarizaci¨®n autodestructiva.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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