Ingo Maurer en el pa¨ªs de las maravillas
Los grandes lo saben: las cosas m¨¢s complejas se explican con palabras sencillas. As¨ª es y as¨ª se comporta Ingo Maurer, un alem¨¢n hijo de pescador que naci¨® con un don en los ojos. Donde su padre y sus colegas ve¨ªan oleaje y temporales, ¨¦l ve¨ªa r¨¢fagas luminosas, juegos de luz. Hoy, a sus 75 a?os, puede decir orgulloso que se ha pasado la vida jugando. Y en el juego ha reinventado la manera de mirar la luz. Sus l¨¢mparas, m¨¢s all¨¢ de iluminar, cuentan historias. Y se relacionan con el usuario como si ¨¦ste fuera una parte esencial para completar la luminaria. No es un decir. Al entrar en el antiguo Pabell¨®n Austriaco de Barcelona, donde tiene su sede la empresa Santa & Cole, la proyecci¨®n de una balsa de peces tropicales hace de alfombra. Para entrar hay que pisarla y, al hacerlo, los peces se espantan. El visitante no s¨®lo juega con el ingenio de Maurer, lo altera. En parte, lo decide. Y es as¨ª, con esa mezcla de contrastes entre el pedestal art¨ªstico y los juegos de ni?os, entre la alta tecnolog¨ªa y la artesan¨ªa, entre el object trouv¨¦ y el pan de oro, donde Maurer se encuentra a gusto. Y donde tiene su sitio. Un sitio con alas. Porque no es ¨¦ste un dise?ador que permanezca mucho tiempo haciendo lo mismo. Lo suyo es el lenguaje de los insaciables: la invenci¨®n continua. Y la exposici¨®n de Barcelona, que coincide con la que hasta enero puede visitarse en el Museo Cooper Hewitt de Nueva York, ilustra esa historia con luces, sombras, colores y magia.
"La mayor¨ªa de los dise?adores de l¨¢mparas sigue produciendo el mismo tipo de objeto a pesar de que las fuentes de energ¨ªa cambian"
Maurer es una rara avis en el mundo del dise?o. Lo que Duchamp hizo en el arte, ¨¦l lo llev¨® a las l¨¢mparas cuarenta a?os despu¨¦s
Ingo Maurer es una rara avis en el mundo del dise?o. Lo que Marcel Duchamp hizo en el del arte, ¨¦l lo llev¨® al de las l¨¢mparas cuarenta a?os despu¨¦s. As¨ª, pionero en la descontextualizaci¨®n de objetos (en sus luminarias utiliza desde botellas de Campari hasta cucharas o platos rotos), tambi¨¦n ha sido precursor de la l¨ªnea del dise?o-arte que hoy se vende menos en las tiendas que en las galer¨ªas de arte, aunque ¨¦l no quiera entrar en ese circuito. Reniega de las clasificaciones, pero no le importan las etiquetas. S¨®lo quiere seguir jugando. Y, con cuarenta a?os de tablas, cada d¨ªa lo hace m¨¢s. La leyenda cuenta que vio la luz una tarde de resaca en una pensi¨®n de Venecia. Ve¨ªa doble y del techo, sobre el camastro, colgaba una bombilla desnuda: "Me pareci¨® lo m¨¢s hermoso del mundo: una caja de cristal para un destello de luz", recuerda hoy en Barcelona. Su primera l¨¢mpara, Bulb, de 1966, era eso: un homenaje a Edison, una bombilla gigante. Luego, en la que es una de sus piezas m¨¢s famosas, le puso alas a otra bombilla y comenzaron los nombres italianos. La pieza se llama Lucellino porque la vida de Maurer es una historia de amor entre Nueva York, donde vivi¨® muchos a?os, e Italia, donde es una instituci¨®n aunque ning¨²n fabricante italiano haya conseguido producir sus dise?os. Desde aquella tarde en Venecia, Maurer se lo hace todo solo. Dibuja, piensa, busca, produce -todas las l¨¢mparas son semiartesanales-, empaqueta y distribuye. Solo, con sus sesenta empleados, "casi todos sin formaci¨®n acad¨¦mica, pero con buenas manos". En el mundo de los n¨²meros, su segunda mujer, Jenny Lau, tiene un papel fundamental. Dec¨ªa Emily Dickinson que la esperanza es una cosa con alas. Y Maurer, cuando explica que su mujer lleva las cuentas de su empresa, puntualiza que a ¨¦l le dio alas. M¨¢s alas. Y m¨¢s bombillas. En otro homenaje a Edison, Maurer hizo desaparecer la bombilla, pero, abracadabra, el usuario la hace reaparecer despu¨¦s, seg¨²n donde se sit¨²e, como un fantasma en forma de holograma.
Tras cuarenta a?os firmando l¨¢mparas para las calles de Nueva York, para monumentos como el Atomium de Bruselas, instalaciones para el aeropuerto de Ottawa, en Canad¨¢ -junto a Sol Lewitt y Richard Serra-, o piezas individuales, cree que "el que mira es el que decide lo que importa. No quiero ser un dictador. Busco una relaci¨®n con la gente", dice. Y no le importa que exista el riesgo de que lo malinterpreten: "El riesgo es una cosa muy importante en la vida. Quien no arriesga vive menos". "Creo que es importante ser generoso. No quiero que se me clasifique como artista. Sobre todo soy alguien que hace cosas. Y estoy contento as¨ª". Maurer estudi¨® dise?o gr¨¢fico y lleg¨® a trabajar como grafista, pero lleva cuatro d¨¦cadas haciendo s¨®lo l¨¢mparas. Su frescura obedece a trabajar sin ideas preconcebidas y con los ojos m¨¢s abiertos al mundo que a las revistas de dise?o. Va por libre. Es un caso aparte. En cuarenta a?os, ha aprendido "la importancia de la oscuridad". Igual cuelga s¨¢banas y les da luz o hace flotar un huevo en agua luminosa al tiempo que lidera la revoluci¨®n LED (Light Electric Diode), "una fuente de luz m¨¢s limpia, consumidora de menos energ¨ªa, pero todav¨ªa cara de instalar". Se necesita bastante valor para que alguien que vive de hacer algunas de las l¨¢mparas m¨¢s sugerentes del mundo haya puesto tanto inter¨¦s en investigar la desaparici¨®n de la l¨¢mpara. Eso fue lo que present¨® en la ¨²ltima feria de Mil¨¢n. La luz surg¨ªa del papel pintado. La estancia estaba iluminada. Y no hab¨ªa l¨¢mpara. Todav¨ªa no se vende porque resulta caro, pero, hallada la tecnolog¨ªa, es cuesti¨®n de tiempo. "La mayor¨ªa de los dise?adores de l¨¢mparas sigue produciendo el mismo tipo de objeto a pesar de que las fuentes de energ¨ªa cambian. No piensan que otra expresi¨®n es posible", dice. Con todo, ¨¦l cree que nos ser¨¢ f¨¢cil vivir sin l¨¢mparas. "Emocionalmente costar¨¢ dar el paso. Una l¨¢mpara sigue siendo hoy como una vela, algo arcaico, aunque en la mesa, tal como la emplean en los restaurantes, te desdibuje la cita rom¨¢ntica", explica con una sonrisa. ?l cuelga sus velas. La l¨¢mpara Fly, Candel, Fly, es eso: una vela que vuela. Sin alas. Suspendida del techo.
Maurer comparte con otros dise?adores la idea de que la bombilla incandescente da la mejor luz: "En Australia se prohibir¨¢ su uso en tres a?os. Obligar¨¢n a usar las de bajo consumo. Esa bombilla da una luz mortecina que no hace feliz. Yo preveo un boom de los psiquiatras. Se puede ahorrar m¨¢s energ¨ªa si somos conscientes de c¨®mo la usamos. Tenemos que rescatar nuestras emociones", exclama. Maurer hace cosas extraordinarias con recursos ordinarios: latas, coladores y hasta ratas. En la Fundaci¨®n Cartier, en 1999, utiliz¨® hasta basura. "No quiero provocar. Quiero hacer pensar", dice. Pero incluso en ese mensaje que trata de despertar al p¨²blico, Maurer cuida la est¨¦tica: "No quiero ser agresivo con el mundo". Tiene una l¨¢mpara con ratas en jaulas de oro. Memorias de Shanghai ?o era El Cairo?, se llama. Sus piezas cuentan historias con humor y sin agresividad. ?Dise?a luces o experiencias? Siempre contesta lo mismo cuando le preguntan si lo que hace es arte o dise?o: "Depende de qui¨¦n lo mira y de c¨®mo lo mira". Artista o dise?ador, ha expuesto en el Pompidou, en el MOMA y en los principales museos, pero tambi¨¦n es empresario. Jenny Lau cuadra la empresa. Y cuida las alas. Para Ingo Maurer, la luz es "el pa¨ªs de maravillas".
Ingo Maurer. Stop making sense. Santa & Cole. Sant¨ªsima Trinidad del Monte, 10. Barcelona. Hasta el 14 de febrero de 2008.
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