El viajero que huye
Y de qu¨¦ hu¨ªa Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n? ?Esa actividad fren¨¦tica ad¨®nde le llevaba, de d¨®nde le nac¨ªa? ?De d¨®nde le ven¨ªa la rapidez? ?Y el humor, y el conocimiento?
Anna Sell¨¦s, su mujer, cree que Manolo hu¨ªa del tiempo, y de la enfermedad, de la tremenda impresi¨®n que le caus¨® la larga agon¨ªa de su madre, Rosa, muerta en 1988, a los 72 a?os, una agon¨ªa que dur¨® desde que ten¨ªa 59. Cuando ¨¦l mismo cumpli¨® 50, ya puso por delante de su vida la tragedia de la edad, y Anna se enfureci¨®: "?Si a¨²n est¨¢bamos llenos de vida!". Y luego se enfureci¨® ¨¦l, cuando lleg¨® a casa abatido por la muerte de su amigo Terenci Moix, fallecido en abril de 2003, unos meses antes de que el viajero Montalb¨¢n cayera en Bangkok, a los 64 a?os; Terenci no se cuidaba, fumaba como un carretero, "se ha suicidado". Anna se lo dijo con todas las letras: "Pues t¨² vas por el mismo camino". Entonces ¨¦l fue quien se enfureci¨®.
Premonitorio como muchos poetas, anunci¨® esa muerte tan temida en un poema incluido en 'Pero el viajero que huye'
Escrib¨ªa tanto y tan r¨¢pido porque tem¨ªa perder el empleo. Segu¨ªa teniendo en su memoria la imagen de la penuria
Era un sentimental. La palabra que fue fetiche de su cr¨®nica m¨¢s celebrada era el adjetivo que mejor le iba, dicen Anna y Daniel
Una gran fotograf¨ªa, Manolo subido a una escalera. Carmen Balcells levant¨® la mano y le hizo el gesto del adi¨®s
Ve¨ªa la muerte cerca y lejos. Su padre, Evaristo, muri¨® a los 93 a?os, era de la estirpe de los que duraban mucho, pero ¨¦l, Manolo, cre¨ªa que era de la estirpe de Rosa, y se prepar¨®, aunque no lo dijera, para una desaparici¨®n temprana, aterrado, ¨ªntimamente por la evidencia de la agon¨ªa de su madre.
Era ¨ªntimo, un hombre herido de timidez; su hijo Daniel, que naci¨® hace 41 a?os, cuando la pareja ara?aba la peseta con trabajos de supervivencia, recuerda, sin embargo, a un padre plet¨®rico que cantaba canciones de rock por los caminos de Grecia, gritando, euf¨®rico, en medio del calor del verano mediterr¨¢neo, "?viva Espa?a!", antes o despu¨¦s de discutir de pol¨ªtica con Anna.
Premonitorio como muchos poetas, anunci¨® esa muerte tan temida en un poema incluido en su libro Pero el viajero que huye, que public¨® en 1990, trece a?os antes de que el azar con el que actuaba su coraz¨®n maltrecho le hiciera sucumbir al pie de las escaleras mec¨¢nicas del aeropuerto de Bangkok. Y ¨¦l, que hab¨ªa escrito Los p¨¢jaros de Bangkok, hab¨ªa descrito la premonici¨®n de ese instante que ya convirti¨® sus versos en un epitafio: "El cartero ha tra¨ªdo el Bangkok Post / el Thailand Travel / una carta sellada / la muerte de un ser querido / para la muchacha de mi american breakfast cada ma?ana / aunque he pedido mi carta no estaba / o me la han dado compasivos / con el extranjero que espera vida o muerte / ignorado en un rinc¨®n de Asia / el cartero nunca llama dos veces / viaja en una Yamaha y sonr¨ªe en la ignorancia / de que la distancia / permite a la memoria cumplir nuestros deseos".
El viajero que huye se hab¨ªa preparado para el viaje como siempre hac¨ªa, como si se fuera a comer el mundo..., con una diferencia esta vez. A Anna le dijo, antes de ir: "No creas, me est¨¢ dando un poco de pereza". Eso era ins¨®lito: pereza y Manolo eran dos palabras que no casaban, pero ten¨ªa pereza.
Despu¨¦s de grandes esfuerzos, la edad le convocaba a ciertos descansos, en los que le apetec¨ªa no hacer nada, excepto el compromiso semanal con EL PA?S y algunas otras subsistencias. Pero abandonaba proyectos, libros, novelas, y se iba a su casa en el campo, o se iba a la playa, y luego regresaba como si se hubiera reparado. Hac¨ªa curas de adelgazamiento, se rapaba el pelo, buscaba alg¨²n signo externo que le devolviera en el espejo la se?al de que volv¨ªa siendo otro.
Hab¨ªan estado en Oriente Pr¨®ximo alg¨²n tiempo antes, y ¨¦l hab¨ªa estado en M¨¦xico, en la Feria del Libro, y tras esos viajes sucesivos alguna se?al hubo de que el viajero que huye necesitaba una reparaci¨®n mayor, pero ¨¦l sigui¨® y sigui¨® como si la vida le fluyera por ello. Viv¨ªa como hablaba, o mejor, como escrib¨ªa. Con rapidez y profundidad; su hijo le recuerda como "el hombre de las palabras certeras", y sus amigos le recuerdan como un hombre de c¨®modos silencios.
Su timidez no cortaba, sino que animaba a contar; una vez que superaba los primeros instantes de silencio, se convert¨ªa en un conversador incansable que parec¨ªa tener en su interior una maquinita que le fuera dictando lo que ten¨ªa que decir.
Sus proyectos eran los de una gran productora de ideas: te llamaba para ofrecerte un libro sobre el cambio de pol¨ªtica en Espa?a, y cuando ya el editor hab¨ªa dicho que s¨ª, el libro estaba casi hecho; pero no ten¨ªa negros, ¨¦l era el negro de s¨ª mismo; concertaba citas sucesivas como si la gente se le fuera a escapar; decid¨ªa que deb¨ªa cubrir la visita del Papa a La Habana y buscaba un leitmotiv que convert¨ªa su trabajo en una narraci¨®n en la que a ¨¦l le iba la vida; o decid¨ªa que el subcomandante Marcos no s¨®lo requer¨ªa un tratamiento narrativo de nivel superior sino que adem¨¢s merec¨ªa cari?o y que entonces hab¨ªa que llevarle chorizos y otros productos de su tierra.
Un d¨ªa me dijo que ¨¦l escrib¨ªa tanto y tan r¨¢pido porque tem¨ªa perder el empleo. Ya ten¨ªa muchos, y era acaso el m¨¢s valorado de los periodistas y escritores espa?oles, pero segu¨ªa teniendo en su memoria la imagen de la penuria, la de sus padres acosados por el franquismo, y la suya ofendida por el hambre.
El milagro de su paso de la penuria a cierta comodidad vital lo hizo la revista Triunfo; Anna lo recuerda: los dos estaban en la playa, con Daniel, y recibieron en el verano de 1969 una llamada de C¨¦sar Alonso de los R¨ªos, uno de los redactores jefes de la revista m¨ªtica del antifranquismo. Le ped¨ªa que enviara la serie cuyo proyecto hab¨ªa presentado tiempo antes. Fue Cr¨®nica sentimental de Espa?a. Lo leyeron, recuerda Jos¨¦ ?ngel Ezcurra, el director de la revista, y era "una obra maestra", que levant¨® a Triunfo de una muerte probable. Y situ¨® a Manolo en la primera divisi¨®n del periodismo espa?ol. Le presentaron as¨ª: "Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n tiene tan s¨®lo treinta a?os, cuatro libros y una novela en preparaci¨®n...".
A partir de entonces fluyeron novelas, premios (y castigos), nuevas cr¨®nicas, y pod¨ªa pensarse que un nuevo Manolo, fatuo como tantos de sus compa?eros, pod¨ªa entrar en escena; no fue as¨ª, sino al contrario. Manolo se hizo generoso y franco, ayud¨® a j¨®venes desconocidos y nunca puso antes el precio que el s¨ª.
V¨ªctor M¨¢rquez Reviriego, el otro redactor jefe de Triunfo, lo recuerda luego con esa timidez intacta, y con la misma preocupaci¨®n por el futuro de los que ten¨ªa alrededor. "Ve¨ªas", dice V¨ªctor, "que era una persona que estaba muy dentro pero que no se ocultaba; era verdadero, no decepcionaba nunca. Era un artista en hacer saltar las costuras. Se gan¨® la libertad, la ensanch¨®". Ezcurra: "Era certero, ten¨ªa raz¨®n, era apabullante: le escuchabas hablar, despu¨¦s de que rompiera su silencio que parec¨ªa la piel de un t¨ªmido, y era apabullante". Un hombre equipado "con la frase exacta". Daniel tiene la misma impresi¨®n, y es la del hijo: "Un d¨ªa le fui a ver. No sab¨ªa qu¨¦ hacer, a los treinta a?os. Estaba apabullado. Y ¨¦l me dijo: 'Te apoyar¨¦ en todo. Pero d¨¦jame hacerte esta pregunta: ?c¨®mo vas a abandonar lo que no has hecho?".
Era un sentimental. La palabra que fue fetiche de su cr¨®nica m¨¢s celebrada era el adjetivo que mejor le iba, dicen Anna y Daniel. Y dicen Carina Pons y Gloria Guti¨¦rrez, de la Agencia Balcells, que era su segunda casa. "T¨ªmido, despistado, pero el escritor m¨¢s cumplidor del mundo". Era incapaz de decir que no, y no era s¨®lo porque fuera "amable, delicado, cre¨ªa que estaba en deuda con el mundo", como dice Anna, sino porque sobre ¨¦l pesaba aquella memoria de la penuria, cuando cumplir (con los art¨ªculos, con los reportajes, con los libros) formaba parte de las reglas de la supervivencia.
Con ese esp¨ªritu se fue a la parte de abajo del mundo, a Australia, a Nueva Zelanda, en el oto?o de 2003. Anna no fue, ya hab¨ªa estado con ¨¦l en Oriente Pr¨®ximo; lo monitorizaba cada d¨ªa. "Bien, bien", le respond¨ªa cada vez que ella le preguntaba, en la noche del otro lado, c¨®mo hab¨ªa ido el d¨ªa, c¨®mo iba la salud, qu¨¦ tal fue su cansancio. "Bien, bien". "?Seguro?". La profesora Lilit Thwaites, de la Universidad de La Trobe, en Melbourne, que le recibi¨® en medio de una gira que ¨¦l asumi¨® primero con esa pereza que le dijo a Anna pero que luego se convirti¨® en entusiasmo, se dio cuenta, como otros, de que Manuel estaba bordeando un cansancio que ¨¦l desment¨ªa con una voluntad que juntaba con sus ganas de viajar, de conocer, de vivir a cualquier costa.
Ella, Lilit, le ofreci¨® su ayuda, y la de sus colegas, le vio agitarse (y respirar trabajosamente) en busca de juguetes para su nieto Daniel, le acompa?¨® a cenas y a almuerzos y a comparecencias p¨²blicas, y comprob¨® que Manuel segu¨ªa siendo quien hab¨ªa sido desde que a los 30 a?os la vida le condujo a la fama sin quitarle nunca la incertidumbre; un d¨ªa Lilit vio en la habitaci¨®n de Manuel una apabullante colecci¨®n de pastillas, aunque ¨¦l s¨®lo se quejaba de un insistente dolor de espalda, y ah¨ª, m¨¢s que en sus palabras, ella comprob¨® que tambi¨¦n al escritor le acechaba una enfermedad que luego ser¨ªa la que aceler¨® su pulso, su coraz¨®n y su muerte, el 18 de octubre de 2003.
Su gran preocupaci¨®n, la de siempre, la que dec¨ªa en privado, la que conoc¨ªa Anna, era la misma que sign¨® su preocupaci¨®n cotidiana, la que le hizo escribir a velocidades endiabladas, a cumplir religiosamente con cualquier compromiso, incluido ¨¦ste de Australia y Nueva Zelanda, "no dejar nunca desamparados a los suyos"; viajaba por curiosidad, su cerebro no paraba, se entusiasmaba con los sitios y con la gente, rumiaba desde muy joven, dice Anna, los temas que iban a ser los temas de su vida, y ten¨ªa en su memoria (privilegiada) como una especie de cuaderno de bit¨¢cora en el que se fijaba para ir cumpliendo.
Cumpliendo, cumpliendo, con esa espada de Damocles que finalmente cay¨® sobre su respiraci¨®n y sobre su rostro cansado un d¨ªa aciago de Bangkok, cuando (las casualidades de Manolo) la ciudad en la que hab¨ªa so?ado estaba colapsada por la visita del presidente Bush... Recuperar su cad¨¢ver de la tremenda mara?a administrativa tailandesa fue cosa de Carmen Balcells, su agente, su amiga y su confidente. Anna descubri¨® en un poema, ¨¦se de Pero el viajero que huye, la tremenda premonici¨®n de Manuel, su muerte en Bangkok. El d¨ªa de su entierro civil en Barcelona ella hizo que el poema se leyera ante los amigos que desped¨ªan al viajero; a mi lado estaba Joan Manuel Serrat, llorando, y estaba Juan Mars¨¦, ensimismado. Se hab¨ªa acabado la historia para un hombre que fue quien ven¨ªa y quien hu¨ªa, riendo a veces, entristecido, y que hab¨ªa muerto "ignorado en un rinc¨®n de Asia".
Despu¨¦s de ese entierro estuve con Carmen Balcells, en la casa de ¨¦sta. Ella hab¨ªa colocado una gran fotograf¨ªa, Manolo subido a una escalera, caminando por los pelda?os. En un momento dado, Carmen levant¨® la mano y le hizo el gesto del adi¨®s. Fue un instante que se parec¨ªa a la emoci¨®n con la que le despidi¨® la gente que sab¨ªa que Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n era, mucho m¨¢s que todo lo que fue, un sentimental, el viajero que huye.
La poes¨ªa completa de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n (Barcelona, 1939-Bangkok, 2003), incluyendo su libro Rosebud, que permanec¨ªa in¨¦dito, saldr¨¢ en primavera de 2008 en Seix Barral. Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n. El compromiso con la memoria, editado por Jos¨¦ F. Colmeiro, acaba de publicarse en T¨¢mesis. El montaje teatral Cr¨®nica sentimental de Espa?a, basado en su obra del mismo t¨ªtulo, se representar¨¢ los d¨ªas 11 y 12 de enero de 2008 en M¨¢laga (teatro C¨¢novas), 18 y 19 en Sevilla (Central) y el 2 y 3 de febrero en Granada (Alhambra).
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