Regreso a la Universidad
El otro d¨ªa me arm¨¦ de valor y volv¨ª a la Universidad. Me hab¨ªan advertido de que la iba a encontrar irreconocible, cambiada de arriba abajo y que mucho ojo porque el encontronazo con el mundo universitario luego de tanto tiempo pod¨ªa ser todo un shock cerebral, "sobre todo a tu edad". Pero el verdadero y ¨²nico problema que tuve en mi reencuentro con la Universidad y al cabo de zascandilear decenios fuera de los claustros, incluso muy fuera, en las ant¨ªpodas acad¨¦micas, es que encontr¨¦ todo aquello muy reconocible.
Es cierto que por el lado del alumnado las cosas son muy distintas y todas las actuales y c¨¦lebres teor¨ªas sobre las nuevas generaciones pueden aplicarse al dedillo a los j¨®venes clientes consumidores de ese producto que se llama "Universidad". Desde los logos que lucen sus ropas y suplementos anal¨®gicos y digitales, algunos de marca lujosa, hasta el aburrimiento infinito que al universitario le provoca autom¨¢ticamente cualquier discurso que suene a "teor¨ªa", que siempre y por definici¨®n es sin¨®nimo de rollo viejo. Por ese lado no hubo mayores sorpresas con los alumnos de mi Universidad, y cualquiera que se haya enfrentado a p¨²blicos m¨¢s o menos juveniles, y excuso decir mayoritariamente femeninos, sabe a lo que se expone en las tarimas universitarias o de los centros culturales si te pones en plan te¨®rico, como era obligatorio en mi juventud universitaria.
"All¨ª estaba otra vez aquella maldita Teor¨ªa cr¨ªtica que me persigui¨®"
ME LO DEC?A RECIENTEMENTE los editores m¨¢s vanguardistas del momento espa?ol: los libros te¨®ricos no s¨®lo aburren a las piedras, sino que aburren muy especialmente al lectorado femenino, que es el que mayoritariamente compra libros de ficci¨®n, lee columnas, hace potente y eficaz publicidad viral y escribe cartas al director. Alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que hacer un ensayo rabiosamente te¨®rico, aunque nadie lo publique, para intentar la explicaci¨®n de ese misterio doloroso que ha alejado a las mujeres, dicho en general, del consumo nacional del ensayo en general y de la teor¨ªa muy en particular; y propongo que sea mi buen amigo Vicente Verd¨², que tanto sabe de mujeres y ensaya y teoriza como Dios sobre el mundo actual.
Yo carezco de la m¨ªnima teor¨ªa sobre el rechazo visceral de la teor¨ªa en el alumnado o p¨²blico femenino, pero es un dato que comprob¨¦ y padec¨ª en mi pobre autoestima la ma?ana en que regres¨¦ a mi Universidad: feedback cero. Vale, acepto la derrota, pero ya lo sab¨ªa m¨¢s o menos por mera observaci¨®n extraacad¨¦mica del patio cultural: aquella teor¨ªa de mi juventud universitaria, que entonces era ley de obligatorio cumplimiento, ahora mismo es la enemiga mortal de las j¨®venes generaciones, sobre todo si son chicas.
Ahora bien, el aut¨¦ntico descubrimiento en mi reciente encontronazo universitario fue otro. Fue un antiguo reconocimiento y que ya cre¨ªa olvidado; fue a la salida de mi rollo te¨®rico y se alarg¨® durante mucho tiempo despu¨¦s, cuando de repente redescubr¨ª a los m¨¢s contumaces practicantes en plena era de la globalizaci¨®n de aquellas mismas viejas teor¨ªas que yo hab¨ªa mamado all¨ª, cuando era cliente macho. Y si el alumnado pasaba ol¨ªmpicamente de la teor¨ªa, resulta que el profesorado, pero no el que tan amablemente me invit¨®, todav¨ªa profesaba una fe ciega, incluso carbonera, no s¨®lo en la Teor¨ªa, escrita as¨ª, en may¨²scula singular, pero a?adi¨¦ndole naturalmente y como entonces el sufijo "cr¨ªtica". All¨ª estaba otra vez aquella maldita Teor¨ªa cr¨ªtica que me persigui¨® y monitore¨® durante toda la guerra fr¨ªa y hasta mucho despu¨¦s de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn.
El alumnado pasaba de cualquier teor¨ªa, sobre todo el femenino, pero cierto profesorado de ideolog¨ªa ¨²nica me exigi¨® a la salida y durante varios d¨ªas explicaciones te¨®ricas sobre mi bochornoso abandono de la Teor¨ªa cr¨ªtica, y s¨®lo, cre¨ª entender, porque en vez de pronunciar en mi fr¨ªvola charla la palabra "revoluci¨®n", la hab¨ªa sustituido por el t¨¦rmino "mutaci¨®n".
Y AH? MISMO, ya digo, volv¨ª a reconocer en todo su esplendor mis posadolescentes a?os universitarios. Yo recuerdo aquella Universidad de mi juventud, ante todo, por el empacho de aquella teor¨ªa cr¨ªtica de origen alem¨¢n a la que est¨¢bamos sometidos ma?ana, tarde y noche, y sobre todo por la vigilancia implacable que los comisarios pol¨ªticos ejerc¨ªan sobre nuestras teor¨ªas p¨²blicas o privadas. Poco importa que en todo este tiempo la teor¨ªa de la Escuela de Francfort se haya ido al carajo acad¨¦mico m¨¢s total, que la Uni¨®n Sovi¨¦tica ya no exista, o que s¨®lo existan las pr¨¢cticas nada te¨®ricas del tambi¨¦n ex comisario Putin, que el llamado "bloque del Este" haya practicado estos a?os las m¨¢s indecentes formas y f¨®rmulas de enriquecimiento salvaje capitalista o que el conocimiento sea la materia prima de la globalizaci¨®n.
Mientras los alumnos y sobre todo las alumnas odian las teor¨ªas del siglo pasado por estos u otros motivos y est¨¢n de lleno y por generaci¨®n espont¨¢nea en lo que ya se llama, bendita sea, la After Theory, cierto profesorado, pero no s¨®lo el de mi vieja Universidad, sigue practicando las teor¨ªas de Maricasta?a y contin¨²an agarrados con el mismo fervor de entonces a las mismas may¨²sculas oxidadas de su juventud.
Un consejo desinteresado. Por mucha nostalgia que tengas, nunca regreses a tu vieja Universidad porque all¨ª encontrar¨¢s lo peor de tu idealizada juventud y ninguna chica nueva. Pero recuerda sobre todo que all¨ª, agazapados en el p¨²blico, est¨¢n observ¨¢ndote y vigil¨¢ndote los mismos comisarios pol¨ªticos de los que un d¨ªa cre¨ªste haberte liberado para siempre.
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