El secreto de los cuentos
Shakespeare dec¨ªa que el amor es demasiado joven para tener conciencia, y as¨ª debe ser la lengua literaria: una lengua arrebatada a los sue?os, demasiado joven para saber lo que dice. Todos los cuentos tienen que ver con el amor, que es encantamiento, atenci¨®n, desvelo... Y, sobre todo, alegr¨ªa. Hacer posible lo que no lo parece, reestablecer el reino de la posibilidad, eso es lo que entiendo por alegr¨ªa. Y esa alegr¨ªa est¨¢ en todos los grandes cuentos, y es l¨®gico por ello que queramos que los ni?os los lean. Y lo mejor para lograrlo es predicar con el ejemplo. Es decir, hacer que la lectura y los libros pasen a ser algo tan natural y gozoso para ellos como ver a su madre haciendo un bizcocho. Creo que no hay escena m¨¢s maravillosa, m¨¢s misteriosa, para un ni?o, pues inevitablemente cuando ve a esa persona querida ensimismada en las p¨¢ginas de un libro no puede dejar de preguntarse qu¨¦ es lo que hace en realidad y en qu¨¦ ocupa sus pensamientos. Adentrarnos en los pensamientos secretos de los seres que amamos, eso es lo que nos permiten los cuentos. Y lo maravilloso es poder leerlos, o escucharlos, como si fuera la primera vez que se hace en el mundo, sin saber nada de ellos: ni siquiera la ¨¦poca en que fueron escritos, ni siquiera el idioma, si est¨¢n traducidos o no. Poder leerlos, como se escucha una historia en la oscuridad, confiando que nos traiga noticias de lo que amamos, que nos consuele de esa oscuridad, que nos ofrezca motivos para seguir viviendo...
Los escritores recurren con frecuencia a historias desoladoras para narrar el amor a la vida Los verdaderos cuentos son los que guardan la memoria de las andanzas del alma
Y es curioso que la mayor¨ªa de las veces para transmitirnos este amor a la vida los escritores tengan que recurrir a historias desoladoras. Cervantes nos dice que debemos amar los sue?os, pero su libro termina con la derrota del caballero que sue?a. Y Andersen, ?qu¨¦ decir de ¨¦l? Su gran tema es la tristeza. Es cierto que la tristeza forma parte del hombre, y que por eso, como dec¨ªa Monterroso, todas las grandes historias son tristes. Pero en Andersen hay un grado m¨¢s, y su obra se propone como una exploraci¨®n de ese continente inmenso, tan terrible como dulce, que es la tristeza humana. Y sin embargo pocos autores han sido capaces de escribir historias m¨¢s conmovedoras y consoladoras que las suyas. Pensemos en La sirenita, por ejemplo. Su gran tema es el amor. El amor como aventura, como entrega, como sacrificio. Su personaje abandona todo cuando tiene y es -su identidad, su vida, su territorio-, para partir en busca de ese otro que ama. En un mundo que hace de la identidad, personal, nacional, ling¨¹¨ªstica, la cuesti¨®n esencial, no puede haber una historia m¨¢s necesaria que ¨¦sta. No creo que exista posibilidad de vivir sin aventurarse m¨¢s all¨¢ de lo que conocemos y lo que creemos ser, y en eso La Sirenita es un personaje ejemplar. Quiere tener adem¨¢s un alma inmortal. ?Fracas¨® en su intento? Yo creo que no, porque logra tener una historia por la que siempre ser¨¢ recordada. Y ese mundo de los cuentos es el que elige el alma para aparecer en el mundo.
Me acuerdo de la par¨¢bola de las v¨ªrgenes prudentes y necias. Las primeras guardaban su aceite esperando la llegada del novio que habr¨ªa de llevarlas a la boda; las segundas, se entreten¨ªan en la noche llevando su lamparita encendida, de forma que cuando llegaba el novio hab¨ªan gastado su provisi¨®n de aceite y no pod¨ªan seguirle. ?Con cu¨¢l de ellas nos quedamos? Si lo hacemos con las prudentes, nos perdemos el gozo de ese deambular en la noche; si lo hacemos con las necias, nos quedamos sin boda... Creo que las grandes historias son las que aciertan a combinar ambos mundos. El personaje de Peter Pan pertenece al mundo de las v¨ªrgenes necias, pero Wendy es una virgencita prudente; y lo mismo pasa con Don Quijote y Sancho. Una vez se me ocurri¨® decir un poco en broma que el narrador era un perverso con coraz¨®n candoroso, pero es lo que creo de verdad.
La raz¨®n ¨²ltima por la que contamos a un ni?o una historia es buscando su felicidad. No creo que haya una raz¨®n de m¨¢s peso para cont¨¢rsela. Hay otras: que les ense?en a ser generosos, a amar la naturaleza y a los animales, a confiar en los que quieren, a no tener miedo. Pero lo esencial es que les haga felices escucharla. Si no, ?para qu¨¦ se la contar¨ªamos? Es como cocinar ciertos platos para ellos. Lo hacemos porque necesitan alimentarse, pero ese mundo de bizcochos, tartas de chocolate, natillas y leche frita, pertenece a lo que antes llam¨¦ el mundo del alma. Y el alma es la parte menos doctrinal y previsible del hombre, porque ama vivir sin porqu¨¦s. Borges dec¨ªa que quien escribe para ni?os puede quedar contaminado de puerilidad, y es cierto. Pero no lo es menos que el problema no est¨¢ en los riesgos que se corren sino en c¨®mo se logran salvar. Adem¨¢s, ?qu¨¦ es ser pueril? Somos pueriles cuando jugamos con un ni?o peque?o o cuando paseamos con un perro. Somos pueriles cuando amamos a alguien, cuando nos arreglamos para ir a una fiesta o cuando bailamos, y lo seremos definitivamente cuando nos hagamos ancianos. Don Quijote es pueril, y muchos personajes de Kafka tambi¨¦n lo son. Incluso me atrever¨ªa a decir que la lectura es un acto pueril, ya que nos instala en el mundo de la irrealidad. En ese caso, ?por qu¨¦ habr¨ªa de ser mala? La puerilidad no se confunde con la ni?er¨ªa. Tenemos vidas reales pero nos enamoramos de vidas irreales.
En cierta forma el anhelo de belleza tambi¨¦n es pueril. No nos basta, por ejemplo, con que los libros merezcan la pena, nos gusta tambi¨¦n que sean hermosos, que alegren nuestra vista. Y esto lo saben bien los editores de libros. Es importante que el ni?o los vea como lo que son, objetos semejantes a un cofre maravilloso, una l¨¢mpara que oculta un genio o una alfombra voladora... Todos esos objetos, como les pasa a los libros, tienen una doble naturaleza. Son a la vez objetos comunes, que forman parte de nuestra vida cotidiana, una l¨¢mpara, una alfombra, un ba¨²l; pero, a la vez, son puertas, lugares de tr¨¢nsito, que nos comunican con otros mundos. Pero las puertas siempre han sido lugares sagrados. El escritor japon¨¦s Haruki Murakami nos cuenta en uno de sus libros que los chinos enterraban en el umbral de las puertas de sus ciudades huesos de antiguos guerreros y sacrificaban perros para que su sangre los vivificara y as¨ª pudieran defender mejor sus accesos. Las puertas comunican los distintos mundos, y ¨¦sa es la funci¨®n de la literatura. En cierta forma, todos los grandes libros tienen algo de sagrado. Y ese car¨¢cter viene precisamente de su poder para vincular mundos que estaban separados: el mundo de los vivos y el de los muertos, el de los adultos y los ni?os, el de los hombres y el de los animales, el del hombre y la mujer... Y es el alma, nuestra alma, quien realiza esos viajes. Podr¨ªamos decir que los verdaderos cuentos son los que guardan la memoria de esas andanzas del alma. El emperador Adriano dijo que era un hu¨¦sped caprichoso. Contamos historias para que esa "peque?a alma vagabunda y dulce" siga a nuestro lado en el mundo. O mejor dicho, los cuentos son la prueba de que sigue aqu¨ª, con nosotros. Cuando el mundo deja de contarnos cosas es porque nuestro hu¨¦sped se ha ido...
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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