Una Beretta con una sola bala
Apr¨¨s moi le d¨¦luge es la nueva y espl¨¦ndida obra de Ll¨¹isa Cunill¨¦, en el Lliure hasta el 13 de enero: no se la pierdan. Si con Barcelona mapa de sombras peg¨® la campanada, me apuesto algo a que con ¨¦sta va a consagrarse. De entrada, ya se la han pedido para el Royal Court de Londres. Y cerrar¨¢ temporada (un mes, del 29 de mayo al 6 de julio) en el Valle-Incl¨¢n. La acci¨®n transcurre en una habitaci¨®n de hotel en Kinshasa, en el Congo. Sus protagonistas son un traficante de altos vuelos camuflado de hombre de negocios y una int¨¦rprete alegre y muy bronceada, ambos europeos, que interpretan Andreu Benito y Vicky Pe?a. El hombre se forra vendiendo colt¨¢n, ese mineral con el que se fabrican desde m¨®viles a misiles nucleares. El tr¨¢fico es sencillo: "Los aviones llegan cargados de armas y se van con colt¨¢n, y oro, y diamantes". La int¨¦rprete habla quince idiomas, sobre todo los dialectos africanos. Nunca sale de la zona hotelera. Durante un buen rato ignoramos lo que el hombre quiere de ella. No sabemos si su interrogatorio es una estrategia de seducci¨®n o una muestra de extrema desconfianza. O ambas cosas. La mujer estuvo casada y su marido la abandon¨®. "Despu¨¦s de m¨ª, el diluvio", dijo el tipo, larg¨¢ndose a la francesa.
Ll¨¹isa Cunill¨¦ ha de conseguir interesar, al mismo tiempo, al traficante y al espectador. Por el sistema m¨¢s antiguo y m¨¢s efectivo: contando una buena historia
El t¨ªtulo, lo ¨²nico que no me gusta de la obra, alude a la famosa frase de Luis XV, y tambi¨¦n a la del presidente Mobutu antes de dejar Brazzaville, tras el golpe de Estado. Luego ella se gan¨® la vida durante un tiempo como cantante, en cruceros de lujo. El traficante hab¨ªa sido pintor, en Par¨ªs, en su lejana juventud. Ahora est¨¢ muy enfermo y tiene el cuerpo surcado de cicatrices (cuchillo, l¨¢tigo, bistur¨ª) y una Beretta con una sola bala. Se la dio un presunto amigo tras abandonarle en la selva, ese lugar que "en ?frica nunca se sabe d¨®nde empieza ni d¨®nde acaba". La mujer tuvo un aborto. Un marabout, un brujo africano, cuenta, le extrajo el esp¨ªritu de su hijo, "que todav¨ªa estaba en mi interior".
La obra habla, pues, de ?frica, del ?frica invisible. Y de esp¨ªritus. Y de padres e hijos. Hay una tercera persona en la habitaci¨®n. Un viejo negro, de un poblado del norte. Tambi¨¦n est¨¢ muy enfermo y llega para proponer un ¨²ltimo negocio. Ha ahorrado durante un a?o para este viaje, para este encuentro. Pero no le vemos: ¨¦se es el truco (o el ingenio) central de la obra. El viejo entiende el idioma del traficante, pero s¨®lo habla en kiluba, de ah¨ª la necesidad de la int¨¦rprete, que a partir de ese momento se convertir¨¢ en su voz. No revelaremos lo que realmente quiere, pero s¨ª lo primero que pide: una vida nueva para su hijo en el opulento primer mundo. ?C¨®mo conseguir¨¢ este anciano paup¨¦rrimo que el traficante acceda a sus demandas, que no le eche de all¨ª a los diez minutos? En la respuesta radica la clave y la grandeza de la obra.
Ll¨¹isa Cunill¨¦ ha de conseguir interesar, al mismo tiempo, al traficante y al espectador. Por el sistema m¨¢s antiguo y m¨¢s efectivo: contando una buena historia, con densidad, con sucesivas inc¨®gnitas e imprevisibles revelaciones; una historia que parece concebida al alim¨®n por Isaak Dinesen y Henning Mankell. Y hablarnos de ?frica, de la explotaci¨®n, del horror, sin pegarnos un serm¨®n. La direcci¨®n de Carlota Subir¨®s es minuciosa, detallista y eminentemente sensata, y las interpretaciones son muy notables, pero me temo que la funci¨®n exige otra cosa. A Vicky Pe?a le exige nada m¨¢s y nada menos que una transustanciaci¨®n en tres fases. La invisibilidad del viejo no es, desde luego, una met¨¢fora literal ni una triqui?uela para ahorrarse un actor. Vicky Pe?a ha de "entrar" como europea, ser lentamente pose¨ªda por el esp¨ªritu del viejo, y regresar de nuevo a su fase primera, como una m¨¦dium. O la quintaesencia del perfecto int¨¦rprete: convertirse, durante el tiempo de la traducci¨®n, en el otro, y despu¨¦s olvidarlo todo. Por oficio y, redondeando la met¨¢fora, por europea.
Siendo el viejo, desde luego, ha de hipnotizar al oyente con su relato. No es un confite el envite: es un reto de narices, y en mi opini¨®n s¨®lo llega a ese estado en el impresionante tercio final, cuando descubrimos lo que el visitante ha venido a buscar y a ofrecer. Carlota Subir¨®s apoya el gran momento con un sugestivo efecto de luz (gentileza de Mingo Albir), siluete¨¢ndola de modo que recuerda a una estatua de Giacometti, o al negro tot¨¦mico de Yo anduve con un zombie. Lo malo es que la progresiva y un tanto adormecedora penumbra empieza en un tramo peliagudo, cuando parece (s¨®lo parece) abrirse un agujero o una planicie en el centro de la obra, corriendo el riesgo de perder la atenci¨®n del p¨²blico: ¨¦se es el momento en el que Vicky Pe?a debe lanzarse a fondo. En la funci¨®n que yo vi la zambullida todav¨ªa no se produce. Tengo ganas de volverla a ver m¨¢s adelante: su viaje no ha hecho sino comenzar.
Por lo que respecta a Andreu Benito, el problema es que este actor es un lince de largo recorrido y el texto pide un guepardo. Benito est¨¢ siempre estupendo en la gama Fernando Delgado, para entendernos: mitad perdedor mitad so?ador, m¨¢s o menos amargo, m¨¢s o menos sarc¨¢stico. El Francis Hardy de Faith Healer, el Amalfitano de 2666, el marido de La cantante calva en McDonald's, el padre de Una copia. O devorado por una pasi¨®n, a condici¨®n de que sea antigua: el Astrov de T¨ªo Vania. A la que se descuida cae en una cierta apat¨ªa f¨ªsica que lleva aparejada una leve monoton¨ªa verbal. Cuando se libere de esos descuidos ser¨¢ un fuera de serie. El traficante de Apr¨¨s moi le d¨¦luge est¨¢ acabado, de acuerdo, pero tiene una furia interior todav¨ªa viva, un carb¨®n encendido en la tripa, pese al alcohol y la enfermedad. Benito insufla al personaje una mirada a la que nada parece escap¨¢rsele, y una soberbia manera de escuchar con todo el cuerpo, aunque el norte de su viaje, que tambi¨¦n acaba de empezar, deber¨ªa ser el peligro. El aura, la exhalaci¨®n del peligro. Ha de convencernos, como cuando el viejo le vio por primera vez en el bar del hotel, de que a¨²n puede lograr, sin aparente esfuerzo, que los peores tiburones de ?frica coman en su mano. -
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