Una noche en la ¨®pera
Tengo entendido que el gusto por la ¨®pera precisa de un arduo y met¨®dico aprendizaje. Hay que ir asimilando poco a poco un espect¨¢culo cuyo funcionamiento se resiste a ser comprendido sin m¨¢s, sobre todo por lo que tiene de espect¨¢culo basado en la alianza de distintas figuraciones del arte.
Confieso que yo todav¨ªa no he conseguido pasar en este sentido de unas lecciones muy rudimentarias, no s¨¦ si debido a mi poca experiencia o a mi mucha ineptitud. Por lo visto alcanzar a valorar una ¨®pera es ejercicio que se contradice con los apresuramientos; al que va deprisa puede sucederle lo peor: que no llegue nunca a saber por d¨®nde anda, y eso se parece mucho a un fracaso.
Lo digo porque hace unos d¨ªas asist¨ª a una ¨®pera por segunda vez en mi larga vida. La primera ocurri¨® en Sevilla, hace cosa de veinte a?os, y no conservo de ese bautizo m¨¢s que una difusa impresi¨®n de desconcierto, quiz¨¢ m¨¢s bien de suspicacia. Ni acababa de identificarme con lo que presenciaba ni me parec¨ªa posible sustraerme a un poderoso sentimiento de irrealidad.
?C¨®mo compartir algo que me resultaba tan ajeno, tan artificioso? De modo que nada pod¨ªa ser menos favorable para sacar conclusiones juiciosas. Tambi¨¦n es muy posible que entre los ingredientes de mi sensibilidad no figure la especializaci¨®n para entender la ¨®pera. O para entender toda esa conjunci¨®n de atribuciones art¨ªsticas que comparecen en la ¨®pera.
Acabo de hacer una comprobaci¨®n muy ilustrativa a este respecto. He repasado los libretos de las dos ¨²nicas ¨®peras que conozco: Carmen y Tancredi. El resultado ha sido descorazonador. Se trata de dos textos literalmente mediocres. El relato de Merim¨¦e que propici¨® la ¨®pera Carmen es un acabado ejemplo de insignificancia ret¨®rica y fantas¨ªa moruna. Y el arreglo literario para la ¨®pera merma, si cabe, el escaso valor del original. En cuanto al libreto de Tancredi (versi¨®n de Ferrara), basado en la tragedia del mismo nombre de Voltaire, mi opini¨®n no mejora mucho de la que me suscit¨® Carmen. De lo que se deduce una obviedad: que es el concurso de la partitura y el canto, y en modo alguno el de la literatura, los que determinan sin reservas el fundamento art¨ªstico de una ¨®pera. Seguro que de eso no dudan ni los medianamente adeptos. La Carmen de Bizet o el Tancredi de Rossini no tienen nada que ver con la Carmen de Merim¨¦e o el Tancr¨¨de de Voltaire, que son decididamente insulsos. O sea, que insisto en lo mismo: en que la m¨²sica y la voz ocupan todo el espacio de esa suntuosidad comunicativa que se armoniza en la ¨®pera. Lo dem¨¢s es accesorio.
Cantar una historia ya es, desde luego, una ficci¨®n excesiva. Y si adem¨¢s esa historia cantada es de ¨ªndole tragic¨®mica o melodram¨¢tica, la ficci¨®n adquiere el rango de una poco cre¨ªble escenificaci¨®n de exaltaciones y pasiones. Por supuesto que existen otros atractivos teatrales -desde la coreograf¨ªa a la decoraci¨®n, desde el montaje al vestuario-, pero nada de eso me ayuda a la hora de emitir un juicio ponderado sobre la ¨®pera. En cualquier caso, lo ¨²nico que me parece indisputable es la est¨¦tica general del espect¨¢culo. Cuando se levanta el tel¨®n, todo parece subordinado al prestigio representativo de un mundo no por inveros¨ªmil menos seductor. Lo que pasa es que todav¨ªa me quedan unas cuantas ¨®peras para que yo sea tambi¨¦n uno de los seducidos.
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