Pol¨ªtica en el patio de butacas
Es complicado delimitar las esencias, claves y contenidos del cine pol¨ªtico, encontrar el certificado de autenticidad que acredita la pertenencia a g¨¦nero tan concienciado y prestigioso seg¨²n las ¨¦pocas. Los gustos electivos del espectador no tienen ning¨²n problema al decidir si quieren ver una comedia, un western o cine negro, pero no conozco a nadie cuya agenda cin¨¦fila y estado de ¨¢nimo le aliente a ver puntualmente una pel¨ªcula pol¨ªtica. Y, por supuesto, no hace falta poseer doctorados en marxismo y en interpretaciones profundas de la realidad para poseer la certidumbre de que todo el cine es pol¨ªtico, aunque los propios autores lo ignoren. No lo niego, pero tampoco acabo de entenderlo. Me ocurre lo mismo que con cuestiones tan aparentemente di¨¢fanas e incontestables como la del ser y la nada, el enigma de la Sant¨ªsima Trinidad y las historias de Perogrullo.
A finales de los a?os sesenta el g¨¦nero del cine pol¨ªtico adquiere un fatigoso protagonismo y duradera moda en Italia, Francia y Latinoam¨¦rica
El cine norteamericano no llev¨® luto por Vietnam mientras que se consumaba esa guerra injusta. No han querido repetir aquella tardanza con el infierno de Irak
Hagamos memoria sobre los pioneros de las pel¨ªculas vocacionalmente pol¨ªticas. Griffith, el tipo que invent¨® grandiosamente el abecedario del cine y el arte de narrar en im¨¢genes, no tuvo ning¨²n pudor en colocar esa sabidur¨ªa al servicio de una arriesgada oda a los justicieros y heroicos caballeros del Ku Klux Klan en la por tantas razones admirable El nacimiento de una naci¨®n. Como tampoco alberg¨® problemas morales Leni Riefenstahl, la imaginativa e indestronable reina del cine documental, al filmar El triunfo de la voluntad y Olimpia, que hac¨ªan babear de placer a sus orgullosos mecenas Hitler y Goebbels. Para compensar de la majestuosa exaltaci¨®n que hac¨ªan estos cl¨¢sicos del racismo con aficiones linchadoras y de los esplendores nazis, la conciencia progresista y su conmovedora fe en el hombre nuevo que hab¨ªa creado la revoluci¨®n rusa pod¨ªa consolarse con el montaje prodigioso de la matanza en las escaleras de Odessa que ofrec¨ªa el espeso maestro Eisenstein en El acorazado Potemkin.
A finales de los a?os sesenta el g¨¦nero del cine pol¨ªtico adquiere un fatigoso protagonismo y duradera moda en Italia, Francia y Latinoam¨¦rica. No hace falta revisar con lupa o con demasiado esp¨ªritu cr¨ªtico tanto celuloide militante, con la sagrada misi¨®n de hablar del intolerable estado de las cosas, de los cr¨ªmenes impunes de los poderosos, de las infinitas felon¨ªas perpetradas por la eterna y siniestra alianza entre el capitalismo y el Estado, para constatar que el gran cine no bendijo en demasiadas ocasiones a los bienintencionados mensajes pol¨ªticos.
Gillo Pontecorvo retrat¨® magistralmente en la compleja y veraz La batalla de Argel la rebeli¨®n de los magreb¨ªes contra los colonizadores franceses y Francesco Rosi utiliz¨® un tono cercano al documental para contarnos en la sombr¨ªa y perturbadora Salvatore Giuliano la maquiav¨¦lica conexi¨®n entre la Mafia y el Gobierno italiano en la matanza de Portella delle Ginestre. Ninguno de los dos volvi¨® a recobrar ese estado de gracia, aunque Pontecorvo, con la inestimable ayuda de un inquietante Marlon Brando, describiera con cierta fuerza en Queimada las retorcidas maquinaciones del imperialismo para encender y sofocar las rebeliones de los esclavos seg¨²n le convenga a sus intereses geopol¨ªticos y econ¨®micos. A cambio de la excelencia cinematogr¨¢fica y pol¨ªtica de La batalla de Argel y Salvatore Giuliano, hubo que sufrir infinidad de bodrios con pretendido carnet de corrosi¨®n, firmados por directores comprometidos del tipo de Elio Petri y casi siempre insoportablemente interpretados por el histri¨®nico Gian Maria Volont¨¦.
Tambi¨¦n apareci¨® en Italia un director empe?ado en ofrecer su visi¨®n del fascismo. Pero ese se?or representa palabras mayores, es un poeta llamado Bernardo Bertolucci, alguien inicialmente fascinado por Pasolini y por Godard (nadie es perfecto), que va a hacer algunas de las pel¨ªculas con m¨¢s personalidad, talento y lirismo del cine moderno. Imagino que a las fascinantes La estrategia de la ara?a, El conformista y Novecento se les puede aplicar la abstracta etiqueta de cine pol¨ªtico, pero ante todo son cine puro y de muchos quilates. A una obra maestra como Novecento, a ese fresco hist¨®rico de contagiosa emoci¨®n, incluso se le puede perdonar el grotesco retrato de un fascista que mata ni?os y destripa gatos, o el abusivo despliegue de banderas en la reiterativa parte final.
El cine de Costa-Gavras siempre ha tenido vocaci¨®n evangelizadora, tono de perpetua denuncia sobre las institucionalizadas o soterradas cabronadas que ejerce el poder, cr¨®nicas sobre barbaries que ocurren en el pasado reciente. Ninguna injusticia de portada de peri¨®dico le era ajena a este aguerrido Pepito Grillo. Nadie discute sus buenas intenciones al retratar la maquinaci¨®n de los coroneles griegos para imponer la dictadura, las purgas estalinistas, la encrucijada de los tupamaros, el golpe de Estado de Pinochet, etc¨¦tera, pero sus did¨¢cticas y combativas pel¨ªculas se sosten¨ªan mal, hab¨ªa tanto ¨¦nfasis como poca calidad. Curiosamente, el Costa-Gavras m¨¢s s¨®lido aparece cuando ¨¦ste se integra en el cine norteamericano y rueda all¨ª las excelentes La caja de m¨²sica y El sendero de la traici¨®n.
Tampoco guardo agradecida memoria del cine latinoamericano pol¨ªtico, de aquellos panfletos sin gracia que firmaban Miguel Littin y Jorge Sanjin¨¦s y aunque me tragu¨¦ todo el nuevo cine brasile?o y la sobredosis de cangaceiros y sertao, s¨®lo recuerdo con fascinada admiraci¨®n Dios y el diablo en la tierra del sol.
?Y en Espa?a? Las lamentables hagiograf¨ªas de aquel dictador tan incurablemente mediocre llamado Franco en Raza y Franco, ese hombre provocan a¨²n m¨¢s grima que verg¨¹enza ajena. Todo lo contrario ocurre con los magn¨ªficos documentales de Basilio Mart¨ªn Patino captando la atm¨®sfera de los a?os sombr¨ªos en Canciones para despu¨¦s de una guerra, Caudillo y Querid¨ªsimos verdugos. Y la mejor pel¨ªcula del cine espa?ol (aunque se puede negociar que Pl¨¢cido comparta ese honor), firmada por Berlanga y titulada El verdugo, tambi¨¦n es el m¨¢s l¨²cido, corrosivo y genial alegato pol¨ªtico que se ha filmado nunca en este pa¨ªs.
El cine norteamericano no llev¨® luto por Vietnam mientras que se consumaba esa guerra injusta y en la que ning¨²n ciudadano sentato del Imperio cre¨ªa, pero mientras que dur¨® aquel espanto, s¨®lo el maravilloso actor y feroz reaccionario John Wayne se atrevi¨® a dar patriotero y exaltante testimonio de ella en Boinas verdes. Hollywood s¨®lo abri¨® la boca cuando aquel calcinado pa¨ªs expuls¨® a sus arrogantes invasores. Y lo hizo con emoci¨®n y grandeza en el caso de Apocalypse now, La chaqueta met¨¢lica, El cazador (aunque esta hermosa pel¨ªcula hablara m¨¢s de la amistad y del desgarrador sentimiento de p¨¦rdida que de la guerra de Vietnam), Platoon y El regreso.
No han querido repetir aquella tardanza con el infierno de Irak. Se han puesto las pilas para describir el intolerable aqu¨ª y ahora. Por desgracia, el p¨²blico estadounidense est¨¢ dando la espalda en la taquilla a todas esas pel¨ªculas que retratan esa herida abierta, esa barbarie impuesta en mentiroso nombre de aquellas armas de destrucci¨®n masiva que jam¨¢s existieron. L¨¢stima que casi todas sean m¨¢s concienciadas que buenas. Redford abusa del didactismo en la irregular Leones por corderos. Brian de Palma juega al experimentalismo y hace manique¨ªsmo in¨²til en Redacted. La batalla de Hadiza es irritantemente previsible. S¨®lo Paul Haggis ha sabido meter el dedo en la llaga en la dura y conmovedora En el valle de Elah. Ojal¨¢ que ayuden a detener esa pesadilla, pero tambi¨¦n ser¨ªa deseable que ese cine pol¨ªtico tuviera el lenguaje del arte.
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