Raros en la calle de Montcada
Darse una vuelta larga hasta la calle de Montcada de Barcelona es cosa buena. Entrar en ella no como cada cual tenga por costumbre, si la tiene, sino por las calles solitarias de los alrededores, desde La Rambla. Pues haberlas, haylas. Calles de la topograf¨ªa tur¨ªstica y ajetreada por las que en pleno d¨ªa no pasa nadie. En las que tal vez te cruzas con una pareja de mossos d'esquadra que se relajan recorriendo el callej¨®n de Aroles. Da gusto que algunos polic¨ªas sean como una, que una sea como ellos: buscamos las calles estrechas y antiguas que permiten el paso lento porque s¨ª, sin que nadie apriete ni te fuerce a huir de la procesi¨®n. No est¨¢n haciendo su trabajo, dir¨¢ alguien. No s¨¦. Me parece sensato callejear por Aroles. Si no lo hace m¨¢s gente, ser¨¢ porque no somos sensatos. Los mossos van a su aire, y yo al m¨ªo. Pura sensatez.
Cuando se ha dejado atr¨¢s la Via Laietana y se toma la calle de Princesa, se puede entrar en la primera a la derecha, otra v¨ªa tranquila en medio del traj¨ªn de la ciudad vieja. Es la calle de Cotoners, que gira dulcemente y se transforma en la calle de Barra de Ferro hasta llegar a la calle de los Montcada y, en el museo Picasso, a los raros que coleccionaba el maestro. Cuadros que le gustaban por imperfectos, sin destreza.
Los del Aduanero Rousseau se llevan la palma. Para verlo, nos detendremos primero en La fiesta del vino del Maestro de Cort¨¨ges, de mediado el siglo XVII, muy apreciado por Picasso por su falta de ma?a en la composici¨®n, ciertamente de cromo. Tambi¨¦n hay una cabeza de reno firmada por el valiente Courbet, que m¨¢s bien parece salida de un curso de manualidades de ancianos o de primaria, con unos cuernos que podr¨ªamos casi tocar, de tan vivos. Y luego, el primer Aduanero: un jolgorio de colores de 1907: "Los representantes de las potencias extranjeras saludan a la Rep¨²blica en se?al de paz" (y la I Guerra Mundial estaba lejana). En primer t¨¦rmino, el Aduanero lanza sus votos: Paz, Trabajo, Libertad, Fraternidad. ?No es un primor?
Olvida la Igualdad del lema de la Revoluci¨®n francesa, me dir¨¢n. Pero, tal como ha ido yendo desde entonces la igualdad, tanto entre las clases sociales como entre los sexos, ?no da en la diana? Sus lemas sumados...
Y ah¨ª est¨¢ el grandioso Retrato de mujer, de 1895. La modelo es la primera esposa de Rousseau, un tipo que trabaj¨® de aduanero (de ah¨ª su apodo) hasta su retiro y se puso a pintar en un estilo primitivo, que a nadie interesaba en aquellos tiempos de impresionistas y de bohemios m¨¢s o menos aceptados. Pero s¨ª a Picasso, que buscaba est¨ªmulos tanto fuera de museos y galer¨ªas como de las modas.
Picasso lo compr¨® por nada: "Me atrap¨® con una fuerza obsesiva. Iba por la calle de Martyrs. Un trapero hab¨ªa puesto unos cuadros en la calle. Sobresal¨ªa una cabeza, una figura de mujer de mirada dura, de penetraci¨®n francesa por su decisi¨®n y claridad. La tela era inmensa. Pregunt¨¦ cu¨¢nto val¨ªa. 'Cien reales", me dijo el vendedor, "puede usted pintar encima''. Picasso contaba la an¨¦cdota una y otra vez. En 1908, hace ya 100 a?os, decidi¨® organizar un banquete en honor del Aduanero Rousseau, que a partir de entonces dej¨® de ser un don nadie y fue apreciado por los modernos. Aquella noche de juerga extrema, con la que a¨²n se debaten los historiadores, fue cuando el Aduanero le dijo a Picasso, que ya estaba empezando con Braque el cubismo y hab¨ªa terminado Las se?oritas de la calle Avi?¨®n el a?o anterior: "Nosotros dos somos los pintores m¨¢s grandes de la ¨¦poca, t¨² en el g¨¦nero egipcio y yo en el g¨¦nero moderno". Presid¨ªa el banquete este cuadro impresionante, esta mujer pintada por un artista c¨¢ndido y certero, este raro que ahora est¨¢ en la calle de Montcada.
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