Amaneci¨® y no hab¨ªa libros
Despu¨¦s de leer Las intermitencias de la muerte, de Jos¨¦ Saramago, en caso de sentir la in¨²til tentaci¨®n de valorar las consecuencias que pueda llegar a tener la desaparici¨®n de algo o de alguien, recuerdo siempre el proceso de esa novela y hago una lista de damnificados. Su lectura me permiti¨® calibrar de qu¨¦ modo la s¨²bita desaparici¨®n de la muerte, de la noche a la ma?ana, dejaba sin empleo lo mismo a los artesanos de ata¨²des que a los sepultureros, funerarios, embalsamadores, floristas o curas. Y he tratado ahora de imaginar el amanecer de un d¨ªa en que el libro desapareciera de repente de la tierra. No creo que a los fabricantes de papel tal acontecimiento les hiciera alguna mella: la gran demanda de sus resmas para otros consumos les permitir¨ªa prescindir del negocio del libro tranquilamente. Pero tampoco el medioambiente, al que se supone afectado por la abundancia de malos libros que fomentan la tala de ¨¢rboles, se ver¨ªa positivamente involucrado, como ser¨ªa de esperar, si se tiene en cuenta la cantidad de libros que sus defensores publican sobre el cambio clim¨¢tico sin entrar en mayores remilgos ecol¨®gicos. As¨ª que la repentina desaparici¨®n de todos los libros de la noche a la ma?ana en quien podr¨ªa hallar su primera v¨ªctima ser¨ªa en el lector, si no fuera que un lector que se precie es capaz de leer en la atm¨®sfera y estimular con su imaginaci¨®n una escritura en el aire. Pero adem¨¢s la escritura y la lectura tienen ya otros soportes electr¨®nicos, lo cual salva al lector y al escritor -leg¨ªtimos y admirables fetichismos aparte- de cualquier hipot¨¦tica cat¨¢strofe. Cabe incluso la posibilidad de que se consulten entre s¨ª lector y autor y nutran sus respectivas soledades de encontrarse en semejante trance. Salvado el lector, eso s¨ª, habr¨ªa que preguntarse qu¨¦ lector: si el deseoso de mundos inventados, el necesitado de ayudas pr¨¢cticas para la supervivencia o el receptor de propagandas diversas. Y tambi¨¦n por sus autores correspondientes, qu¨¦ autores: si geniales inventores de mundos, maestros de la nada o fundamentalistas dispersos. M¨¢s perjudicado en cambio resultar¨ªa el cr¨ªtico literario, que aunque podr¨ªa seguir ejerciendo en internet tendr¨ªa que luchar con las respuestas impertinentes en un espacio com¨²n y respond¨®n que no s¨®lo nos hace al tiempo autores, lectores y cr¨ªticos discutibles, sino que desorganiza cualquier canon. Por el destino de los editores, agentes literarios y organizadores de ferias del libro quiz¨¢ no habr¨ªa motivo de inquietud en el caso de una radical desaparici¨®n del libro: tan activos y capaces de cualquier reciclaje entrar¨ªan en seguida en los nuevos sistemas de producci¨®n y en la gesti¨®n de las fotocopias; renovar¨ªan sus f¨®rmulas de relaci¨®n comercial con los nuevos creadores, de acuerdo con las nuevas tendencias irrefrenables, y organizar¨ªan saraos de halloween en los santuarios arqueol¨®gicos de las bibliotecas, ya sean nacionales o locales, a las que el ministerio invita ya en sus anuncios con otros atractivos como gancho que compensen el tedio del libro. Los pol¨ªticos en este caso s¨®lo se ver¨ªan obligados a reconocer, tal vez con fastidio, la inviabilidad de una direcci¨®n general de la cosa desaparecida. En ese hipot¨¦tico amanecer de un d¨ªa sin libros a la que imagino desconcertada es a la nueva lectora del metro. Y, por supuesto, al viejo librero solitario. No al controlador del autoservicio de librer¨ªa de los aeropuertos, al que le sobra trabajo con vender pastillas y rotuladores, sino al que escuch¨® siempre el rumor de los libros en sus anaqueles y fue un confidente para sus lectores cuando a¨²n ¨¦stos no eran simples clientes ni el libro un vulgar producto de almacenaje.
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