Cuestiones morales
Pr¨®ximamente se editar¨¢n libros de Laurence Rees, Rolf-Dieter M¨¹ller y Pierre P¨¦ju
La II Guerra Mundial es hoy la lente a trav¨¦s de la que vemos nuestras guerras: el choque entre Bien y Mal, aliados y nazis, la personificaci¨®n del diablo en el jefe enemigo, Hitler, por ejemplo, como viene a recordarnos el cartel americano de 1942 reproducido en la portada de la ¨²ltima y visionaria novela de Norman Mailer, El castillo en el bosque (Anagrama, 2007), con su eslogan religioso, "l¨ªbranos del mal", sobre la imagen de una ni?a que sufre atrapada en los brazos de la cruz gamada. Fue la guerra absoluta, la enemistad absoluta con el enemigo, la ratificaci¨®n de que, como dec¨ªa Carl Schmitt, la distinci¨®n entre amigos y enemigos es lo m¨¢s importante en la guerra y en la pol¨ªtica. Y la guerra de la enemistad absoluta no conoce limitaciones: "Encuentra su sentido y su legitimidad", apuntaba Schmitt, "en la voluntad de llegar a las m¨¢s extremas consecuencias".
La conversi¨®n del enemigo en demonio o monstruo acaba sugiriendo la posible presencia de monstruos en nuestro bando amigo. Laurence Rees, autor de Auschwitz, los nazis y la soluci¨®n final (Cr¨ªtica, 2005), publica ahora Los verdugos y las v¨ªctimas, 35 entrevistas en las que se mezcla la reflexi¨®n y la conversaci¨®n con los supervivientes de la carnicer¨ªa. "Tengo la sospecha de que soy la persona viva que ha conocido a m¨¢s genocidas de la II Guerra Mundial", dice Rees, que presume de haber hablado con "violadores, asesinos y can¨ªbales". Pero tambi¨¦n entrevista a h¨¦roes que, a su pesar, hubieron de afrontar las peores atrocidades imaginables. Rees trabaja fundamentalmente para las c¨¢maras de televisi¨®n, ante las que ha querido reconstruir el pasado con perspicacia period¨ªstica y paciencia detectivesca. La televisi¨®n se ha convertido en una fuente generosa de historia oral, y Rees ha sentado ante la c¨¢mara a veteranos de las SS, kamikazes, sovi¨¦ticos, oficiales ingleses, un belga nazi tuerto y manco, prisioneros de campos de exterminio, actrices que recuerdan los maravillosos ojos azules de Hitler, un americano que bombarde¨® Tokio y todav¨ªa siente el olor a orina y excrementos quemados. Son gente normal que ha pasado por experiencias excepcionales. Las v¨ªctimas siguen doloridas. Los criminales defienden su derecho a actuar en cumplimiento del deber, de acuerdo con las circunstancias del momento. No se arrepienten. Y, como dice Rees, el objetivo del trabajo ser¨ªa entender esta aberraci¨®n.
Theodor Plote, personal de tierra de la Luftwaffe durante la campa?a contra Polonia y Gran Breta?a, recuerda la guerra como una gran aventura. "Nos dec¨ªan: el soldado no debe pensar, mejor dejarlo para los caballos que tienen la cabeza m¨¢s grande". Su testimonio aparece en La muerte ca¨ªda del cielo. Historia de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, de Rolf-Dieter M¨¹ller, con la colaboraci¨®n de Florian Huber y Johannes Eglau. M¨¹ller fue el primero en investigar, junto al periodista Rudibert Kunz, el uso de gas t¨®xico en la guerra espa?ola del Riff, entre 1921 y 1927. Ahora escribe la historia de la guerra en el aire, desde el conflicto italo-turco de 1911 hasta los bombardeos sobre Alemania y Jap¨®n en 1945. Y, si en alg¨²n momento parece adherirse a la l¨ªnea iniciada por J?rg Friedrich en El incendio (Taurus, 2005), donde los bombardeos finales de las ciudades alemanas son presentados como cr¨ªmenes de guerra, M¨¹ller llega a conclusiones muy distintas, a¨²n m¨¢s radicales, en mi opini¨®n, que las que ofrece Frederick Taylor en su Dresdem: Tuesday, 13 february, 1945 (Bloomsbury, 2004). Taylor explica el bombardeo por la existencia de 120 f¨¢bricas dedicadas a la industria de la guerra en Dresde, nudo ferroviario fundamental en la resistencia al Ej¨¦rcito Rojo, a pesar de que la propaganda nazi la definiera como ciudad art¨ªstica, "la Florencia del Elba". Las bajas civiles, seg¨²n Taylor, ser¨ªan culpa de las autoridades alemanas, responsables de la mala defensa y la pobre protecci¨®n de los habitantes. El alegato de Taylor recuerda lo que un piloto alem¨¢n declaraba a M¨¹ller: "En Coventry las f¨¢bricas de armamento estaban tan imbricadas con las zonas de viviendas, que era imposible distinguir entre objetivos militares y civiles". El bombardeo de Coventry en 1941 puso de moda la palabra "coventrizar", es decir, aniquilar una ciudad desde el aire.
Rolf-Dieter M¨¹ller considera la II Guerra Mundial "la guerra m¨¢s sangrienta de la historia, una org¨ªa de violencia y destrucci¨®n que parti¨® de Alemania y retorn¨® a suelo germano en forma de bombardeos", y entiende que los cr¨ªmenes nazis ser¨ªan la causa indirecta de las bombas aliadas, "¨²nico medio de detener a los asesinos en masa". Por otra parte, si la poblaci¨®n civil trabajaba en la industria de la guerra y la victoria exig¨ªa la destrucci¨®n de la capacidad industrial enemiga, los bombardeos no s¨®lo ten¨ªan efectos pedag¨®gicos o morales, encaminados a disuadir al enemigo de continuar el combate. Los "actos de terror y destrucci¨®n desenfrenada", como dec¨ªa Churchill, cumpl¨ªan el objetivo que, "con toda claridad y franqueza", expon¨ªa en el oto?o de 1943 Arthur Harris, mariscal del Aire brit¨¢nico, citado por M¨¹ller: "La destrucci¨®n de las ciudades alemanas, la muerte de los trabajadores alemanes y la desarticulaci¨®n de la vida social civilizada en toda Alemania". El punto concluyente de una historia de terror iniciada en la Guerra Civil espa?ola ser¨ªa Jap¨®n, con Hiroshima y Nagasaki, dos explosiones at¨®micas que eclipsar¨ªan el bombardeo incendiario de otras ciudades niponas, recordado por uno de los entrevistados por Laurence Rees.
El buen fin de aniquilar el mal justificar¨ªa los bombardeos aliados. "Jehov¨¢ llovi¨® sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego", dice la Biblia (G¨¦nesis, 19.24), traducida por Casiodoro de Reina. "El humo sub¨ªa de la tierra como el humo de un horno". Bombas incendiarias arrasaron Hamburgo en la llamada Operaci¨®n Gomorra. La guerra se hab¨ªa convertido en golpe y contragolpe, venganza rec¨ªproca. Las V-1 y V-2 que ca¨ªan en 1945 sobre Londres, Bruselas y Amberes llevaban la V de Vergeltung, represalia, venganza. Y Represalia (Min¨²scula, 2006) es el nombre de la novela de Gert Ledig, publicada en 1956, reeditada en 1999, y reivindicada por W. G. Sebald en Sobre la historia natural de la destrucci¨®n (Anagrama, 2003). Ledig, voluntario en la Wehrmacht a los 18 a?os, soldado en Rusia en un batall¨®n de castigo, herido y mutilado, cont¨® 69 minutos del bombardeo de una ciudad alemana sin nombre, probablemente M¨²nich en julio de 1944, por estratos: de los aviones a los refugios convertidos en hornos crematorios, sin eludir el asfalto hirviente de las calles. La aparici¨®n de Represalia conden¨® a su autor a ser "excluido de la memoria cultural", dice Sebald. En 1956 "traspasaba los l¨ªmites de lo que los alemanes estaban dispuestos a leer sobre su m¨¢s reciente pasado".
En la ra¨ªz de La risa del ogro, novela del franc¨¦s Pierre P¨¦ju, otra vez encontramos la II Guerra Mundial, realidad m¨ªtica que da forma a la imaginaci¨®n y las f¨¢bulas contempor¨¢neas. "?C¨®mo pudieron los nazis disparar a bocajarro a ni?os y mujeres jud¨ªos?", se preguntaba Laurence Rees en Los verdugos y las v¨ªctimas, tras veinte a?os tratando de encontrar la respuesta, y la misma pregunta se repiten sin fin los personajes de P¨¦ju, desde 1963 a 2037, desde la adolescencia a la vejez. Una matanza de jud¨ªos en Ucrania, perpetrada en 1941 por las SS, es el principio y n¨²cleo de la novela, ocho d¨ªas seguidos de fusilamientos, registrados en el diario de un m¨¦dico de la Wehrmacht, y recordados por su hija adolescente con un amigo franc¨¦s, estudiante de alem¨¢n en verano. Tambi¨¦n el m¨¦dico tuvo un amigo, el teniente Moritz, que un d¨ªa se perdi¨® con sus hijos en el bosque, como aquel oficial alem¨¢n que llev¨® de la mano a dos ni?os jud¨ªos al claro donde los iban a matar. Pierre P¨¦ju es especialista en el romanticismo alem¨¢n, bi¨®grafo de E. T. A. Hoffmann y estudioso de los cuentos de hadas, y la Baviera de 1960 que imagina en La risa del ogro, con su paz amn¨¦sica, es un pa¨ªs encantado, en traje regional, pantalones de cuero y chaqueta negra bordada en plata, botones relucientes y una flor de edelweiss de asta de ciervo en los tirantes. Es un para¨ªso sin inocencia. Los adolescentes crecen, se separan, se re¨²nen para volver a separarse, Clara y Paul, escultor y fot¨®grafa de guerra. El pasado est¨¢ en el presente. Las guerras se suceden, Argelia, Vietnam, Palestina, L¨ªbano, Chechenia, Oriente. Clara busca adivinar un secreto en sus fotos: c¨®mo la maldad individual se multiplica en una inmensa espuma negra. Lo peor no lo capta la pel¨ªcula. Pierre P¨¦ju descubre la equivalencia entre el olvido del pasado y la indiferencia ante el presente. Los exterminados en masa escapan a nuestra compasi¨®n. El bienestar individual es compatible con el horror masivo y remoto. La experiencia de la II Guerra Mundial marca la mirada sobre las guerras de hoy, cuando fabular sobre las barbaridades nazis se ha convertido en un t¨®pico literario en el que est¨¢ resuelta de antemano toda duda sobre el bien y el mal. Pero el historiador brit¨¢nico Richard Overy (Por qu¨¦ ganaron los aliados, Tusquets, 2005), en una cr¨ªtica a los supuestos de J?rg Friedrich sobre los bombardeos de Alemania, se planteaba una posible duda razonable: "Parece dif¨ªcil creer que los pa¨ªses del mundo occidental mataran a m¨¢s de 650.000 personas para defender su particular versi¨®n de la civilizaci¨®n".
Los verdugos y las v¨ªctimas. Laurence Rees. Traducci¨®n de Antonio Prometeo Moya. Cr¨ªtica. Barcelona, 2008. 288 p¨¢ginas. La muerte ca¨ªa del cielo. Rolf-Dieter M¨¹ller. Traducci¨®n de Marc Jim¨¦nez Buzzi. Destino. Barcelona, 2008. 384 p¨¢ginas. La risa del ogro. Pierre P¨¦ju. Traducci¨®n de Teresa Clavel. Salamandra. Barcelona, 2008. 286 p¨¢ginas.
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