El maestro Le Cl¨¦zio
"?Qui¨¦n soy yo?" es la frase con la que Andr¨¦ Breton arranca su novela Nadja (1928), cuyas audacias formales, el collage fotogr¨¢fico y su manejo autorreferencial del lenguaje influyeron sobremanera en la obra entera de ese piccolo genio llamado Jean-Marie Gustave Le Cl¨¦zio (Niza, 1940), que en 1963 publica El atestado (C¨¢tedra, 1994) con 23 a?os, la lecci¨®n de las vanguardias bien aprendida y la prematura fama de ep¨ªgono de las n¨¢useas de Sartre y del absurdo de Camus y su diatriba contra los modos de vida del mundo contempor¨¢neo, pues tambi¨¦n el desarraigado Adam Pollo, su trasunto y h¨¦roe an¨®nimo, enajenado y sin rumbo, se busca a s¨ª mismo en un medio hostil. La apariencia formal de El atestado o El diluvio (1966) induc¨ªa a pensar que segu¨ªa los dict¨¢menes del nouveau roman de Robbe-Grillet y Butor a lo largo y ancho de sus pesquisas verbales y su obsesi¨®n por los objetos y la escrutadora mirada descriptiva, pero bajo la precisi¨®n as¨¦ptica de su prosa se ha escondido siempre el lirismo, los derroteros del narrador franc¨¦s no se encaminaban precisamente hacia la deshumanizaci¨®n del arte y, al fin y al cabo, "?qui¨¦n soy yo?" es lo que se pregunta una y otra vez Le Cl¨¦zio a lo largo de una intensa y extensa obra narrativa que se arrellana en la introspecci¨®n autobiogr¨¢fica y en un virtuoso manejo de la capacidad expresiva del lenguaje considerado como una de las bellas artes, tal vez la m¨¢s bella de todas, la de transcribir y enjuiciar el mundo. Su portentosa consciencia ling¨¹¨ªstica y su creatividad verbal, que a menudo alcanza a ser un proceso muy semejante a la logomaquia, a una suerte de pandemia ling¨¹¨ªstica -con ejercicios de estilo cercanos a Queneau, metatextos en forma de borradores de los cuadernos escritos por sus protagonistas emul¨¢ndolo a ¨¦l, p¨¢ginas febriles en las que galopa la narraci¨®n y a vuelta de p¨¢gina exquisitas reflexiones po¨¦ticas, una urdimbre de g¨¦neros narrativos y visuales-, nacen de sus lecturas de la vanguardia l¨²dica, inici¨¢tica y conceptual como la obra de Klee que tanto admira, del surrealismo m¨¢s perceptivo y paranoico y de su devoci¨®n por Henri Michaux, con el que comparte la escritura como catarsis, un ejercicio l¨ªrico y visionario de las palabras, desligadas de su uso com¨²n y empleadas para transmitir impulsos, s¨ªmbolos y sensaciones, y una intensa observaci¨®n de la realidad que deviene descripci¨®n prodigiosamente pl¨¢stica y revierte sin remedio en una radiograf¨ªa de s¨ª mismo confrontado con el mundo que lo rodea, en un intento de reconstrucci¨®n de su propia identidad a trav¨¦s del lenguaje y del viaje. Le Cl¨¦zio se complace en identificar el ser y la palabra o la vida y la escritura, y sus dos ¨²ltimas obras, El africano (2004), cr¨®nica autobiogr¨¢fica que reescribe la misma historia familiar novelada en Onitsha (1991), y la espl¨¦ndida novela Urania (2006), traducidas ahora al castellano y emparentadas con Ecuador (1929) y Un b¨¢rbaro en Asia (1932), libros de viaje en los que Michaux ya jugaba a reconocerse en ex¨®ticos paisajes, constituyen una narrativa que privilegia las palabras que nos transportan al lugar m¨¢s que el lugar mismo al que somos trasladados, y que parte de Desierto (1980) o El buscador de oro (1985), novelas de aventuras inici¨¢ticas nacidas de una biograf¨ªa familiar, interpretadas por sus ancestros y concebidas como armas ling¨¹¨ªsticas esgrimidas en la noble lucha por conquistar la consciencia de uno mismo: "Al escribirlo, lo comprendo", se?ala en El africano, al escribir, escribiendo, se comprende. Su obra posterior a 1980 reprime sus iniciales audacias formales pero intensifica las cr¨ªticas a la sociedad de consumo y el universo urbano de m¨¢quinas y supermercados, subrayando en sus dos ¨²ltimas obras la visi¨®n opresiva de la sociedad contempor¨¢nea que despleg¨® en El atestado compar¨¢ndola con la vida en el Tercer Mundo, envuelta en naturaleza y vista desde la nostalgia de la inocencia de la infancia. "Hoy existo, viajo y me he arraigado en varios lugares. Sin embargo, a cada instante me siento traspasado por el tiempo de otra ¨¦poca. No s¨®lo esta memoria de ni?o, la memoria del tiempo que precedi¨® a mi nacimiento", escribe en El africano, esa preciosa cr¨®nica de sus a?os de infancia vividos en el ?frica negra junto a su padre ignoto, que incorpora las palabras a un intenso recuerdo sensorial pero todav¨ªa no verbal, pues "cuando se es ni?o no se usan palabras (y las palabras no est¨¢n usadas). En esa ¨¦poca estaba muy lejos de los adjetivos, de los sustantivos", que emplea ahora para transportar al lector a los olores y el colorido de ?frica donde pronunciaba nombres m¨¢gicos entre mir¨ªadas de insectos. Aquella memoria fijada para siempre en el ejercicio de una escritura iluminadora, autoconsciente y redentora a la vez, le da la mano en Urania a la utop¨ªa de la invenci¨®n de un pa¨ªs centroamericano en el que el grand¨ªsimo narrador franc¨¦s disfruta nuevamente, desdoblado en el ge¨®grafo Sillitoe, de la proyecci¨®n del yo sobre la alteridad multicultural y de la errancia por una geograf¨ªa f¨ªsica que en realidad es geograf¨ªa humana porque atravesando el paisaje Le Cl¨¦zio atraviesa su propia identidad. Incorregible trotamundos, de ?frica a M¨¦xico, Le Cl¨¦zio proclama sin embargo que el espacio m¨¢s real es siempre el del lenguaje, y el mejor viajero el que mejor verbaliza su experiencia para averiguar qui¨¦n es ¨¦l. -
El africano / Urania
Jean-Marie Gustave Le Cl¨¦zio
Traducciones de Juana Bignozzi y Ariel Dilon
Adriana Hidalgo / El Cuenco de Plata
Buenos Aires, 2007
135 y 262 p¨¢ginas. 12,50 y 20 euros
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