El futuro y el miedo
"Del miedo al futuro a la esperanza de futuro", el discurso de Barak Obama podr¨ªa muy bien resumirse en este eslogan. Venimos de un largo periodo en el que cualquier idea de cambio se ha asociado con propuestas de restauraci¨®n: autoritarismo frente a autoridad, disciplina frente a iniciativa, seguridad frente a libertad, obediencia frente a responsabilidad, ra¨ªces frente a morada, individualismo frente a autonom¨ªa personal, creencia frente a raz¨®n cr¨ªtica. La fascinaci¨®n de algunos sectores occidentales por el modelo chino -autoritarismo y eficiencia a cualquier precio- ilustra bien este paradigma. Desde estas premisas, el mundo global ha ido tomando la forma de una habitaci¨®n sin vistas, de un enorme espacio con las ventanas cerradas al futuro, que s¨®lo entiende de presente continuo. Resulta sintom¨¢tico que, de pronto, aparezca un candidato a la presidencia de Estados Unidos que vuelve a colocar el futuro en el horizonte ideol¨®gico; es decir, que retoma el desprestigiado discurso del progreso.
Obama ha hecho emerger unas se?ales de cambio que dan razones para pensar que podr¨ªamos estar al final de una ¨¦poca
No s¨¦ hasta d¨®nde llegar¨¢ Barak Obama, los recursos de los poderes f¨¢cticos en la pol¨ªtica norteamericana, como en todas partes, son infinitos. Y Obama tiene ante s¨ª, como primer obst¨¢culo, el t¨¢ndem Clinton, que a¨²na la autoridad personal de Hillary, el capital pol¨ªtico de Clinton, recordado por muchos como un gran presidente, y la experiencia en el uso de todos los resortes del poder y de la pol¨ªtica, los nobles y los marrulleros, de una pareja que las ha visto de todos los colores. Pero, sea cual sea el final de la aventura de Obama, su presencia ha hecho emerger unas se?ales de cambio que dan razones para pensar que podr¨ªamos estar asistiendo al final de una ¨¦poca, en la que la insolencia y el miedo han hecho estragos. La guerra de Irak ha sido una gran humillaci¨®n para muchos norteamericanos. Millones de ciudadanos que estaban disconformes con ella han tenido que aguantar estoicamente, en nombre de la unidad patri¨®tica, que en Estados Unidos genera violent¨ªsimos espirales del silencio, una serie de decisiones, justificadas por la lucha contra el terrorismo, contrarias a los valores liberales de la sociedad norteamericana, destructoras de derechos b¨¢sicos y causantes de un desprestigio pol¨ªtico y moral de Estados Unidos, en alg¨²n sentido superior al de la guerra del Vietnam. Estos ciudadanos, por fin, encuentran la posibilidad de expresarse. Y Obama les ofrece una oportunidad de hacerlo sin revanchismo ni resentimiento. Simplemente, poniendo rumbo al futuro.
Al mismo tiempo, el eco que Obama ha encontrado confirma el fracaso de la revoluci¨®n conservadora de Bush, que en su d¨ªa puso patas arriba al mundo y dividi¨® profundamente a Europa. La mezcla de idealismo ideol¨®gico, pulsi¨®n b¨¦lica y defensa de los intereses del sector de cercan¨ªas de la familia Bush, que Estados Unidos ha paseado como gran restauraci¨®n conservadora, ha quedado para el desag¨¹e. La propia Administraci¨®n de Bush ha intentado la vuelta al realismo pol¨ªtico para intentar salvar los ¨²ltimos meses de su mandato.
Pero el malestar que el ¨¦xito de Obama puede expresar, no es una cuesti¨®n estrictamente norteamericana. En el mundo global, la sentimentalidad pol¨ªtica est¨¢ hecha de flujos que saltan r¨¢pidamente de un lado a otro. La negaci¨®n del futuro, a partir de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, que, no lo olvidemos, cay¨® hacia los dos lados, no ha sido exclusiva ni de los conservadores en particular ni de la derecha en general. La izquierda ha tenido una contribuci¨®n decisiva a la tarea de murar cualquier ventana enfocada hacia el ma?ana. En definitiva, lo que demanda un sector de la poblaci¨®n norteamericana a Obama es lo mismo que demanda un sector de la poblaci¨®n europea a una izquierda demasiado empe?ada en mimetizar a la derecha: sentido. Es probable que la vida no tenga sentido, pero el sentido es necesario para la vida, en general, y para la pol¨ªtica, en particular. El sentido es un juego de se?ales que permiten crear espacios compartidos, sin merma de la autonom¨ªa personal, y esto deber¨ªa ser lo propio de la pol¨ªtica. Cuando lo ¨²nico que se nos dice del futuro es que pinta catastr¨®fico, la urgencia de reinventarlo es casi una necesidad de supervivencia cultural.
Naturalmente, la larga historia de los proyectos de futuro obliga a todo tipo de reservas y cautelas. Todos sabemos las atrocidades que se han cometido en nombre de utop¨ªas, de promesas definitivas, de sociedades ideales y perfectas, ya sea en el cielo o en la tierra. Y las que se siguen cometiendo sin cesar. Por eso es deseable que el futuro tome la forma de proyecto y no de promesa. Es decir, que rechace tanto el adanismo, la idea de que con nosotros alumbra un tiempo nuevo que hace in¨²til todo lo anterior, como la ruptura. Todo proyecto de futuro digno de este nombre, se asienta sobre la realidad de partida.
El s¨ªntoma Obama nos interpela a todos, tambi¨¦n a los europeos. De hecho, a su manera, la ¨²ltima campa?a electoral francesa se puede inscribir en esta misma demanda de romper las ligaduras que han acabado convirtiendo a la pol¨ªtica en un obst¨¢culo para el progreso. Por m¨¢s que de momento haya m¨¢s teatro del cambio que cambio real, tanto Sarkozy como Royal pretend¨ªan responder a una voluntad de apertura a nuevas formas de cultura pol¨ªtica.
Hace 40 a?os, las distintas revoluciones del 68 hirieron de muerte a las culturas autoritarias de ambos bandos de la guerra fr¨ªa, y abrieron las puertas de la llamada transici¨®n liberal que culminar¨ªa en 1989 con la victoria de la democracia liberal en la guerra fr¨ªa. Quiz¨¢ estemos en los momentos previos a un nuevo cambio de paradigma. El sistema de se?ales que emergi¨® del fin de la guerra fr¨ªa se ha agotado. Hoy, el peso de la ideolog¨ªa del miedo y la convicci¨®n de que el poder pol¨ªtico ha cedido toda capacidad normativa al poder econ¨®mico hace que muchas sociedades sucumban a la indiferencia. La derecha recurre a la eterna repetici¨®n de lo mismo y la izquierda europea no parece tener otra respuesta que la gesti¨®n. ?Una vez m¨¢s lo nuevo viene de Am¨¦rica?
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