?ngel en Madrid
A Madrid se le ha muerto uno de sus poetas: ?ngel Gonz¨¢lez. Ya s¨¦ que era asturiano y que ejerc¨ªa de tal, pero a Madrid para que se le muera un poeta no le hace falta que en el documento de identidad del fallecido figure como natural de Madrid. Tampoco se distingue a un poeta de Madrid porque la nombre; es una ciudad acostumbrada a que se le cante poco y muchas veces aparece en los poemas sin ser nombrada, sencillamente por vivida, que es la mejor manera de que una ciudad pueda ser reconocida en la poes¨ªa y el poeta como suyo por la ciudad. Y para sentir Madrid, o sentirse de Madrid, no es preciso renunciar a la tierra originaria. En el caso de ?ngel Gonz¨¢lez bastaba ver con qu¨¦ ilusi¨®n llegaba de Albuquerque, se iba unos d¨ªas a su Oviedo, y con qu¨¦ gusto volv¨ªa a este territorio madrile?o de la amistad. Bastaba con interpretar el ansia de volver que alimentaba sus sue?os para saber hasta qu¨¦ punto Madrid era para ¨¦l el espacio de la noche y de la vida.
Todos eran como ¨¦l: defensores de la libertad, ajenos a los cantos de sirenas de los tibios
Eran tiempos de plenitud vital para la generaci¨®n de los cincuenta que se encontraba en la noche
El Madrid de ?ngel Gonz¨¢lez fue fundamentalmente un Madrid de noches y madrugadas que conoci¨® distintos escenarios desde los a?os cincuenta, y alberg¨® en el tiempo a amigos que iban y ven¨ªan: Carlos Barral, por supuesto; a veces Jaime Gil de Biedma, por ejemplo; raramente, Costafreda. Y muchos otros, de aqu¨ª y de all¨¢. M¨¢s los que siempre estaban: Aurora de Albornoz, Pepe Esteban... Tantos... Todos encontraban en el poeta al mismo de siempre: alguien que era, como Madrid, un punto de encuentro para unos y otros. Y casi siempre los unos y los otros eran como ¨¦l: defensores de la libertad, ajenos a los cantos de sirenas de los tibios. Y, desde el punto de vista de la poes¨ªa, llaneza. Es decir, un modo machadiano de sentir, pensar y expresarlo po¨¦ticamente, al que las modas literarias en su girar encontraban siempre en el mismo sitio. Tal vez se reconocer¨ªa en un aforismo de Carlos Marzal que aparece en su reciente libro Electrones: "Hay un extra?o placer en sentarse a esperar c¨®mo lo que ha dejado de estarlo vuelve a ponerse de moda".
Adem¨¢s, se renovaba siempre con las nuevas amistades literarias que iban incorpor¨¢ndose a aquellos lugares de encuentro habitual: el Caf¨¦ Gij¨®n, Oliver y Bocaccio, para empezar; luego el musical Bourbon, de Diego de Le¨®n, y no recuerdo si antes o despu¨¦s, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, los drugstores de Vel¨¢zquez o Fuencarral. Recuerdo mejor los variados espacios tabernarios, los bares cutres, cerca de los mercados madrile?os, donde el olor a pescado fresco anunciaba la ma?ana entre camioneros dispuestos a la faena. Eran tiempos de plenitud vital para la generaci¨®n de los cincuenta que se encontraba en la noche de Madrid: Francisco Brines y Claudio Rodr¨ªguez, por ejemplo, junto a Carlos Bouso?o, compa?ero ¨¦ste de ?ngel en los juegos ovetenses de la infancia de ambos, pero de la generaci¨®n anterior tan s¨®lo por un a?o. De todos modos, las complicidades pol¨ªticas o afinidades vitales de la generaci¨®n del cincuenta no eran siempre exactamente las mismas. Ni siquiera, y entre los m¨¢s amigos, las literarias. Pero pod¨ªa m¨¢s entre ellos la vida que la literatura, o una cosa por la otra, con lo que no es extra?o que Caballero Bonald se reclame un c¨®mplice de ?ngel como lo fue sin duda en la concepci¨®n del mundo y en la forma de vivirlo m¨¢s que en la de contarlo. Tampoco es raro que gente de otras generaciones, como Joaqu¨ªn Sabina, incorporado m¨¢s tarde al trato con ?ngel, se sienta hu¨¦rfano a su muerte. Debe ser el mismo sentimiento que experimente alguien como su editor, Chus Visor, que transit¨® de unas generaciones a otras con ?ngel Gonz¨¢lez y sus noches. O el de Luis Garc¨ªa Montero, empe?ado ahora en su biograf¨ªa, y que ciertamente compart¨ªa con Gonz¨¢lez una misma opci¨®n po¨¦tica.
Pero entre los muchos rostros que la muerte del poeta me ha tra¨ªdo a su escenario madrile?o de la noche estaba tambi¨¦n el que quiz¨¢ m¨¢s lo hab¨ªa visto de d¨ªa por coincidencias laborales: Juan Garc¨ªa Hortelano, funcionario como ¨¦l en el Ministerio de Obras P¨²blicas en tiempos de acogidas clandestinas en la casa de ?ngel en San Juan de la Cruz, fundamental escenario madrile?o de su vida y de la de otros, del que si no me confundo habla en sus excelentes memorias Caballero Bonald. Las risas de los tres -?ngel, Hortelano, Caballero- me vinieron al recuerdo como las risas c¨®mplices de esas largas noches madrile?as de farra en las que el humor los un¨ªa tanto como la vida, el alcohol, la pol¨ªtica y la literatura.
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