"Viajo para descubrir al otro"
La Ruta de la Seda conduce hasta Londres. Hasta esta puerta en una calle tranquila de un barrio residencial junto a Holland Park, en Kensington. Uno mira hacia atr¨¢s y puede imaginar el largu¨ªsimo camino a trav¨¦s de regiones ex¨®ticas y peligrosas como una hilera de orugas arrastr¨¢ndose sobre un viejo mapa. En esta casa vive un moderno Marco Polo, Colin Thubron (Londres, 1939), uno de los mejores escritores de viajes de nuestro tiempo. Su ¨²ltimo libro, La sombra de la Ruta de la Seda (Pen¨ªnsula), es la cr¨®nica de su aventura siguiendo, a lo largo de ocho meses, la antigua senda comercial, desde Xi'an, en China, hasta la turca Antakya (Antioquia), en el Mediterr¨¢neo, pasando por, entre otros pa¨ªses, Afganist¨¢n e Ir¨¢n. En total, 11.200 accidentados kil¨®metros que Thubron recorri¨® utilizando mayoritariamente transporte p¨²blico -incluido camello- y que le llevaron a trav¨¦s de algunos de los parajes m¨¢s hermosos, misteriosos y agrestes del planeta, como la Alta Tartaria; el temido desierto del Takla Makan, nido de huracanes negros, o el lago Songkul, que el viajero pinta azul turquesa y cobalto. Tambi¨¦n visit¨® sitios escalofriantes -antiguos y modernos- que rezuman muerte y desolaci¨®n: el enigm¨¢tico enclave, no lejos de Qumrabat Padshahim (la tumba del rey de las arenas), en el que el viajero camina literalmente sobre esqueletos; el dram¨¢tico final de la Gran Muralla junto a las Monta?as Negras, en Jiayuguan, o el l¨®brego fuerte afgano de Qala-i-Jangi, donde los combatientes de Al Qaeda que luchaban junto a los talibanes fueron masacrados por las fuerzas especiales de EE UU y las tropas de la milicia de Dostum. En el trayecto, sobra decirlo, Thubron conoci¨® a gente curiosa: desde el contrabandista chino de antig¨¹edades hasta el Buda reencarnado de Labrang, pasando por el polic¨ªa corrupto de Bishkek, la sensual gu¨ªa uigur con un pecho extirpado, el campesino que se masturbaba en un dique en Yongchang o los buscadores de jade de Hotan. Su ruta est¨¢ llena de rostros inolvidables; de personas con sue?os, anhelos y existencias que el escritor recolecta con delicadeza y paciencia de sericultor. "Viajo para descubrir al otro", explicar¨¢ Thubron durante la entrevista. "La gente es lo importante". "Viajando comprendes que no eres el centro del mundo".
"Cambian los caminos y los valores. Las culturas no son inmutables"
"Mi peor miedo en un viaje es que pase nada. No experimentar nada"
"Viajar es entender. Dejas de creer que eres el centro del mundo"
Su piso, con acceso a jard¨ªn (a trav¨¦s de un arco con estatuas y flores), y colindante con una antigua iglesia junto a la que se alza un enorme fresno -"bonitos, pero suelen caerse", apunta con humor la pareja del escritor, Margreta, una m¨¦dica estadounidense de origen suizo italiano que se retirar¨¢ discretamente-, es lujoso sin estridencias, con clase, luminoso y acogedor (todo muy distinto a la polvorienta Ruta de la Seda y sus olores a fideos, orina y manteca, su vodka y sesos de cordero). Estanter¨ªas con libros, unos pocos cuadros? Lo ¨²nico que destaca es un enorme e incongruente b¨²ho disecado, que sigue la conversaci¨®n con lo que parece reconcentrado inter¨¦s.
Su viaje por la Ruta de la Seda arranca pr¨¢cticamente en Xi'an, contemplando a los guerreros de terracota de la tumba del primer emperador. Parece que han decidido devolverle la visita. Esta ma?ana los he visto en el British Museum. ?Le asusta que quiz¨¢ le hayan seguido con perversas intenciones, como las estatuas de 'The Mummy'? No, en absoluto. De entrada, son s¨®lo un peque?o contingente, imagine la impresi¨®n que causan casi 700 juntos. Pero adem¨¢s, pese a ser miembros de lo que al fin y al cabo es un ej¨¦rcito, los guerreros de terracota, parad¨®jicamente, no producen una sensaci¨®n intimidatoria. Al contrario, hay algo en ellos cercano, casi cordial. Seguramente por la fuerza del detalle y el hecho de que reflejan personalidades concretas, de que no fueron realizados en serie.
La presencia de esos guerreros en Londres, tan lejos de su lugar de origen, estupefactos en este mundo hiperb¨®reo, refleja sim¨¦tricamente la historia que usted cuenta de los legionarios romanos capturados tras la derrota de Craso contra los partos en Carrhae, en el a?o 53 antes de Cristo, y que parece que acabaron en China. Es una historia asombrosa, no pod¨ªa creerla. Trat¨¦ de encontrar el rastro de esos legionarios. En los anales de la dinast¨ªa Han hay una referencia a unos guerreros que parecen formar el testudo, la tortuga romana, y algunos estudiosos han identificado el pueblo de Zhelaizhai como el lugar donde se instalaron. Fui all¨ª, y es cierto que encuentras a individuos con sorprendentes rasgos occidentales.
Usted explica que algunos trataban pat¨¦?ticamente de que se los identificara como progenie de los romanos, para escapar a la miseria. S¨ª, resultaba muy triste, lo percib¨ªan como una especie de distinci¨®n. Toda la historia de esos legionarios perdidos en un pa¨ªs tan extra?o para ellos y la de sus supuestos descendientes, como aquel chino que en realidad era albino, me provoc¨® una gran pena.
'La sombra de la Ruta de la Seda', pese a tener mucho en com¨²n con sus otros libros de viajes, la misma mezcla de sus experiencias con apuntes hist¨®ricos, geogr¨¢ficos o arquitect¨®nicos, presenta sorprendentes rasgos nuevos. Introduce, por ejemplo, t¨¦cnicas de la ficci¨®n. La m¨¢s sorprendente es ese di¨¢logo interno del viajero contempor¨¢neo -usted- con un antiguo mercader sogdiano, un viejo fantasma de la Ruta de la Seda? He escrito mucha ficci¨®n anteriormente, siete novelas, alternando con los libros de viajes. Pero eran, excepto una, Hacia la ¨²ltima ciudad [la ¨²nica publicada en castellano. El Aleph, 2003], que transcurr¨ªa en el Camino del Inca, novelas antiviajeras, que suced¨ªan en lugares cerrados -un hospital mental, una prisi¨®n-, incluso en espacios mentales. Mi ficci¨®n siempre ha sido muy diferente de mis libros de viajes. Aqu¨ª hay esa irrupci¨®n de la que habla. Ese uso de t¨¦cnica narrativa en medio del viaje era un reto. No s¨¦, me da cierto pudor. Pero me pareci¨® apropiado, y necesario. Ten¨ªa miedo a repetirme, a que mis libros de viajes se parecieran demasiado.
Ese subterfugio del interlocutor fantasma le da una nueva dimensi¨®n y le permite hablar de cosas muy personales; del miedo, por ejemplo. Mi peor miedo en un viaje no es f¨ªsico, es el miedo a que no pase nada, a no sentir nada, a no experimentar nada durante el viaje. Los acontecimientos m¨¢s dram¨¢ticos, las situaciones amenazadoras y peligrosas, pueden ser duros para el viajero, pero para el escritor son la materia de su trabajo. En mi caso, eso me da una perspectiva curiosa y ¨²til: es como si esas cosas le pasaran a otro.
Otra novedad sorprendente: ?lleva usted un tel¨¦fono m¨®vil! Es casi un sacrilegio. Ese cord¨®n umbilical con casa? Tiene una explicaci¨®n: cuando part¨ª, mi madre estaba enferma. Marchaba por mucho tiempo y deb¨ªa estar localizable si hab¨ªa que tomar decisiones m¨¦dicas. Muri¨® recientemente.
Lo siento. Gracias.
Parte del viaje transcurre por parajes que usted ya hab¨ªa recorrido, donde reencuentra a viejos conocidos. S¨ª, una parte, Herat, Bujara. Sobre todo, Samarcanda. Pero doce a?os la han cambiado radicalmente. Lugares a los que deseaba regresar.
Dice Jan Morris, a quien usted admira y aprecia tanto, que la esencia ¨²ltima de los lugares es inasible porque cambian, y nosotros? Tambi¨¦n cambiamos, exacto. Cambiamos nosotros, cambia nuestra cultura y cambia la cultura que observamos.
Cada generaci¨®n tiene, adem¨¢s, una mirada distinta del viaje. Cada generaci¨®n de viajeros, y de escritores de viajes, ve las cosas de una manera diferente. El viaje no se detiene. Cambian los caminos, pero tambi¨¦n cambian los valores, las actitudes. Las culturas no son inmutables; var¨ªan sus intereses, sus enfoques. Mi generaci¨®n, por ejemplo, ha estado m¨¢s atenta a la pol¨ªtica, y a la gente. Otras lo han estado m¨¢s a la apreciaci¨®n est¨¦tica. Son sensibilidades distintas.
Supongo que piensa en Robert Byron, el autor de 'La ruta a Oxiana', con el que se le suele comparar por su calidad literaria, aunque no le imagino disfraz¨¢ndose como ¨¦l de ¨¢ngel victoriano. Byron ten¨ªa un sentido del lugar y un inter¨¦s por la arquitectura con los que me siento muy cercano. Tambi¨¦n con su gusto por la exactitud y la poes¨ªa, y su forma de escribir, como un diario. Se documentaba mucho y era muy respetuoso. Pero como otros de su tiempo y posici¨®n social, como Steven Runciman, no pod¨ªan desprenderse de sus valores y su sentimiento de clase privilegiada. Llevaban sus prejuicios, y los del imperio, con ellos. Hay algo colonial en sus miradas.
Si me permite, usted tambi¨¦n tiene ese aire de 'gentleman', su aspecto, sus maneras. Monta bien a caballo. Y estudi¨® en Eton. La escuela brit¨¢nica tiene muchos defectos, y, sin embargo, algunas virtudes. Es un sistema terrible -yo fui muy infeliz en Eton-, pero te hace duro, o m¨¢s bien autosuficiente. Muchos escritores de viajes han compartido esa educaci¨®n.
Le debe de ser dif¨ªcil pasar inadvertido en ruta, camuflarse. De hecho, es imposible. Con mi aspecto resultar¨ªa rid¨ªculo. Y no s¨®lo en China; no paso ni por turco.
Hay gran tradici¨®n del disfraz entre los viajeros brit¨¢nicos. Lawrence de Arabia, Thesiger? Aunque era una opci¨®n m¨¢s est¨¦tica que pr¨¢ctica. No crea. En Lawrence es posible, en Thesiger era por sentido pr¨¢ctico y por vivir como sus amados beduinos.
Hay un momento en su ¨²ltimo libro en el que uno sufre especialmente por usted. Es cuando entra en la prohibida -para los no musulmanes- y bell¨ªsima mezquita de Gawhar Shad, en Mashhad, en Ir¨¢n. El episodio recuerda precisamente a Robert Byron, que se col¨® en ella disfrazado en 1933 "temblando de euforia", y a toda esa otra larga tradici¨®n viajera de introducirse en sitios prohibidos, como Burton en La Meca. Fue muy arriesgado y no me siento orgulloso. No s¨¦ qu¨¦ hubiera pasado si me hubieran descubierto, probablemente no estar¨ªa aqu¨ª. Yo, en realidad, no pretend¨ªa entrar en la tumba, el lugar m¨¢s sagrado, s¨®lo ver la c¨¦lebre arquitectura de los patios de la mezquita. Me met¨ª entre la gente embozado con el anorak. Luego sucedi¨® aquello que explico: un individuo me condujo, con gran susto por mi parte, hacia la tumba, y fui arrastrado por la multitud hasta la c¨¢mara mortuoria. S¨¦ que hice mal, pero result¨® una experiencia impresionante.
Una experiencia que narra de una manera sensacional describiendo el flujo enfervorecido de la multitud, la histeria de los fieles, los gemidos, y esa impresionante imagen del reflejo enloquecidamente fragmentado del gent¨ªo en el techo cuajado de espejos. Era la ¨²nica forma que ten¨ªa de explicarlo, de trasladar aquella sensaci¨®n de sagrada locura.
De nuevo, como en sus otros libros, los paisajes, sobre todo los m¨¢s desconsoladores y yermos, tienen un peso extraordinario. Los describe ti?¨¦ndolos de una poderosa melancol¨ªa. Parecen casi una proyecci¨®n de su interior. Hay algo en esos parajes desolados, especialmente en los desiertos, que me atrae; tienen, no s¨¦, una simplicidad. Tambi¨¦n su hostilidad, su econom¨ªa. Una limpieza. No s¨¦ que puede significar psicol¨®gicamente eso.
Volvemos a encontrar en 'La sombra de la Ruta de la Seda' un inter¨¦s especial por las tumbas -la de Omar Jayyam, la de Jomeini, la de Tamerl¨¢n, embalsamado en alcanfor y almizcle- y por los muertos, como las momias de los tocarios de Urumqi. De nuevo est¨¢, en relaci¨®n con la muerte, el recuerdo de su padre, una a?oranza. Mi padre, s¨ª. Cuando muri¨® en 1992 fue? [titubea y se ensimisma]. Estaba muy cerca de ¨¦l. Era muy alto, un hombre impresionante. Militar. Un h¨¦roe de guerra, condecorado. El norte de ?frica, Anzio? Fue el primero en entrar en Roma, ?sabe? Alcanz¨® el rango de general. Es toda una figura para m¨ª. Pienso en ¨¦l porque necesito sus cualidades, especialmente cuando viajo, en los momentos peligrosos. Su estabilidad, su calma. Yo me parezco m¨¢s a mi madre, por temperamento y por tendencia a lo art¨ªstico; ella era descendiente de John Dreyden, y valoraba mucho la poes¨ªa, la cultura. Era muy impulsiva.
Esa fisura, el recurrente recuerdo de su padre, introduce en sus viajes una sensibilidad, una fragilidad muy emotivas. No es algo consciente.
?Tiene hermanos? Ten¨ªa una hermana, pero muri¨® en un accidente de esqu¨ª en los Alpes, una avalancha.
?Nunca ha lamentado no haber echado ra¨ªces, casarse, tener hijos? En eso, tomes la opci¨®n que tomes, algo ganas y algo pierdes. No podr¨ªa vivir como vivo, viajar como lo hago si tuviera esas ra¨ªces de que habla. Desde un punto de vista puramente econ¨®mico resulta mucho m¨¢s barato viajar a mi manera que vivir aqu¨ª en Londres. Cuando muri¨® mi madre, vend¨ª la casa de la familia. Desde hace unos meses vivo en ¨¦sta.
En 'La sombra de la Ruta de la Seda' parece usted m¨¢s fr¨¢gil. Y se percibe una duda sobre el acto mismo de viajar. Al final del trayecto se describe a usted mismo ante el espejo cansado y envejecido. Es normal que durante el viaje alternen momentos de nostalgia y de sentimiento de soledad con otros de entusiasmo. Eso est¨¢ en la naturaleza misma del viaje, lo experimentan todos los viajeros sea cual sea la clase de viaje. La madurez, sin duda, proporciona m¨¢s reflexi¨®n, y una conciencia de la propia fragilidad que no exist¨ªa en la juventud. En todo caso, no tengo la menor duda: viajar es necesario; lo es porque la gente no es igual en todas partes, y s¨®lo viajar te da la oportunidad de conocerla, de descubrir al otro. Viajar es entender. Viajando dejas de creer que eres el centro del mundo; experimentas cosas nuevas, extra?as algunas, muchas inolvidables. Nunca dejar¨¦ de viajar, ni de escribir.
En este viaje refleja m¨¢s cosas de s¨ª mismo. En eso hay algo premeditado. Hay gente que me reprochaba no aportar m¨¢s informaci¨®n acerca de m¨ª.
En Stanford, la gran librer¨ªa de viajes, su libro est¨¢ entre los 'best sellers', junto a los de dos compatriotas, Michael Palin y Ranulph Finnes. No puedo imaginar dos viajeros m¨¢s distintos de usted. Es verdad. Mi sentido del viaje es muy diferente. No es un acto aventurero como para Finnes. Lo preparo mucho, investigo, me documento obsesivamente. No viajo por viajar, por el viaje en s¨ª. Para m¨ª, el destino es lo importante. Y ah¨ª, la gente. Aunque es cierto que tambi¨¦n siento la excitaci¨®n f¨ªsica del viaje; para m¨ª, lo principal es la experiencia del otro, el elemento personal, el contexto humano.
?Cu¨¢les son sus autores de referencia? Freya Stark, Patrick Leigh Fermor, Jan Morris, autores que han dado una nueva dimensi¨®n, mayor, a la literatura de viajes. Robert Byron, Aureil Stein, tan importante en este libro, en el que sigo a menudo sus pasos...
Freya Stark, precisamente, dijo algo que tiene un eco en su libro: "Despertar completamente solo en una ciudad extra?a es una de las sensaciones m¨¢s agradables que existen". S¨ª, en el libro refiero ese estado embriagador, el estar lejos de todo lo que te confiere identidad, los lazos amorosos atenuados; te sientes ligero, incluso peligrosamente invulnerable. Se siente una euforia casi infantil al adentrarse en un mundo desconocido, al observar cosas nuevas.
Usted era el joven heredero de los Leigh Fermor, Morris, Newby, Lewis? Ahora es el veterano, el maestro para la nueva generaci¨®n, los Dalrymple, Jason Elliot? Me halaga, esos escritores son muy buenos. Es bonito ver que el viaje no se detiene.
Es dif¨ªcil imaginarle enfadado, fuera de sus casillas. En sus viajes, sin embargo, a veces reacciona ante situaciones de riesgo, de amenaza, con una respuesta agresiva.Soy muy pac¨ªfico. Pero cuando me agreden, cuando alguien trata de ejercer una violencia sobre m¨ª, me revuelvo. En algunos casos funciona bien, porque la amenaza se desmonta inmediatamente, sobre todo en pa¨ªses donde las fuerzas del orden est¨¢n acostumbradas a ser obedecidas sin rechistar. Es algo natural en m¨ª. Es posible que alguna vez eso me meta en l¨ªos.
?Qu¨¦ es lo peor que puede pasar en un viaje? Lo que le dec¨ªa, que no pase nada, que nada te haga vibrar. Aparte de eso, enfermar, supongo.
?Guarda recuerdos de sus viajes, objetos, cosas? Como puede ver, no. No soy adquisitivo ni coleccionista por naturaleza, ni nada fetichista. El tipo de viajes que hago, con muy poco equipaje, tampoco lo permitir¨ªa.
?Y ese b¨²ho? Jan Morris tiene tambi¨¦n uno disecado, enorme, en su casa de Gales. A ver si va a ser el ave patrona de los viajeros? Es un eagle-owl.
Un b¨²ho real, un pedazo de p¨¢jaro, la rapaz nocturna m¨¢s grande de Europa. ?De d¨®nde lo ha sacado? Lo traje precisamente de Espa?a. Lo compr¨¦ as¨ª, disecado, en un viaje que hice muy joven, con 19 a?os. Vino metido en la mochila. Supongo que ahora estar¨ªa prohibido.
Para ser usted brit¨¢nico, demuestra en sus libros poco inter¨¦s por los p¨¢jaros que encuentra en el camino. No crea, lo que pasa es que en las zonas por las que viajo no hay muchos.
Que diga eso demuestra precisamente que no es usted un gran 'birdwatcher' [observador de aves]. Es cierto, lo reconozco. Me fijo m¨¢s en otras cosas.
No hemos hablado de por qu¨¦ escogi¨® la Ruta de la Seda, ese mundo evanescente de yaks, de 'yurtas' y caravasares. Me interesa lo que tiene de fluidez, de esquiva y cambiante. Es un lugar, una suma de lugares, donde las identidades, las ¨¦pocas y culturas se mezclan y confunden. Un caleidoscopio. Un r¨ªo donde las naciones dejan de tener sentido. Un espacio de mestizaje por definici¨®n, en el que reina una f¨¦rtil impureza. Resulta muy interesante recorrerla. Seguirla es seguir la diversidad. Adem¨¢s, de alguna manera representa un compendio de lo que siempre me ha interesado, China, la Uni¨®n Sovi¨¦tica -que fueron el paradigma de lo peligroso para mi generaci¨®n-, el islam.
?Ad¨®nde ir¨¢ ahora? ?Mi pr¨®ximo viaje? No lo s¨¦. Quiz¨¢ el Camino de Santiago, una ruta de peregrinaje.
Colin Thubron me acompa?a hasta la puerta. Es raro partir y que ¨¦l se quede. Se despide con lo que parece un brillo de envidia en los ojos. Al mirarle es imposible no recordar las frases de su libro que le espeta el mercader fantasma: "Hay un hombre en mi pueblo natal que se ha pasado toda su vida sentado junto al pozo. Est¨¢ feliz y loco. Pero t¨² has o¨ªdo el agua corriendo por los jardines de Cachemira, y probado los dulces frutos de Kumul, y caminado entre los tulipanes que ti?en las Monta?as Celestes. ?No es eso suficiente?".
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