No cat¨®licos sino catolicistas
Est¨¢ uno harto de recordar -y ustedes aburridos de que yo lo haga- el viejo adagio de mi familia: "Nunca se debe intentar contentar a quienes nunca se van a dar por contentos". Y sin embargo es algo que en Espa?a hay que sacar a colaci¨®n continuamente, como si no darnos nunca por contentos fuera uno de nuestros mayores vicios, o m¨¢s bien ardides. Es este un pa¨ªs lleno de gente insaciable, a la que nada parece jam¨¢s bastante, que ve cualquier gentileza o concesi¨®n no como deseo de tener la fiesta en paz y llegar a acuerdos, ni como recapacitaci¨®n y af¨¢n de ser justo, sino como s¨ªntoma de debilidad inequ¨ªvoca de quien cede, y por lo tanto como se?al para tirar de la cuerda y forzar a¨²n m¨¢s las situaciones. Lo m¨¢s sorprendente es que nadie haga caso de ese adagio, que nadie se plantee lo in¨²til y aun lo contraproducente de intentar contentar a quienes jam¨¢s van a darse por satisfechos. No se lo dan ni se lo dar¨¢n los nacionalistas varios, ni por supuesto ETA, ni el actual Partido Popular, ni -seg¨²n comprobamos una y otra vez- los obispos y cardenales cat¨®licos.
"Los obispos, con cinismo, se dicen perseguidos, y jam¨¢s se dar¨¢n por contentos"
Son s¨®lo algunos ejemplos, de colectivos. Porque tambi¨¦n los hay de millares de individuos, y estoy seguro de que ustedes se las habr¨¢n visto en la vida con alguna persona as¨ª. Habr¨¢n puesto pa?os calientes y tenido infinitas buena fe y paciencia con ellas, habr¨¢n procurado agradarlas y apaciguarlas, las habr¨¢n tratado con guante blanco ante su enorme susceptibilidad y su imparable exigencia ?, y no habr¨¢n conseguido sino recibir reproches y broncas, se habr¨¢n sentido en insaldable y permanente deuda con ellas, habr¨¢n experimentado la desagradable e injusta sensaci¨®n de que, por mucho que hicieran ustedes en provecho suyo, ellas no s¨®lo no iban a agradec¨¦rselo, sino que lo iban a tomar como algo l¨®gico y debido y adem¨¢s insuficiente. Son personas imposibles, desesperantes, con las que lo mejor que puede hacerse es romper todo v¨ªnculo y trato, no tenerlo malo ni esforzarse por tenerlo bueno (una quimera, esto ¨²ltimo). Son individuos que en seguida pierden de vista lo que es una deferencia o un gran favor por nuestra parte, que consideran "derechos adquiridos" lo que graciosa y voluntariamente les otorgamos un d¨ªa, que olvidan que no tenemos ning¨²n deber para con ellos, y que, si les retiramos nuestra protecci¨®n o beneficio, lo juzgar¨¢n una agresi¨®n, nada menos. Recuerdo haber tenido amigos a los que favorec¨ªa en lo posible: suger¨ªa su nombre para trabajos o viajes; lograba que se los invitara a donde no lo hab¨ªan sido; hac¨ªa gestiones para que se los publicara o tradujera; los ayudaba a mejorar sus tarifas, sin llegar a la indecencia de recomendar p¨²blicamente lo que de ellos no me gustaba. Al terminar la amistad, me abstuve de perjudicarlos, pero s¨ª dej¨¦ de echarles aquellas manos, y ellos entendieron la mera cesaci¨®n de un apoyo -nada m¨¢s comprensible, si yo me hab¨ªa considerado traicionado- como una declaraci¨®n de hostilidades por mi parte. Hasta tal punto hab¨ªan olvidado que se trataba algo espont¨¢neo y amistoso, a lo que no estaba en modo alguno obligado.
La jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica -y por tanto la Iglesia Cat¨®lica en su conjunto, que nada hace para moderar o reprobar a aqu¨¦lla- ha demostrado sobradamente pertenecer a esa clase de personas u organizaciones. Con ella se han tenido todos los miramientos imaginables. Pese a ser Espa?a un Estado aconfesional desde hace treinta a?os, se le ha mantenido un trato de privilegio escandaloso. Se la ha seguido financiando -a¨²n m¨¢s desde 2006- con el dinero de todos los ciudadanos, profesen la religi¨®n que sea o ninguna; se le ha aumentado al 0,7% la cantidad que los contribuyentes puedan destinarle a trav¨¦s de sus impuestos, rest¨¢ndosela as¨ª al Estado; no se han cancelado los caducos acuerdos de 1979 con el Vaticano, tan beneficiosos para ella; se le permite apoderarse de las calles de todo el pa¨ªs durante siete d¨ªas seguidos, los de la Semana Santa, algo que se impedir¨ªa a cualquier otro colectivo, religioso o laico; para no irritarla, se han parado o descafeinado leyes, y a otras se ha renunciado; se ha tolerado que obispos levantaran falsos testimonios ("La sospecha del 11-M mira al Gobierno", clam¨® el de Huesca) sin que sus pares los reconvinieran por la comisi¨®n de tama?o pecado en p¨²blico; se le ha consentido difamar y mentir a trav¨¦s de su emisora, amoldar a su gusto la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa y despedir a su arbitrio a los profesores de Religi¨®n que ella no paga, en esos colegios "suyos" que en realidad sufragamos los espa?oles. No se le ha pasado factura por los cuarenta a?os en que gobern¨® y reprimi¨® a la sombra -o al sol, descaradamente- de la sanguinaria dictadura de Franco, ni por su mucha opresi¨®n de tantos siglos, ni por su deliberada ignorancia y rechazo a cualquier avance. Se la ha tratado, en suma, con una generosidad que en poco grado merec¨ªa. Pero para la jerarqu¨ªa nada es nunca bastante; los obispos, con cinismo, se dicen "acorralados" y "perseguidos" y jam¨¢s se dar¨¢n por contentos. O mejor dicho, s¨®lo se lo dar¨ªan si acabaran con toda libertad y raz¨®n y pudieran imponer a todos, como en el pasado no lejano, sus creencias, mandatos y prohibiciones. Esto es, el d¨ªa en que, de la misma manera que hay Estados islamistas que supeditan el poder democr¨¢tico y civil al religioso, Espa?a volviera a ser un Estado no cat¨®lico, sino catolicista.
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