Met¨¢stasis de la vida cotidiana
De la vida cotidiana se hablaba mucho, con inquietud y sentido, hace menos de cuarenta a?os. Ahora, sin embargo, su tema ha ingresado en una suerte de esfera agrisada, atiborrada de obviedad, donde, tanto para los especialistas como para los espectadores, s¨®lo destacan los fen¨®menos de la violencia dom¨¦stica, el secuestro de ni?os, los accidentes de tr¨¢fico o las explosiones de gas.
Fuera de estos sobresaltos, la vida cotidiana discurre bajo una cota de indiferencia, creciendo horizontalmente y homolog¨¢ndose hasta devorar toda otra clase de vida, real o imaginaria, que se emplace fuera de ella.
La vida religiosa, la vida por la patria, la vida de perfecci¨®n, la vida revolucionaria, la vida valle de l¨¢grimas y toda la vasta colecci¨®n de vidas alternativas han sido metabolizadas por la secuencia de la cotidianidad. As¨ª, la vida de aventuras ha mutado a los viajes ex¨®ticos por los itinerarios del low cost, la vida de la fe ha girado hacia experiencias esot¨¦ricas de barrio y la vida del vicio o la opci¨®n transgresora, en conjunto, ha sido tragada por una cotidianidad cuya amplitud permite la diaria acumulaci¨®n de la pornograf¨ªa o la sodom¨ªa, la pederastia, la corrupci¨®n financiera, la prevaricaci¨®n y cualquier consumo de drogas.
Vivir ha dejado de aparecer como experiencia singular para presentarse como proceso seriado
La vida cotidiana, como escribe Bruce B¨¦gout en Lugar com¨²n (Anagrama), se nos impone ya como una suerte de "fatalidad absoluta". Vivir ha dejado de aparecer como la experiencia singular que exaltaban los tiempos de la modernidad para presentarse, ante la propia observaci¨®n, como un proceso de producci¨®n seriada. Seriada o quiz¨¢s, ahora, customizada de acuerdo a las nuevas leyes de la oferta en el supermercado personista.
En cualquiera de los supuestos, lo diario -en el trabajo, el v¨ªdeo dom¨¦stico, en la vacuidad pol¨ªtica, en el lecho conyugal- se muestra como carente de relevancia y tendente, como todo lo reiterado, a la pulverizaci¨®n.
En su conjunto, la vida cotidiana -toda la raci¨®n de vida- nos resulta tan insignificante que apenas se hace notar. Eso sin contar con la poca atenci¨®n que se viene prestando a todo lo que creemos cargado de insignificancia, que es, sin embargo, donde a menudo anida la ¨²ltima significaci¨®n.
La negaci¨®n de la insignificancia conlleva, adem¨¢s, la imposibilidad de reflexionar sobre ella y de concederle, por tanto, un bisel de brillo o una cr¨ªtica que la roc¨ªe de alguna p¨®lvora para cambiar justamente su direcci¨®n.
Falta de ponderaci¨®n, de cr¨ªtica y de pasi¨®n, nada se muestra menos sexy que nuestra cotidianidad pero, a la vez, no hay cuerpo del que pueda esperarse mayor provisi¨®n de vida. En el siglo XX cundieron los libros que estimulaban la cr¨ªtica de la vida cotidiana, puesto que la revoluci¨®n no podr¨ªa contentarse con transformar la pol¨ªtica o la econom¨ªa sino transformar tambi¨¦n el trabajo, la pareja, la sexualidad, el ocio y la ambici¨®n.
"En el horizonte del mundo moderno se eleva el sol negro del tedio", dec¨ªa Lefebvre en su famosa Critique de la vie quotidienne, clamando contra el estado de las cosas hace cuarenta a?os. El tedio formaba parte de la misma explotaci¨®n capitalista y, en consecuencia, pod¨ªa servir como materia prima para la revoluci¨®n.
Hoy, en cambio, el tedio no cuenta como posible fuente de energ¨ªa revulsiva. En realidad, nunca ha existido mayor oportunidad de divertirse y la diversi¨®n misma (Divertirse hasta morir titul¨® una de sus obras famosas Neil Postman) ocupa el n¨²cleo vital del modelo imperante. Desde el mundo del marketing y la publicidad a los comercios con e-factor, desde las escuelas a las estaciones de metro, todo debe ser divertido y, en efecto, las actividades festivas han proliferado por cualquier parte y en cualquier ocasi¨®n.
Y todo ello empotrado, ciertamente, en el c¨ªrculo de la cotidianidad. Ahora la fiesta, perdida su categor¨ªa extraordinaria, emerge con el pretexto menor y sin importar demasiado la fecha. La cotidianidad ha logrado tanta capacidad de bien y mal, de s¨ª y de no, de dominio espacial y temporal que ha matado casi cualquier extra?eza. La cotidianidad nos conoce, nos designa, nos acorrala y es ah¨ª donde, a nuestro pesar pero pasivamente, vivimos con la implacable conciencia de su car¨¢cter penitenciario, insorteable, letal.
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