El 'Espartaco' del Bolsh¨®i se impone en Par¨ªs
El bailar¨ªn cubano Carlos Acosta triunfa con el gran personaje heroico
La ?pera Garnier en pie. Emociones a flor de piel y una ovaci¨®n ante tel¨®n de 10 minutos. Fue una noche memorable para el ballet, pero en particular para dos personas en las ant¨ªpodas: la joven estrella del gran ballet actual, el cubano Carlos Acosta, y por otra parte el octogenario core¨®grafo ruso Yuri Grigorovich.
El ballet Espartaco cerraba en la tr¨ªada de programas que el ballet del gran teatro Bolsh¨®i de Mosc¨² ha tra¨ªdo durante un mes a Par¨ªs, en una larga gira invernal que ha puesto al servicio de la balletoman¨ªa francesa lo mejor de la tradici¨®n rusa.
Acosta borda el papel, lo hace explosivamente din¨¢mico
Por razones diversas Acosta y Grigorovich volv¨ªan a tocar triunfalmente el techo de sus propias vidas art¨ªsticas; los ¨¦xitos de hoy convert¨ªan en laureles los sinsabores de anta?o. Al primer bailar¨ªn cubano hoy mucha gente le califica como el nuevo Nureyev, y aunque no es aqu¨ª la ocasi¨®n para entrar en esas disquisiciones hay que decir que el empuje, energ¨ªa y voluntad expositiva de este muchacho salido de un barrio pobre de La Habana y cuya historia sigue sonando a cuento de hadas, es extraordinaria. Cada uno en su tiempo, cada uno en su cuerda, son hitos de diversa ¨ªndole y car¨¢cter de lo que es y ser¨¢ siempre la historia del gran ballet y lo que s¨ª les espeja probablemente es la capacidad prism¨¢tica y de ataque del cubano a la hora de bailar.
Por ejemplo, nada m¨¢s lejos de Acosta que el personaje del gladiador convertido en l¨ªder revolucionario por mor del gui¨®n de Nicolai Volkov de 1964 que viendo el ballet entendemos que tiene mucho m¨¢s de la lejana pomposidad de Gibbons que de la novela de 1874 de Raffaello Giovanoli, que retrata con ecos seudorrom¨¢nticos las gestas imperiales. Sin embargo, es el car¨¢cter teatral de Acosta, que indirectamente y por un arco fant¨¢stico del propio teatro, alude a la tradici¨®n del cimarr¨®n rebelde, que encuentra en este personaje rompecadenas el culmen de su carrera dentro del ballet teatral de argumento.
No es exagerado decir que Carlos Acosta borda Espartaco a partir de crearlo, de inventarlo en particular, virtuosismos aparte, pues siendo negro y robusto, pero no apol¨ªneo (en cuanto al canon de Blasis), lo hace explosivamente din¨¢mico, su versi¨®n del esclavo opta por alejarse inteligentemente de sus precedentes honorables, hist¨®ricos y can¨®nicos como Mija¨ªl Lavroski y Vlad¨ªmir Vassiliev. Con Acosta puede hablarse incluso de una interiorizaci¨®n del dibujo core¨²tico hacia la creaci¨®n de un h¨¦roe moderno.
Y es que esta coreograf¨ªa que en 2008 cumple 40 a?os es el ¨²nico producto con merecimientos propios sobreviviente del realismo socialista sovi¨¦tico y sigue habiendo dentro de la obra grandes momentos de buena danza y del apogeo del ballet acrob¨¢tico masculino llevado hasta los l¨ªmites de la resistencia calist¨¦nica de los bailarines.
Los decorados y vestuarios del georgiano Simon Virsaladze (que crearon escuela en su tiempo) siguen siendo eficientes, expresivos y modernos, cumpliendo los requerimientos del teatro de danza a gran escala. Lo mismo puede decirse del estilo de la obra donde el concepto del coro masculino es llevado por Grigorovich a cuotas excelsas, con la conservaci¨®n de escenas prodigiosamente perfectas en la concepci¨®n y la planimetr¨ªa como la bacanal (en la que se adivina una consciente inspiraci¨®n sobre La noche de Walpurgis), el d¨²o dram¨¢tico de la pelea de los gladiadores, la fiesta procesional de los romanos o la expresionista escena final con el lamento de Frigia, mujer de Espartaco.
En el reparto de los rusos hay que destacar el Crassus desp¨®tico y dominador que hace el joven Alexander Volchov, el tes¨®n in crescendo de Nina Kaptsova, en el papel entregado de Frigia, y sobre todo Mar¨ªa Allash en el papel de Aegina, la cortesana. Ella es una bailarina madura, llena de majestad y poder¨ªo que se estresa en los c¨®digos cl¨¢sicos de la casa imponiendo desde su respiraci¨®n hasta su pose y donde el parecido con otras Aeginas de anta?o es a veces algo m¨¢s que una a?orante figuraci¨®n.
Al final sali¨® a escena a saludar un anciano pero todav¨ªa vital Yuri Grigorovich como colof¨®n a esta feliz iniciativa de la ?pera de Par¨ªs de albergar a otras grandes compa?¨ªas que son parte responsables del precioso sostenimiento de una misma tradici¨®n. El Espartaco que vemos hoy es probablemente algo m¨¢s fr¨ªo y menos vitalista que el que nos dieron en su tiempo otras generaciones pero por dentro se mantiene muy viva la esencia que permite al ballet sobrevivir.
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