Insaciable apetito de Apocalipsis
La revista Time vuelve a descubrirnos el Mediterr¨¢neo. Vivimos en un tiempo, se nos explica, en que proliferan las manifestaciones art¨ªsticas -de "alta" o "baja" cultura- ambientadas en el periodo subsiguiente a una cat¨¢strofe de proporciones monstruosas, o a un fin de mundo o de civilizaci¨®n que puede haberse producido por diversas causas. El cronista establece la lista de signos de ese Zeitgeist hodierno: desde novelas "de cejas altas" como La carretera (Cormac McCarthy, Mondadori), hasta pel¨ªculas de ¨¦xito espectacular y calidad variable (Soy leyenda, de Francis Lawrence, o Cloverfield, de Matt Reeves), pasando por docenas de videojuegos o por c¨®mics de culto como Y: el ¨²ltimo hombre, de Brian K. Vaughan y Pia Guerra (Planeta DeAgostini).
Pero, tras la cat¨¢strofe, no todo es negativo: de ah¨ª que lo posapocal¨ªptico repela y atraiga a la vez
La "tendencia" no es de ahora. El fantasma del fin del mundo y del ¨²ltimo hombre (o mujer) sobre la Tierra ha venido obsesionando a la humanidad desde el neol¨ªtico. El libro de Daniel, con sus escatol¨®gicas visiones de influencia babil¨®nica, y el Apocalipsis, revelado al anciano san Juan en Patmos, encuadran e informan toda la posterior tradici¨®n judeocristiana acerca de esa temida y, a la vez, hipn¨®tica "nueva era" a la que se supone que la especie tendr¨¢ que enfrentarse tras el Armaged¨®n.
La conciencia de nuestra fragilidad, ahora que -al menos en lo que llamamos Occidente- los dioses han muerto o est¨¢n dormidos, es lo que alimenta ese fecundo subg¨¦nero -especialmente literario y cinematogr¨¢fico- que se llama ficci¨®n posapocal¨ªptica, una modalidad de distop¨ªa que se desarrolla en las ¨¦pocas en la que sentimos que el suelo (ideol¨®gico, moral, econ¨®mico) se mueve bajo nuestros inseguros pies. La entrada del segundo milenio (y su reflejo especular a principios del tercero), los a?os siguientes a las dos guerras mundiales, la guerra fr¨ªa y el llamado "equilibrio del terror" han sido momentos particularmente privilegiados para la literatura y el arte apocal¨ªptico. Ahora, tambi¨¦n.
En una de las notas para su impresionante poema The Second Coming, publicado en 1920, cuando todav¨ªa estaban muy recientes los espantos de la Primera Gran Carnicer¨ªa, W. B. Yeats se?ala que el final de una ¨¦poca siempre recibe una especie de revelaci¨®n sobre el car¨¢cter de la siguiente. El 11-S fue le¨ªdo por muchos como una posible revelaci¨®n -un "apocalipsis", seg¨²n la etimolog¨ªa griega desplazada hasta significar "cat¨¢strofe"- acerca del pr¨®ximo futuro, que es en el que estamos. La imagen de Las Dos Torres ardiendo (como recuerda Cirlot, la torre es un s¨ªmbolo de ascenso, pero tambi¨¦n de ahondamiento) y, enseguida, de la monta?a de humo y polvo y escombros de lo que, muy posapocal¨ªpticamente, se ha llamado zona cero, se ha grabado en nuestra sensibilidad de modo m¨¢s indeleble que la Estatua de la Libertad semienterrada en la playa de El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968) o que el mundo en ruinas en el que combaten sin fin cyborgs y supervivientes en Terminator (James Cameron, 1984).
A los tradicionales cuatro jinetes del Apocalipsis iconogr¨¢ficamente fijados por Durero, se a?ade ahora un nuevo horror: la destrucci¨®n definitiva del h¨¢bitat humano a causa de la degradaci¨®n medioambiental. Pero, tras la cat¨¢strofe, no todo es negativo: de ah¨ª que lo posapocal¨ªptico repela y atraiga a la vez. El sugerente ensayo El mundo sin nosotros, de Alan Weisman (Debate), nos habla de un "despu¨¦s" no del todo indeseable que ancla su atractivo en una muy humana fantas¨ªa de regeneraci¨®n: cuando desaparezcamos del mundo, regresar¨¢ triunfante la Naturaleza. Y, si (algunos) conseguimos sobrevivir, como el protagonista de la versi¨®n cinematogr¨¢fica de Soy leyenda, ¨²nico ciudadano en un Nueva York a su entera disposici¨®n, podr¨ªamos por fin "poseer el mundo". Igual que en esa fantas¨ªa infantil en la que nos quedamos encerrados en un gran almac¨¦n. Solos, s¨ª. Pero con todo para nosotros.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.