Stanley, Ollie y los Marx
Los hermanos Marx y El Gordo y El Flaco reviven sus disparatadas historias de humor en las nuevas obras de Julio Salvatierra, Juan Mayorga y Luis Lorente, que se estrenar¨¢n en febrero en la cartelera espa?ola
Muchas secuencias c¨¦lebres del cine c¨®mico en blanco y negro son remakes de n¨²meros de variedades, y sus int¨¦rpretes, los mismos que llevaban a?os haci¨¦ndolos en los teatros. Charlot naci¨® en las tablas y madur¨® en pantalla, lo mismo que Pamplinas. No es de extra?ar que algunos autores se propusieran devolverlos po¨¦ticamente al escenario. Desde El paseo de Buster Keaton lorquiano hasta Charlot en el pa¨ªs de la libertad (1997) de David Barbero, hay un inventario pendiente de comedias inspiradas en celebridades del cine mudo y del primer sonoro. Ahora, por puro azar, se estrenan dos, tejidas en torno a la pareja y el tr¨ªo c¨®mico m¨¢s famosos del celuloide: La verdadera historia de los hermanos Marx, de Julio Salvatierra, y El Gordo y El Flaco, de Juan Mayorga, que coinciden, curiosamente, con el estreno en lectura dramatizada de Groucho, de Luis Lorente.
La vida de los hermanos Marx est¨¢ hecha de la misma materia que sus pel¨ªculas. En su familia, el absurdo era un rasgo de car¨¢cter y la paradoja, un m¨¦todo infalible de defensa personal. Su abuelo materno, ventr¨ªlocuo alem¨¢n emigrado a Estados Unidos, se neg¨® a aprender ingl¨¦s, con gran perjuicio para su carrera: nadie daba un duro por o¨ªr hablar a sus mu?ecos en un idioma incomprensible. El padre, sastre profesional, desconoc¨ªa el uso de la cinta m¨¦trica y no se molestaba en probar un traje a sus clientes, que jam¨¢s volv¨ªan. En cambio, ten¨ªa un don para la cocina. En su casa no hab¨ªa un duro, pero nunca falt¨® una buena cena. Como eran diez a la mesa, incluyendo el abuelo y una prima, sus hijos tuvieron que espabilarse. Con nueve a?os, Chico se dio al juego y Harpo se emple¨® de recadero, tras dejar el colegio porque sus compa?eros de clase lo arrojaban a diario por la ventana, desde un primer piso, afortunadamente. Su escuela fue la calle. Groucho, el tercero, era el intelectual y, en cierto modo, el artista designado por mam¨¢ Minnie, liante de la familia, que cre¨® la compa?¨ªa Los Cuatro Ruise?ores, matriz de Los Hermanos Marx. Empezaron haciendo cinco funciones diarias en espect¨¢culos de vodevil de tres al cuarto. Durante quince a?os, estuvieron dando tumbos por la Norteam¨¦rica profunda: actuaban al aire libre y dorm¨ªan api?ados en pensiones infectas. El ¨¦xito les cogi¨® por sorpresa.
En las autobiograf¨ªas de Harpo y de Groucho hay materia para diez comedias: son la mina de la que Julio Salvatierra ha extra¨ªdo La verdadera historia de los hermanos Marx, juguete c¨®mico, con cantables de Mariano Mar¨ªn, concebido para el lucimiento de los estupendos actores de la compa?¨ªa Teatro Meridional. Su autor resucita a cuatro de los cinco hermanos (deja fuera a Gummo, que ten¨ªa fobia a los escenarios) y a dos de sus colaboradoras: Margaret Dumont, millonaria eternamente desairada por Groucho, y Thelma Todd, la rubia explosiva de Pistoleros de agua dulce, novia de Lucky Luciano en la vida real, muerta en 1935 en circunstancias extra?as. Su comedia, situada a fecha de hoy, gira en torno al descubrimiento de un documental sobre la participaci¨®n de los Marx en acontecimientos pol¨ªticos decisivos de la primera mitad del siglo XX. Los hermanos acuden a un pase privado en la sede de Naciones Unidas ("que hayan muerto hace m¨¢s de treinta a?os es un detalle sin importancia", ironiza Salvatierra), cuando alguien roba la cinta. En el transcurso de la peripecia, ?lvaro Lav¨ªn, director de Meridional, va calzando alguna de las secuencias marxianas m¨¢s c¨¦lebres, incluida la del camarote de Una noche en la ¨®pera, abarrotado esta vez con el concurso del p¨²blico.
El Gordo y El Flaco es la ant¨ªtesis de La verdadera historia de los hermanos Marx. Sus dos int¨¦rpretes no imitan a Laurel y Hardy. Israel Elejalde (El Gordo) est¨¢ m¨¢s delgado que Luis Moreno (un flaco con mucha gracia): encarnan un car¨¢cter. Los encontramos en la cama, tumbados boca arriba, uno con su panza postiza al aire; el otro, maullando y balando entre sue?os. Se caen, se levantan, desayunan. Stanley se tiene que conformar con las migajas que deja Ollie: cuando bosteza de hambre, se escucha en off el hipo aullido huracanado de Tarz¨¢n. Su vivacidad recuerda la de Chico y su mirada chispeante, la de Harpo. El estilo de Moreno y de Elejalde es marxiano, antes que laurelhardiano. La pareja ve en el v¨ªdeo una pel¨ªcula de Chaplin: "Ese t¨ªo soso, siempre con las mismas payasadas". Hace siglos que nadie les ofrece trabajo. "No estamos lo bastante gordo ni lo bastante flaco, respectivamente", observa Ollie. "Nos hemos abandonado". El texto de Juan Mayorga es enteramente extra?o al universo de sus protagonistas: est¨¢ al otro lado del espejo, o a pie de p¨¢gina. Esperando una llamada improbable, Laurel y Hardy parecen Vladimir y Estrag¨®n. Uno hace flexiones compulsivamente. El otro devora galletas. "Ring ring...", dice El Flaco mirando al tel¨¦fono. Su compadre contesta y cuelga: "Nos ofrec¨ªan un solo papel: de n¨¢ufrago. No nos interesa", sentencia, sin importarle el parecer de su compa?ero. "Trabajamos juntos desde la guerra. En El Gordo y El Flaco, lo ¨²nico importante es la y griega".
Mayorga sirve un bomb¨®n relleno de cicuta. Usa a Laurel y Hardy para hablar de relaciones viciadas: Ollie es un maltratador empe?ado en impedir que su v¨ªctima levante el vuelo solo. Pero Stanley no ceja. "Ring, ring...", vuelve a decir, mientras se abalanza sobre el tel¨¦fono: "Necesitan un n¨¢ufrago... Es el ¨²nico personaje de la pel¨ªcula... Acepto". La comedia, cada vez m¨¢s agria, acaba escociendo. Tiene un final sorpresa. Carlos Marchena, su director, ha estilizado acciones, peleas y golpes, para que no decaiga. Se preestren¨® en diciembre en la Sala Tri¨¢ngulo, pero el estreno oficial, previsto para marzo, se ha pospuesto: sus int¨¦rpretes tienen muchos compromisos.
Quiz¨¢ sea el burlador de Margaret Dumont el personaje del cine c¨®mico, con permiso de Charlot, que ha aparecido m¨¢s veces en espect¨¢culos ajenos, fugazmente o como protagonista: da juego a espuertas, es f¨¢cil de imitar, y sus di¨¢logos se pueden rehacer al gusto. Luis Lorente lo pone a hablar de la guerra de Irak, del agujero de la capa de ozono y de la carrera espacial en Buscando a Groucho, divertimento donde cose di¨¢logos propios con otros extra¨ªdos de Sopa de ganso y de Una noche en la ¨®pera. Su punto de partida es el mismo de Odio a Hamlet: el fantasma de Groucho acude en ayuda de un mal actor, candidato a protagonizar un espect¨¢culo inspirado en ¨¦l, y lo l¨ªa todo. Por medio, hay un empresario torpe, una chica bum y un surtido de gags en cascada, alguno muy en l¨ªnea con la comedia del disparate de Mihura y compa?¨ªa. El propio autor dirige la lectura dramatizada, que se estrenar¨¢ en Madrid el 4 de febrero, en el ciclo de teatro semimontado de la Sociedad General de Autores. -
La verdadera historia de los hermanos Marx. Fechas en febrero. En la Comunidad de Madrid: d¨ªa 1, en Collado Villalba (Casa de la Cultura); 2, Legan¨¦s (Teatro Jos¨¦ Monle¨®n); 8, M¨®stoles (Teatro Villa de M¨®stoles); 9, Torrej¨®n de Ardoz (Teatro Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero). D¨ªa 16, en Burgos. Teatro Principal. Buscando a Groucho. Sociedad General de Autores. Sala Manuel de Falla. Madrid. 4 de febrero.
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