La privatizaci¨®n de la vida p¨²blica
El "lado humano" de las cuestiones pol¨ªticas (el car¨¢cter, estilo, simpat¨ªa, talante, popularidad de los gobernantes) adquiere primac¨ªa sobre su competencia profesional. Se vota por los atributos personales
Qu¨¦ tienen en com¨²n cosas en apariencia tan dispares como la pol¨ªtica de Sarkozy en relaci¨®n con su vida privada, las recientes manifestaciones de los obispos espa?oles o la personalizaci¨®n de las campa?as electorales, reducidas a una cuesti¨®n de confianza en la persona de los candidatos? La respuesta a esta adivinanza es: se est¨¢ modificando el esquema de articulaci¨®n entre lo privado y lo p¨²blico al que est¨¢bamos acostumbrados. La transparencia de la intimidad de los gobernantes, las celebraciones de la familia y el hogar, la irrupci¨®n de la esfera religiosa en el espacio com¨²n, la presencia p¨²blica de la identidad sexual se han convertido en elementos habituales de nuestro paisaje social y est¨¢n produciendo una verdadera privatizaci¨®n del espacio p¨²blico. Hay una especie de invasi¨®n de lo privado, de extroversi¨®n de lo personal, en los escenarios p¨²blicos, un fen¨®meno que tal vez tenga su primera condici¨®n de posibilidad en el vaciamiento del espacio p¨²blico oficial, banalizado y ritual, incapaz por tanto de ofrecer significaciones comunes con las que puedan identificarse los sujetos.
Ya no hay diferentes programas econ¨®micos sino Pedro Solbes contra Manuel Pizarro
Los programas informativos prefieren las historias personales a las noticias abstractas
Se ha producido una modificaci¨®n del marco de condiciones a partir del cual los temas eran identificados y tratados como privados o p¨²blicos. Convicciones personales, creencias, emociones, sentimientos e identidades adquieren preeminencia sobre cualquier otra consideraci¨®n en el compromiso p¨²blico de los ciudadanos. Esta privatizaci¨®n del espacio com¨²n se hace visible en el mundo de los medios, tanto en el fen¨®meno de los prominentes que dan a conocer su vida privada, como en el de la gente corriente que se confiesa p¨²blicamente en determinados programas televisivos. Los programas informativos hace mucho tiempo que renunciaron a presentar una noticia abstracta y la sustituyeron por una "historia" personal, sin la que al parecer ser¨ªamos incapaces de comprender los acontecimientos. Otro efecto de este proceso es la personalizaci¨®n de lo pol¨ªtico, es decir, el hecho de que las personas sobresalgan por encima de los temas o estos sean tratados como cuestiones personales. La complejidad de la pol¨ªtica y el hecho de que los medios giren en torno a las im¨¢genes conduce a la personificaci¨®n de los acontecimientos. El "lado humano" de las cuestiones pol¨ªticas (el car¨¢cter, estilo, simpat¨ªa, talante, popularidad, credibilidad, confianza de los pol¨ªticos) adquiere primac¨ªa sobre su competencia. En un horizonte de politizaci¨®n escasa, terminamos votando por los atributos personales. Ya no hay diferentes programas econ¨®micos, sino Solbes contra Pizarro, es decir, personas o rostros que figuran como generadores de la confianza que ning¨²n programa electoral puede suscitar.
Los temas pol¨ªticos se transforman en asuntos de imagen, sentimientos y dramas personales; el principal instrumento de la acci¨®n pol¨ªtica es la emoci¨®n, la simulaci¨®n de autenticidad, los sentimientos personales que se consigue comunicar. Por eso los pol¨ªticos se muestran tan indignados, escenifican afectaci¨®n o nos comunican m¨¢s sus convencimientos que sus decisiones. En otras ¨¦pocas de mayor densidad ideol¨®gica hubiera sido impensable que un pol¨ªtico dedicara tanto tiempo a comunicarnos su estado de ¨¢nimo y que su grado de optimismo o pesimismo nos pareciera tan relevante.
La otra cara de este proceso es la politizaci¨®n de lo privado, algo que resulta bien patente si advertimos que los grandes problemas p¨²blicos son actualmente problemas vinculados a la vida privada. Vivimos en un tiempo en que la misma experiencia privada de tener una identidad personal se ha convertido en una fuerza pol¨ªtica de grandes dimensiones. Asuntos que en otras ¨¦pocas se inscrib¨ªan m¨¢s bien en el ¨¢mbito privado, que incluso se clausuraban en la intimidad, como el g¨¦nero, la condici¨®n sexual, las identidades o la experiencia religiosa, irrumpen en la escena p¨²blica con toda su fuerza e inmediatez. La actual campa?a presidencial americana es un buen ejemplo de que la pol¨ªtica que podr¨ªamos llamar abstracta o program¨¢tica es incapaz de imponerse a la condici¨®n personal de los candidatos, cuya raza, g¨¦nero o confesi¨®n religiosa sigue siendo decisiva.
Va perdiendo fuerza el principio cl¨¢sico de que el ¨¢mbito de lo tolerable y el ¨¢mbito de lo que aprobamos no coinciden. Cualquier ejercicio de distinci¨®n entre lo legal y lo moral parece una coartada para el relativismo. Pero convivir en una democracia pluralista requiere haber aprendido a distinguir lo que nos gusta de lo que simplemente soportamos, haber renunciado a erigir nuestras preferencias en norma universal, no confundir el respeto con el reconocimiento o el derecho con el aprecio. Esta distinci¨®n es correlativa a la diferencia entre un espacio p¨²blico y otro privado, cuya demarcaci¨®n ser¨¢ discutible y puede fluctuar a lo largo de la historia, pero sin la que nos enzarzar¨ªamos en un combate por exigir de otros lo que no tenemos derecho a obtener. Son estas distinciones b¨¢sicas las que se tambalean ante la extroversi¨®n hist¨¦rica de la intimidad. El primer derecho humano es no estar obligado a gustar a todos. Los derechos de la persona no pueden hacerse valer si no hay un ¨¢mbito protegido de la exigencia de justificaci¨®n por los dem¨¢s, lo que supone una esfera de privacidad que no es propiamente pol¨ªtica. Nos hemos acostumbrado al t¨®pico de que la tolerancia es muy poco, pero no deber¨ªamos olvidar que ese poco es imprescindible.
En nuestras sociedades se reclaman con frecuencia demandas que van m¨¢s all¨¢ de la b¨²squeda de la justicia social y econ¨®mica; lo que se exige como derecho pol¨ªtico es la felicidad personal, el reconocimiento moral, la gratificaci¨®n sexual o la salvaci¨®n del alma. Pero esto es algo que no tiene ning¨²n sentido demandar y que adem¨¢s no es necesario para el desarrollo de la propia identidad. En pleno movimiento por los derechos civiles, Martin Luther King afirmaba: "No pedimos que nos quer¨¢is. S¨®lo os exigimos que dej¨¦is de fastidiarnos". Formulaba as¨ª una idea de respeto igualitario que supon¨ªa el reconocimiento de que la acci¨®n p¨²blica y la intimidad privada tienen diferentes requerimientos. El concepto de espacio p¨²blico introduce una distinci¨®n entre vida p¨²blica y experiencia privada que es actualmente oscurecido por el lenguaje terap¨¦utico (plagado de referencias a "sentimientos compartidos" o a la "autoestima"). Tal vez esta confusi¨®n se deba a la dificultad de diferenciar los principios del espacio privado y las exigencias del mundo com¨²n. Un espacio p¨²blico bien articulado requiere que haya unas cuestiones sociales que son puestas en el ¨¢mbito de la deliberaci¨®n p¨²blica y otras que son protegidas del escrutinio colectivo.
Una ciudadan¨ªa democr¨¢tica no puede desarrollarse all¨ª donde no se ha aprendido a distinguir entre el mero respeto y la aprobaci¨®n. Si uno no sabe que est¨¢ obligado a tolerar cosas que no comparte, si se empe?a en que sus preferencias deben contar con el benepl¨¢cito de todos, entonces se incapacita para vivir en sociedad. En lugar de la convivencia entre diferentes, limitada y condicionada por una perpetua negociaci¨®n acerca de lo que se muestra y lo que es mejor guardar discretamente, hay quien se obstina en encontrar concesionarios de autoestima, en subrayar hist¨¦ricamente sus emociones, en publicitar las conquistas amorosas, en desconectar su peculiaridad de la com¨²n humanidad, en proteger sus convicciones religiosas bajo un baldaquino social... Todas esas publicitaciones son cosas que no hace ninguna falta tener para sentirse de un lugar, ni para querer a alguien, ni para ordenar los propios afectos o practicar una religi¨®n. ?Por qu¨¦ entonces nos empe?amos en perseguir tales sanciones p¨²blicas? Seguramente porque a trav¨¦s de esa p¨²blica aprobaci¨®n se revela una profunda debilidad de la propia identidad, de los sentimientos o de las convicciones religiosas.
No es posible vivir sin espacios de indiferencia pactada, lo que Goffman llamaba "una desatenci¨®n educada". Gracias a ellos aseguramos la principal conquista de nuestra civilizaci¨®n, que no es el cari?o mutuo asegurado sino la posibilidad que nos ofrece de convivir e incluso actuar juntos sin la compulsi¨®n de ser id¨¦nticos.
Daniel Innerarity es profesor titular de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza, autor de El nuevo espacio p¨²blico.
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