Un diario intemporal
Memorias. La madurez parece sentarle bien a Crist¨®bal Serra (Mallorca, 1922) que, a sus 85 a?os, sigue en plena forma, pues nos entrega ahora otros cinco libros, entre algunas traducciones nuevas (los aforismos de Vauvenargues), otras antiguas (como las de Lao Ts¨¦), su Canon privado (una especie de Efigies nuevo) y una reedici¨®n conjunta de Viaje a Cotiledonia y Retorno a Cotiledonia, su obra m¨¢s vanguardista bajo inspiraci¨®n de Henri Michaux (una de sus grandes y primeras admiraciones), aparte de publicar uno nuevo, esa especie de "diario intemporal" que es Tanteos crepusculares.
Aunque este diario empieza con sus primeras publicaciones, falta la primera de ellas, que fue una reescritura por un encargo editorial, de Tusquets, que quer¨ªa publicar una traducci¨®n de Jorge Luis Borges de Un b¨¢rbaro en Asia, pero que Serra tradujo a su manera, por deseo expreso de Michaux, a quien no hab¨ªa gustado la traducci¨®n del argentino. Serra la hizo y la public¨®, pero tanto Michaux como Borges guardaron silencio al respecto, y aunque Serra haga una referencia a esta traducci¨®n al empezar este libro, no lo incluye del todo entre sus primeras publicaciones, aunque lo es anterior a su primera obra de creaci¨®n, P¨¦ndulo, quiz¨¢ por tratarse de una traducci¨®n.
Tanteos crepusculares
Crist¨®bal Serra
Pre-Textos. Valencia, 2007
130 p¨¢ginas. 13 euros
De todas formas, el esp¨ªritu de Crist¨®bal Serra es bastante esquivo e inaprensible: creador, traductor, profesor de idiomas, vanguardista, cristiano heterodoxo, m¨ªstico a su manera, aficionado a una literatura con cuentagotas, a n¨®tulas o salteada, pues lo bueno, si breve, lo es doblemente, y permite saltar inmediatamente en todas las direcciones, aunque la supresi¨®n de las transiciones sea siempre sencilla y humilde.
El siguiente paso de este texto admirable es un an¨¢lisis de sus relaciones con Juan Larrea, el gran poeta de la generaci¨®n del 27, de obra escrita casi enteramente en franc¨¦s (Versi¨®n Celeste), con quien Serra mantuvo una excelente correspondencia, parcialmente publicada y de quien realiz¨® tambi¨¦n una estupenda antolog¨ªa de su prosa (?ngulos de visi¨®n, que le enfrent¨® a Francisco Umbral). Luego explica sus influencias del lituano Oscar Ladislao de Lubicz Milosz (t¨ªo abuelo de Czeslaw Milosz, el Nobel polaco), quien escribi¨® mucho siendo embajador en Par¨ªs, defensor de la raza jud¨ªa y hasta de la vasca, entre las que descubri¨® extra?as afinidades en las que los an¨¢lisis de Crist¨®bal Serra se complace en insistir.
Despu¨¦s, Serra va desgranando sus t¨ªtulos publicados, donde se entremezclan sus aficiones, los diarios de L¨¦on Bloy, sus experimentos vanguardistas influidos por el citado Michaux (sus repetidos viajes a Cotiledonia), sus aficiones, Lao Ts¨¦, Chuang Tzi, o la selecci¨®n de Efigies y de aforistas, donde colecciona sus admiraciones por hacer "de la brevedad bandera", o "una literatura salteada", aunque siempre repleta de humanidad, humor y sencillez. Para llegar al final, a sus textos m¨¢s o menos autobiogr¨¢ficos, o a El asno inveros¨ªmil, a las Visiones de Catalina de Dulmen (sobre la m¨ªstica alemana Anna Katherina Emmerich, recogida por Brentano) o su reescritura final de La flecha elegida, una revisi¨®n de la Pasi¨®n de Cristo a trav¨¦s de la Biblia, donde Crist¨®bal Serra revisita de nuevo su cristianismo bastante heterodoxo al fin y al cabo. Una cronolog¨ªa y una bibliograf¨ªa final completan este buen resumen final de una de las obras m¨¢s escondidas e importantes de nuestra literatura, que ha sido muy defendida por gente tan importante como los citados Juan Larrea, Octavio Paz o Pere Gimferrer, entre otros muchos, un tesoro escondido que todav¨ªa tenemos entre nosotros, en plena madurez, y a sus 85 a?os, como vemos, en plena forma, felizmente.
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