Gente que da fe
El azar ha querido que en poco tiempo haya tenido que visitar a algunos notarios, esa gente que da fe de que dos o m¨¢s se han encontrado para llegar a alg¨²n tipo de acuerdo. Por ejemplo, realizar una compraventa inmobiliaria, tomar una hipoteca, ambas cosas a la vez o asuntos tan diferentes de los anteriores como hacer testamento o constituir una empresa.
Los notarios son personas con tratamiento, es decir, en sus tarjetas de visita y en los documentos en donde dan fe, siempre ponen por delante el car¨¢cter as¨ª llamado "Ilustre", con may¨²scula, de su funci¨®n. Por lo general lo ilustres que son se ve al llegar al portal del edificio donde tienen sus inmensos despachos. Abundan las notar¨ªas en el paseo de Gr¨¤cia de Barcelona, en los jardincillos dedicados al poeta Salvador Espriu y en la avenida Diagonal.
Hay algunos portales "regios" por decirlo con la jerga de los administradores de la propiedad inmobiliaria o API. Regio, que quiere decir digno de reyes. Los notarios de Barcelona, algunos al menos, trabajan en oficinas que son regias desde el lat¨®n refulgente de la placa hasta los brillantes m¨¢rmoles de los pelda?os que conducen al ascensor.
Son pisos a menudo gigantescos en los que enseguida uno tropieza con el aire polvoriento de unos espacios repletos de legajos amontonados en estanter¨ªas que llegan hasta el techo. Una de esas paradojas que le dan sabor a la vida. Est¨¢n los legajos y est¨¢n las oficialas. Las oficialas son mujeres, de la misma manera que los notarios son hombres, con una excepci¨®n al menos, la se?ora notaria que visit¨¦ en una oficina de la calle de Tusset. Las oficialas no usan trajes caros como los notarios. ?stos suelen vestir de gris, para que lo ilustre de su rostro destaque m¨¢s.
Ellas, las oficialas, van con tejanos Lois. Claro, porque ellas trabajan de lo lindo. Te atienden por tel¨¦fono, resuelven en un pisp¨¢s tus dudas de profano, te mandan modelos del texto que deber¨ªas haber generado t¨², te lo corrigen, te recuerdan los cien documentos que tienes que llevar ese gran d¨ªa en que finalmente conocer¨¢s al Ilustre, y uno tiene la sensaci¨®n de que ellas son el alma misma del oficio desempe?ado, tras largos y arduos a?os de preparaci¨®n de oposiciones, por el Ilustre.
Hay Ilustres muy ilustres, como el notario Jou del paseo de Gr¨¤cia, que es la definici¨®n misma de un se?or, o como el ilustrado e Ilustre L¨®pez Burniol, que oficia de hombre sensato (y de verdad que lo es, sensato e inteligente, y lo demuestra en los debates de Cun¨ª en TV-3, en sus art¨ªculos y ahora en su libro, magn¨ªfico). En el otro extremo de la profesi¨®n hubo un notario famoso que consigui¨®, seg¨²n me cuentan, el monopolio de las escrituras de los llamados pisos de "protecci¨®n oficial" y que se llamaba Porcioles y lleg¨® a alcalde de Barcelona en tiempos de Franco.
En Nueva York tambi¨¦n estuve una vez en el notario. De hecho m¨¢s bien fui a comprar comida a un delicatessen y, despu¨¦s de servirme mis raciones de tres tipos de pasta, cuatro de verduritas y aderezarlo todo con salsas variadas, descubr¨ª que al fondo hab¨ªa una notar¨ªa, un lugar donde alguien dec¨ªa que, si dos o m¨¢s se pon¨ªan de acuerdo, dar¨ªa fe de que lo hab¨ªan hecho as¨ª en su presencia. No hace falta a?adir que la tarifa notarial neoyorquina era algo m¨¢s asequible que la espa?ola.
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