Volver a Juan Garc¨ªa Hortelano
Ahora que no dura ni la amistad, los que amaron a Juan Garc¨ªa Hortelano porque era el amigo de todo el mundo, como Kim de la India, le recuerdan como un amigo leal, un santo laico que fumaba y beb¨ªa. Hasta el fin, y sobre todo en los a?os del fin, El Horte fue como el personaje de Hemingway que tanto cita Alfredo Bryce Echenique: "Conoci¨® la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una ma?ana".
Simboliz¨®, en su generaci¨®n (o grupo, ¨¦l la llamaba grupo), el aglutinante de una pi?a. La amistad no era una palabra para Hortelano, El Horte, como le llamaban todos, sino un ejercicio. Hay un cuento suyo, basado en la vida real, como muchos de los que escribi¨®, en el que narra lo que le sucedi¨® de chico en medio de la Guerra Civil, en Madrid. Ven¨ªa de buscar el chusco que le correspond¨ªa a un t¨ªo suyo, republicano, e iba a la altura de la calle de Torrijos, que luego fue de Conde de Pe?alver. Y de pronto se encontr¨® con un bote al que empez¨® a dar patadas, como si jugara al f¨²tbol. Otro chico le quit¨® el bote, y le dio su patada, y ¨¦l se cabre¨®, se picaron, y Juan se dedic¨® a competir, y as¨ª estuvieron, quit¨¢ndose mutuamente el bote, cabreados como enemigos, hasta que Juan se dio cuenta de que aquello iba a explotar, y cuando ya la explosi¨®n estaba a punto ¨¦l tuvo la intuici¨®n del desastre, agarr¨® al chico, lo cubri¨® con su cuerpo y lo protegi¨® del desastre que enseguida ensombreci¨® la calle.
Era un bueno radical, no permit¨ªa juegos con eso, la amistad era para ¨¦l una gimnasia, una obligaci¨®n ¨¦tica, una manera de ser. Ten¨ªa, por encima de todas las cosas, una bondad sobrehumana
"Era tan feliz, rodeado de amigos... Era un hombre sin prejuicios y sin vanidad, por eso regalaba su humor, sin mezquindad, sin reticencia alguna", recuerda Llu¨ªs Izquierdo
La abuela le hab¨ªa gritado desde el balc¨®n: "?No te acerques al frente!". Porque era la guerra, y le estuvo a punto de estallar, le estall¨® al lado. El chico se llamaba Abait¨²a y luego ser¨ªa un gran amigo de Juan, uno de muchos. No alarde¨® nunca, ni de la amistad ni de la escritura. Escrib¨ªa cuando la amistad le dejaba tiempo libre. Se hubiera pasado el tiempo tomando gin tonics, los describ¨ªa como si fueran la fuente de la felicidad, y se hubiera pasado la vida agradeci¨¦ndole a la existencia que le diera tiempo para estar con los amigos.
Cuando le operaron, a finales de los ochenta, del c¨¢ncer que finalmente acabar¨ªa con su vida feliz sobre la tierra, estuvo a?os agradeci¨¦ndole al doctor Jos¨¦ Toledo que le ayudara a seguir viviendo, y le invitaba a almorzar como cumpliendo un rito de gratitud que a ¨¦l importaba mucho m¨¢s que dar las gracias. Se reun¨ªan, ¨¦l y Toledo, en un restaurante de la calle de Santa Teresa; Hortelano llegaba vestido con sus camisas blancas impolutas, las manos a la espalda, su chaqueta jaspeada, siempre parec¨ªa reci¨¦n afeitado, perfumado y risue?o, cuando ¨¦l llegaba pod¨ªa entenderse que el mundo estaba bien hecho.
Era un hombre cordial, feliz; Llu¨ªs Izquierdo, que le conoci¨® despu¨¦s de que escribiera sobre ¨¦l en el semanario El Mon ("le gust¨® mi cr¨ªtica de Gram¨¢tica parda porque estaba escrita en catal¨¢n"), lo recuerda como un tipo vital, "feliz, feliz por encima de todas las cosas, de una bondad sobrehumana". Era un bueno radical, no permit¨ªa juegos con eso, la amistad era para ¨¦l una gimnasia, una obligaci¨®n ¨¦tica, una manera de ser. Un momento de la vida de Juan que para Llu¨ªs sirve de met¨¢fora para esa cordialidad extrema, "sin vanidad, libre de prejuicios", fue cuando se premiaba en Madrid precisamente ese libro (lo premiaban Carlos Barral, J. J. Armas Marcelo, Rafael Soriano). "Era tan feliz, estaba tan contento en aquel ambiente c¨¢lido, rodeado de amigos... Era un hombre sin prejuicios y sin vanidad, por eso regalaba su humor, sin mezquindad, sin reticencia alguna".
Eso le hac¨ªa feliz, la ausencia de envidia. Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n, a quien El Horte bautiz¨® como El Moderno, lo recuerda en una de aquellas cenas o tertulias, con Juan Benet, que durante m¨¢s de veinte a?os fue su compa?ero fiel, de juergas y de tenidas, imaginando c¨®mo ser¨ªa la recepci¨®n en la boda de Jes¨²s Aguirre con la duquesa de Alba. Aguirre era un gran amigo de todos ellos, quisieron envolverle primero con la princesa Irene, a la que le gustaba mucho la m¨²sica, como a su hermana Sof¨ªa, pero luego llegaron a la conclusi¨®n de que deb¨ªan apoyar un acercamiento a Cayetana. Los dos Juanes, con la complicidad de otros tertulianos, hab¨ªan organizado la rumorolog¨ªa sobre ese famoso matrimonio a trav¨¦s de una supuesta sociedad, Rumor Corporation, que dej¨® de existir cuando ya tuvo efecto el matrimonio (y pusieron un anuncio en EL PA?S, cumplido su objeto social, Rumor Corporation deja de existir). Y aquella noche especulaban sobre qui¨¦n habr¨ªa de ir a la boda; all¨ª estaban Pradera, Mar¨ªas, Chamorro... Benet estimaba que seguramente ¨¦l ser¨ªa convidado, por su prestancia aristocr¨¢tica, e idearon un modo de hacerle hueco a Hortelano para que acudiera a la ceremonia. A Benet se le ocurri¨® que el otro Juan pod¨ªa ir como ch¨®fer de alto copete, vestido como era debido, con su gorra de plato, y abri¨¦ndole con toda pompa la puerta de atr¨¢s al aristocr¨¢tico pasajero. Lo ensayaron en la calle, durante horas, como si estuvieran preparando una pel¨ªcula.
Era tiempo de alcohol y de risas. Y de amistad. Cuando muri¨® Hortelano, el 3 de abril de 1992, a los 64 a?os, aquel gigant¨®n que lo quer¨ªa de ch¨®fer en la boda de Aguirre llor¨® en silencio en medio de la ruina sentimental de todos los que se sintieron como ¨¦l, hu¨¦rfanos de un tipo que para unos fue hermano mayor y que para otros fue un padre. De aquel tiempo viene esa expresi¨®n de ?ngel Gonz¨¢lez ("se me adelgaza el futuro"), que el poeta dijo mientras pensaba c¨®mo se iba diezmando el grupo de sus compa?eros. Y Hortelano no fue s¨®lo amigo en la alta madrugada de los gin tonics y los whiskys, sino que fue funcionario como ¨¦l en el Ministerio de Obras P¨²blicas. Coincidieron en los tiempos del general Jorge Vig¨®n, que de manera magistral traslad¨® a novela (Bella en las tinieblas) Manuel de Lope; a Vig¨®n fueron ?ngel y Juan con una petici¨®n ins¨®lita: que ayudara a los huelguistas de Asturias. A nadie le extra?aba que los dos mostraran esa gallard¨ªa; ?ngel fue quien guard¨® a Jorge Sempr¨²n en su casa, cuando Sempr¨²n organizaba en la clandestinidad la acci¨®n comunista, y Juan sali¨® de la guerra al rojo vivo, fue comunista, y hasta el final de sus d¨ªas (se ve en los art¨ªculos que Llu¨ªs Izquierdo ha preparado para la edici¨®n que ahora publica Lumen) fue un hombre radical de izquierdas.
Pero era, sobre todo, un hombre enamorado de la vida. Ven¨ªa a EL PA?S, convocado a su consejo editorial por Joaqu¨ªn Estefan¨ªa, y se quedaba a almorzar en los restaurantes de la zona, con ?ngel S¨¢nchez Harguindey, con los escritores que se apuntaran, y vivi¨® en ese periodo final de su vida, cuando ya estaba herido de muerte, como si hubiera resucitado. Entonces ya beb¨ªa menos y hab¨ªa dejado de ser esa humareda (cuenta Javier Pradera en una reuni¨®n que Hortelano exclam¨® cuando alguien quiso abrir la ventana de una habitaci¨®n abigarrada en un restaurante: "?No abran, que se escapa el humo!"), pero segu¨ªa teniendo la pasi¨®n por contar, y a veces contaba aquellas tardes en el hotel Tirol, de Madrid, cuando los c¨®cteles Cola de Caballo (ya no los hacen, y desde hace diez a?os el Tirol no tiene bar) y los gin tonics de los que habla tambi¨¦n, y con tanta pasi¨®n, en El gran momento de Mary Tribune.
Escribi¨® much¨ªsimo; no hab¨ªa un solo texto entregado por ¨¦l que no estuviera corregido y recorregido, obsesivamente. Entre sus normas de cortes¨ªa estaban las de escuchar y la de corregir. Le parec¨ªa un insulto entregar sus art¨ªculos con una falta, con una tachadura, y volv¨ªa una y otra vez sobre los folios hasta que los entregaba limpios como la patena. Los trataba como si fueran cuentos, dice Izquierdo, buscando que la iron¨ªa y la historia mantuvieran la inquietud del lector, hasta resolverse en una reflexi¨®n o en una broma que adelantaba en las primeras l¨ªneas. ?Y c¨®mo escribi¨® tanto? "Porque a veces sus amigos estaban ocupados", dice Mar¨ªa Ampudia, su mujer desde 1962 hasta su muerte. Y como los amigos estaban ocupados, ¨¦l volv¨ªa a casa del trabajo, se situaba en su escritorio, rodeado de libros y de memoria, y se pon¨ªa a escribir, como si estuviera hablando. Pero tambi¨¦n escrib¨ªa pr¨®logos, informes, cr¨®nicas de viajes, art¨ªculos period¨ªsticos, daba conferencias, hac¨ªa bolos (con Juan Benet, con Manuel Vicent, con Luis Carandell...); Mar¨ªa le dec¨ªa: "Pareces la Dolores, no le dices no a nadie".
Y no dec¨ªa no, dec¨ªa s¨ª. Por gusto, por placer, sumando amigos. Es legendario su encuentro con Carlos Barral, que habr¨ªa de ser uno de sus grandes amigos, y lo recuerda Mart¨ªnez Sarri¨®n. Seix Barral le hab¨ªa concedido el Premio Biblioteca Breve en 1959, por Nuevas amistades, y Barral le invit¨® a ir a Barcelona. Le fue a encontrar al aeropuerto, y aquel joven Hortelano desembarc¨® redondo, con su bigotito de la posguerra. Al verlo, Barral se dijo: "Le hemos dado el Biblioteca Breve a un guardia civil". Adoraba vivir, "por el hecho de vivir", dice Mar¨ªa, amaba Madrid, pero adoraba ir a Barcelona, y all¨ª su sitio era un restaurante, Madrid-Barcelona, y el Bocaccio, y la gente, Barral, Rosa Reg¨¢s, Gil de Biedma, Juan Mars¨¦, Jaime Salinas, cuando el editor iniciaba su aventura espa?ola, Josep Maria Castellet, y aquellos habitantes que hicieron de la Barcelona de los sesenta la capital universal del boom, Mario Vargas Llosa y Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez... Al fondo, en casi todas las fotos de la ¨¦poca, la mujer que ayud¨® a juntarlos, Carmen Balcells, una de las grandes amigas que tuvo el escritor que a Barral le pareci¨® un n¨²mero de la Guardia Civil.
Se fue con las ganas de volar en globo; pudo haberlo hecho en Alburquerque (Nuevo M¨¦xico) cuando fue a visitar a ?ngel Gonz¨¢lez, pero Benet prefiri¨® la tierra firme. Manuel Vicent fue testigo de algunos de esos viajes: "La sensaci¨®n era que Hortelano era el escudero de Benet. Era ir¨®nico, y aunque nunca le llevaba la contraria, al final de las parrafadas verticales de Benet sobre cualquier loma del jur¨¢sico, siempre hac¨ªa un comentario apaisado, lleno de sentido com¨²n, con un punto de burla".
Una vez le preguntaron qu¨¦ le hubiera gustado ser en la vida, y dijo: "Alain Delon". Su gran momento fue tambi¨¦n el que pas¨® escribiendo El gran momento de Mary Tribune, que apareci¨® en 1972. Lo estuvo escribiendo durante seis a?os, meti¨® en ¨¦l la vida de verdad, la que iba viviendo, la incertidumbre de la posguerra y tambi¨¦n su noche y su madrugada, y se pas¨® un a?o reduci¨¦ndolo, ten¨ªa 1.200 p¨¢ginas y lo volvi¨® a escribir hasta que lo dej¨® en la mitad. "Este libro me resucita la juventud que vivimos", dijo, y ley¨¦ndolo hoy parece que Hortelano quer¨ªa dejar en ese libro, tambi¨¦n, la felicidad que tuvo, con otros, consigo mismo, mientras escrib¨ªa, pero sobre todo mientras viv¨ªa y fabulaba. Fabulaba siempre; un d¨ªa fabul¨® tanto, en su casa, en medio de los whiskys y las risas que fueron la divisa de sus reuniones, que Mar¨ªa e incluso Sof¨ªa (la hija de ambos) tuvieron que intervenir, baja el tono, no mientas. Benet llam¨® aparte a Mar¨ªa: "Mar¨ªa, no vuelvas a intentar bajarlo a la verdad real, ?no le interrumpas!".
Escrib¨ªa hablando, y escuchando. Un d¨ªa fue por su tertulia en el Dickens, en Madrid, un joven poeta, Antonio Mart¨ªnez Sarri¨®n, que trat¨® de convencerle de que los Rolling eran mejor que Los Panchos. Con un co?ac en la mano (en la alta madrugada, co?ac, para empezar la noche, gin tonic para refrescarla, y m¨¢s tarde whisky para continuar), le escuch¨® atentamente y luego se dirigi¨® a los dem¨¢s: "Miren lo que dice El Moderno". Y Sarri¨®n ser¨ªa ya para siempre El Moderno. Cuando El Moderno cumpli¨® cincuenta a?os, en 1989, todos sus amigos se juntaron en el pub Libertad en la que nadie sab¨ªa que iba a ser la ¨²ltima juerga colectiva de ese grupo que aglutinaban los Juanes, Benet y El Horte. All¨ª estaban ?ngel Gonz¨¢lez, Caballero Bonald, sus amigos y su tiempo representados en un encuentro que parec¨ªa simbolizar que la vida iba a seguir, y result¨® que era el preludio de una interrupci¨®n, de un lento desastre que de pronto acab¨® en la ventolera que ?ngel Gonz¨¢lez, que acaba de fallecer, defini¨®, acaso en el mismo bar, como el principio del fin de un tiempo magn¨ªfico: "Se me adelgaza el futuro".
En efecto, una foto de El Horte bailando agarrado, con ternura, con delectaci¨®n, como si fuera una danza pintada en el tiempo, con Carmi?a Mart¨ªn Gaite constituye hoy una reliquia que dice m¨¢s que mil palabras de un tiempo que Juan Garc¨ªa Hortelano quiso convertir siempre en una ¨¦poca feliz, feliz, feliz, hasta la muerte.
Cr¨®nicas, invenciones, paseatas. Juan Garc¨ªa Hortelano. Edici¨®n y pr¨®logo de Llu¨ªs Izquierdo. Lumen. Barcelona, 2008. 480 p¨¢ginas, 22,90 euros. A partir del 22 de febrero. Otros t¨ªtulos de la Biblioteca Juan Garc¨ªa Hortelano: El gran momento de Mary Tribune (Lumen, 2007) y Cuentos completos (Lumen, 2007).
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