En el callej¨®n del Gato
Han desaparecido los espejos deformantes del callej¨®n del Gato, en los que Valle-Incl¨¢n vio la tragedia de Espa?a transformada en esperpento a trav¨¦s de los ojos agonizantes de Max Estrella. Ni el callej¨®n era ya el callej¨®n, ni los espejos los mismos que inspiraron la reflexi¨®n del ¨²ltimo bohemio en su postrera madrugada.
El callej¨®n es hoy calle de ?lvarez Gato, poeta cortesano de rancio linaje madrile?o que lleg¨® a ser mayordomo de Isabel la Cat¨®lica; y los espejos, que hasta hace poco serv¨ªan de reclamo de un establecimiento especializado en "patatas bravas", eran copias reducidas de los dos grandes espejos de cuerpo entero, c¨®ncavo el uno y convexo el otro, a los que, seg¨²n Pedro de R¨¦pide, iban "los ni?os y los adolescentes por ver sus im¨¢genes deformadas pareci¨¦ndose a Quijotes y Sanchos".
S¨¦ de un noct¨¢mbulo que evita el paso por el lugar desde que se viera cabalmente retratado
El callej¨®n, la calle, peatonal desde siempre, es un hervidero de tabernas y lleva el aire perfumado con humo de guisos y frituras de las m¨¢s variadas procedencias regionales e internacionales.
El callej¨®n no ofrece hoy a parroquianos y paseantes la alternativa de verse como Sanchos y Quijotes, o la m¨¢s inquietante, la de reflejarse como tragic¨®micos esperpentos de s¨ª mismos.
S¨¦ de un noct¨¢mbulo que evita el paso por aqu¨ª desde que, en una noche de brumas alcoh¨®licas, se viera cabalmente retratado en uno de los espejos como su estereotipo caricaturesco y pat¨¦tico.
El bullicio tabernario marca la t¨®nica en este pasaje de entrada al barrio de Huertas, tambi¨¦n llamado con merecimiento de las Musas, de las Tablas y de las Letras, barrio de p¨ªcaros y de genios, de c¨®micos y bohemios.
La algarab¨ªa reinante desde primeras horas de la noche perturba la meditaci¨®n en el callej¨®n del Gato al que quer¨ªa mudarse, in extremis, el iluminado Max Estrella con su amigo don Latino de Hispalis para esperpentizarse definitivamente. La Historia se ve de otra manera desde el callej¨®n del Gato, m¨¢s descompuesta y grotesca si cabe.
En el callej¨®n del Gato cabr¨ªa reflexionar, por ejemplo y si tuvi¨¦ramos ¨¢nimo para ello, sobre la fugacidad de las cosas terrenas.
El imprescindible Pedro de R¨¦pide incluye en su amplia nota sobre tan corta y angosta v¨ªa unos versos de su titular, el caballero ?lvarez Gato, los mismos que orden¨® que labraran sobre su tumba: "Procuremos buenos fines / que las vidas m¨¢s loadas/ por sus cabos son juzgadas". Los buenos finales redimen los malos principios, pero no est¨¢ el horno para muchas empanadas mentales, el ambiente festivo del barrio incita m¨¢s bien a la disipaci¨®n y al ocio.
De poeta a poeta, la calleja de don Juan ?lvarez Gato desemboca en la calle de don Gaspar N¨²?ez de Arce, severo vate neocl¨¢sico cuyo numen no fue tampoco proclive a muchas alegr¨ªas. Iron¨ªas del callejero, a don Gaspar y a don Jos¨¦ de Echegaray, adusto poeta y tremebundo dramaturgo, les corresponden las v¨ªas m¨¢s animadas del barrio.
En la esquina de estas dos calles, las de don Juan y don Gaspar, permanecen, milagrosamente inc¨®lumes los patri¨®ticos azulejos de Villa Rosa, antiguo colmado, sala de fiestas que fuera muy frecuentada por don Miguel Primo de Rivera, extravagante dictador y eximio juerguista que all¨ª visitaba y cortejaba a su favorita, conocida bajo el apodo de La Caoba.
A dos pasos se abre la plaza de Santa Ana, la m¨¢s espaciosa del barrio, escenario privilegiado de su principal teatro, corral de comedias y tragedias, cen¨¢culo de conspiraciones y f¨¢bulas.
Don Pedro Calder¨®n de la Barca supervisa el trasiego, convidado de piedra en esta representaci¨®n mudable y secular. En sus alrededores vivieron y malvivieron los m¨¢s ilustres ingenios de aquel siglo de oro y de miserias: F¨¦lix Lope de Vega, Miguel de Cervantes Saavedra, Francisco de Quevedo y Luis de G¨®ngora, esmerado poeta cordob¨¦s que sufri¨® en sus carnes la peor de las ignominias cuando fue desahuciado de su humilde vivienda por un casero contumaz que era al mismo tiempo su rival de versos y denuestos. Don Francisco de Quevedo adquiri¨® la casa que don Luis de G¨®ngora y Argote hab¨ªa alquilado y aprovech¨® el primer impago de su inc¨®modo inquilino para ponerle con los muebles en la calle.
La plaza de Santa Ana sigue siendo en este nuevo siglo escenario de intrigas, ni po¨¦ticas, ni cortesanas, m¨¢s bien municipales y espesas como las de la Operaci¨®n Guateque.
La Guardia Civil, en una operaci¨®n de vigilancia, instal¨® c¨¢maras y micr¨®fonos en una chocolater¨ªa de la plaza donde se reun¨ªan algunos conspiradores, contrabandistas de licencias y mu?idores de corrupciones varias.
"Paquito el chocolatero" y sus c¨®mplices fueron grabados y escuchados aunque no llegaron a captarse sus transacciones pecuniarias porque, al parecer, las efectuaban en la intimidad del WC.
Puro esperpento contempor¨¢neo.
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