Una adicci¨®n
Hace muchos a?os, en Granada, un amigo muy querido me encarg¨® el primer trabajo literario por el que recib¨ª una remuneraci¨®n decente: escribir, para un volumen colectivo sobre la historia de la ciudad, un repaso breve de las cr¨®nicas que viajeros ilustres le hab¨ªan dedicado a lo largo de los siglos, haciendo de ella un lugar de la imaginaci¨®n tan ex¨®tico y tan infiel a la realidad como aquellos grabados que convert¨ªan en salones de esplendor oriental las estancias modestas de la Alhambra. Ten¨ªa que escribir quince p¨¢ginas: como ocurre tantas veces en que un encargo acaba siendo un don inesperado, al cabo de meses de lecturas y descubrimientos acab¨¦ escribiendo m¨¢s de cien. La ciudad en la que transcurr¨ªa con tan poco lustre novelesco mi vida ocupaba un lugar distinguido en los mapas de la literatura. Algunas veces, en ciertos lugares, a una cierta luz, en la noche cerrada o en la claridad h¨²meda de las ma?anas, en los atardeceres violeta, yo casi pod¨ªa vislumbrar, m¨¢s all¨¢ de la miop¨ªa de la costumbre, la ciudad que para otros estaba cifrada sobre todo en su nombre, mejorada o revelada por su leyenda. Coleccionaba testimonios que eran como esas postales de lugares lejanos que uno encuentra a veces en los mercadillos, escritas y enviadas hace cincuenta o cien a?os, con sus fotograf¨ªas en color de paisajes que quiz¨¢s ya no existen, tan borrados del mundo como la mano que escribi¨® la postal y los ojos de quien la recibi¨®.
En 'Bajo el volc¨¢n', Granada, adonde ni Lowry ni Gabrial volvieron nunca, es el nombre de un para¨ªso breve y perdido, el del origen de un amor destinado al fracaso, envilecido, traicionado, y sin embargo intacto en la memoria
Quiz¨¢s ha valido la pena que tardara tanto en llegar a este libro, con m¨¢s conocimiento pero afortunadamente con el mismo entusiasmo. La prosa de Lowry es tan adictiva para m¨ª como el mezcal para el C¨®nsul
En mi galer¨ªa de viajeros ahora descubro que me faltaba uno imprescindible: a mediados de mayo de 1933 lleg¨® a Granada Malcolm Lowry, que se hosped¨® en una pensi¨®n cercana a la Alhambra, Villa Carmona, que yo no recuerdo haber visto. El 19 de mayo, exactamente, conoci¨® a una muchacha de Nueva York que llevaba alg¨²n tiempo vagabundeando por Europa, y que hab¨ªa abandonado Berl¨ªn hacia principios de enero, unas semanas antes de que Hitler fuera nombrado canciller. Viajaba con la convicci¨®n de que asomarse al mundo educar¨ªa su vocaci¨®n literaria. Pero su destino no iba a ser de escritora de novelas, sino de personaje en una de ellas: y no con el nombre algo fantasioso que hab¨ªa elegido para s¨ª misma, Jan Gabrial (el suyo verdadero, Jeanine van der Heim, no deb¨ªa de parecerle lo bastante sugestivo) sino con el que Malcolm Lowry iba a darle a una mujer en gran medida inspirada por ella en la novela que a¨²n tardar¨ªa varios a?os en ponerse a escribir, Bajo el volc¨¢n: Yvonne, Yvonne Firmin.
Nombres de Granada brillan en las p¨¢ginas sombr¨ªas de la novela: la Alhambra, el Generalife, un bar llamado Hollywood. Los personajes inventados, Yvonne, el c¨®nsul Geoffrey Firmin, comparten los recuerdos de Malcolm Lowry y Gabrial, que en la ma?ana del 20 de mayo dieron por primera vez un paseo juntos, por los jardines del Generalife. Me cuesta imaginarlos en esos lugares que conozco tan bien, y en los que no hay, que yo sepa, ninguna placa que recuerde sus pasos. Hay que esforzarse en no olvidar lo j¨®venes que eran: veintitr¨¦s a?os, veintiuno. Jan Gabrial anot¨® en su diario que a la noche siguiente, hacia las tres o las cuatro de la madrugada, Malcolm Lowry irrumpi¨® en su cuarto de la pensi¨®n Carmona borracho perdido y se ech¨® sobre ella dici¨¦ndole que estaba enamorado y unos segundos despu¨¦s se qued¨® quieto y aturdido, abochornado por una eyaculaci¨®n precoz.
Una novela transmuta para siempre a una ciudad en una capital de la imaginaci¨®n. En Bajo el volc¨¢n Cuernavaca se convierte en Quauhnahuac, y Granada, adonde ni Malcolm Lowry ni Jan Gabrial volvieron nunca, es el nombre de un para¨ªso breve y perdido, el del origen de un amor destinado al fracaso, envilecido, traicionado, y sin embargo intacto en la memoria. No se puede vivir sin amar, se dice varias veces, en espa?ol, a lo largo del libro. Los dos amantes vuelven a encontrarse en el D¨ªa de los Difuntos de 1939, pero entre ellos se adensa la niebla t¨®xica del alcohol en la que el C¨®nsul vive extraviado, perseguido por voces, acosado por las ara?as y alacranes de la realidad y los del delirium tremens, macerado en mezcal y al mismo tiempo diab¨®licamente l¨²cido, con una energ¨ªa f¨ªsica y una capacidad de observaci¨®n y humorismo que hacen m¨¢s estremecedor su riguroso viaje al infierno.
De qu¨¦ manera tan rara llegan a nosotros los libros. Entre los cientos de novelas que deb¨ª de leer en los a?os de mi vida en Granada, entre diez o veinte que fueron decisivas en mi educaci¨®n, no estaba Bajo el volc¨¢n. La he le¨ªdo ahora, o m¨¢s bien, la estoy leyendo, cada d¨ªa, sin faltar uno, desde principios de este a?o, en el que han pasado m¨¢s de treinta desde que empec¨¦ a educarme seriamente en la literatura, desde que iba por Granada llevando en el bolsillo el tesoro de mi ¨²ltimo descubrimiento. Le¨ª a Proust, le¨ªa Faulkner, le¨ªa a Lorca, a Borges y a Onetti, pero no a Malcolm Lowry. Lo leo ahora, lo llevo conmigo en el metro y aprovecho para leer una p¨¢gina o s¨®lo unas l¨ªneas en los sitios m¨¢s inclementes, en la antesala del dentista, me levanto por la ma?ana y nunca me olvido de recogerlo de la mesa de noche, donde lo dej¨¦ al apagar la luz. Llegu¨¦ a ese final que se parece en su espanto al de El proceso y volv¨ª a la primera p¨¢gina. Literatura, ya lo dice Cyril Connolly, es aquello que ha de ser le¨ªdo al menos dos veces. Yo me adentr¨¦ muy despacio en la novela, muy a tientas, en parte porque no hay manera de pisar firme en el arranque de la lectura, en parte porque requiere un grado de concentraci¨®n del que no siempre somos capaces. Estamos perdidos en un paisaje que es el de una ciudad precisa y tambi¨¦n el de una alegor¨ªa, igual que la conciencia de ese hombre que disgrega el alcohol. Parece que nos rechaza, que tiene algo de impenetrable: pero algo en el lenguaje, en la modulaci¨®n de las voces, nos va atrayendo, y en un momento dado la dificultad se convierte en incandescencia: Esta ma?ana pod¨ªa haber estado ya en el pasado lejano, como la infancia o los d¨ªas anteriores a la ¨²ltima guerra.
Leo y vuelvo a leer y la incandescencia permanece, como s¨®lo ocurre en la poes¨ªa, en Machado o en Proust, en Ulises. Quiz¨¢s ha valido la pena que tardara tanto en llegar a este libro, con m¨¢s conocimiento pero afortunadamente con el mismo entusiasmo. La prosa de Lowry es tan adictiva para m¨ª como el mezcal para el C¨®nsul. Con ¨¦l y con la luminosa Yvonne subo y bajo las cuestas de Quauhnahuac, me asomo a su terrible barranca, miro a lo lejos los volcanes gemelos en cuyas cumbres resplandece la nieve. Y entonces me doy cuenta de que la ciudad que imagino es Granada, con las cumbres de Sierra Nevada al fondo, con sus laberintos en cuesta y sus altas barandas, con sus barrancas tr¨¢gicas de aguafuerte rom¨¢ntico y cruda muerte espa?ola, la del r¨ªo Darro, la de V¨ªznar.
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