Con o sin el diablo
Hace poco asist¨ª a un concierto inusual. Fue en el peque?o auditorio de Santa Coloma de Gramanet, una poblaci¨®n del cintur¨®n barcelon¨¦s. En el transcurso del concierto la violinista ucraniana Ala Voronkova interpret¨®, seguidos, los 24 caprichos de Niccol¨° Paganini, algo completamente excepcional dada la extrema dificultad de muchos de ellos. Fueron dos horas de m¨²sica dif¨ªcil y magn¨¦tica en las que Voronkova, plantada en el centro de un escenario de madera desnudo y sin ornamentaci¨®n alguna, hac¨ªa luchar el arco con las cuerdas en una equilibrada combinaci¨®n de virtuosismo y furia. Aparte de la habilidad t¨¦cnica, el esfuerzo f¨ªsico de la interpretaci¨®n era tan grande que los espectadores permanec¨ªamos en vilo, temerosos de que algo interrumpiera aquel derroche sonoro.
El demonismo de Paganini no era m¨¢s que la exploraci¨®n de los l¨ªmites de la m¨²sica
Se dec¨ªa que el violinista hab¨ªa suscrito un pacto con el diablo
Entre capricho y capricho era imposible no pensar en la enorme cantidad de horas de aprendizaje y ensayo ocultas bajo aquella interpretaci¨®n que tras la forma apasionada de la escuela rusa, en la que se ha educado Voronkova, dejaba adivinar un milim¨¦trico rigor. Si la m¨²sica que llega a los oyentes es siempre la pulcra y brillante cabeza del iceberg que destaca sobre la enorme monta?a sumergida de los ensayos y repeticiones que los int¨¦rpretes han debido realizar para que acabe brillando aquella luz, en el caso de los caprichos de Paganini el amontonamiento de horas necesario para llegar al concierto al que est¨¢bamos asistiendo debi¨® de ser descomunal.
Voronkova se hab¨ªa enfrentado a los sonidos lim¨ªtrofes de una m¨²sica casi imposible. Paganini mismo, a pesar de su proverbial desmesura, no parece que interpretara nunca los 24 caprichos en un ¨²nico concierto y es bien conocido el terror de los violinistas de su ¨¦poca ante las envenenadas partituras del maestro de G¨¦nova. En algunos de los caprichos la andadura hacia las fronteras musicales por parte de Paganini es tan decididamente temeraria que queda en entredicho su propia capacidad para conseguir que aquello sea m¨²sica.
Y en efecto, en manos de Ala Voronkova, y a trav¨¦s de su viol¨ªn, la m¨²sica de Paganini parec¨ªa expandirse por el peque?o auditorio como una m¨²sica que luchara contra s¨ª misma, un juego de mil disonancias en busca de una secreta armon¨ªa. En muchos momentos los caprichos se erig¨ªan en una premonici¨®n del estilo futuro, anunciando las salvajes alegr¨ªas y los tormentos de la m¨²sica del siglo XX. Hab¨ªa algo simult¨¢neamente diab¨®lico y angelical en aquella persecuci¨®n del gozo en medio del caos.
Record¨¦ el delicioso relato Noches florentinas, de Heinrich Heine, en el que se alude a la leyenda que rodeaba a Niccol¨° Paganini y se recrea uno de susconciertos en la ciudad de Hamburgo. Heine, buen conocedor del ambiente musical de su tiempo, encuadra su narraci¨®n en los d¨ªas de la muerte inesperada del joven Bellini y de la muerte falsa del viejo Paganini, un sonado error period¨ªstico que fue la comidilla de la ¨¦poca. La an¨¦cdota le sirve para introducir al lector en el supuesto pacto de Paganini con el diablo para llegar a componer una m¨²sica imposible (Un siglo despu¨¦s Thomas Mann har¨ªa uso de retazos de esta leyenda para describir un pacto semejante aunque de consecuencias m¨¢s dolorosas en su novela Doctor Faustus).
El gran talento narrativo de Heine hace que se desplieguen con precisi¨®n las siluetas que conforman el demonismo de Paganini. De entrada ninguno de los mejores pintores ha logrado plasmar el rostro del m¨²sico. O lo embellecen demasiado o por el contrario lo afean en exceso. La personalidad de Paganini se escabulle ante la mirada de sus contempor¨¢neos. Hay, sin embargo, una excepci¨®n, la del oscuro pintor John Meter Lyser, quien con escasos trazos de l¨¢piz supo representar tan bien al violinista que, seg¨²n Heine, la gente que ve¨ªa la obra no sab¨ªa si re¨ªrse o aterrorizarse ante la fidelidad del dibujo.
La particularidad de este retrato tan fiel es que ha sido llevado a cabo por un pintor que jam¨¢s pudo escuchar la m¨²sica de Paganini pues era sordo. La sordera de Lyser, amigo personal de Heine, le sirve a ¨¦ste para trasladar al lector la idea de que la m¨²sica imaginada por el compositor estaba m¨¢s all¨¢ de los sonidos emitidos por el viol¨ªn: un pintor sordo lo hab¨ªa captado con m¨¢s hondura que los otros pintores. Lyser, por su parte, est¨¢ seguro de que es el mismo diablo quien ha guiado su mano.
Heine enlaza esta declaraci¨®n con la fantasmag¨®rica historia que se contaba en Italia acerca del criado que acompa?aba siempre a Paganini, una especie de Mefist¨®feles que se hab¨ªa convertido en la sombra del compositor f¨¢ustico. Quedaba claro as¨ª que Paganini hab¨ªa vendido el alma y que el diablo le hac¨ªa compa?¨ªa para que no se le escapara. Con su iron¨ªa habitual Heine se r¨ªe de la leyenda del sospechoso criado, un tipo vulgar y adulador que bailotea alrededor de la delgada e imponente figura de Paganini, quien para confirmar su fama siempre va vestido con una l¨²gubre levita. Aunque en apariencia el criado o secretario se llama Georg Harrys, un escritor de comedias, en la realidad es el diablo quien ha ocupado el cuerpo del pobre Harrys dejando su alma, junto con otros trastos, en un arc¨®n de Hannover.
El resto de la primera noche florentina de Heine es una sensacional recreaci¨®n de un concierto de Paganini en Hamburgo. En ella queda claro que para el escritor alem¨¢n -quien al parecer asisti¨® a varios conciertos del violinista- el demonismo de Paganini no es otra cosa que la exploraci¨®n apasionada de los l¨ªmites de la m¨²sica. A lo largo de su descripci¨®n los sonidos arrancados al viol¨ªn tanto hacen descender al espectador a abismos infernales, transformados ellos mismos en ¨¢ngeles ca¨ªdos, cuanto lo elevan a esferas celestiales, part¨ªcipes de una gracia imperecedera. En su enfrentamiento con los sonidos Paganini no toca el viol¨ªn, como se suele afirmar, sino que batalla con ¨¦l, lo arremete y se deja agredir. En el instante culminante del concierto da la impresi¨®n de que se rompe una de las cuerdas debido al continuo pizzicato. Pero nadie puede afirmarlo a ciencia cierta, pues, tras la supuesta ruptura, Paganini contin¨²a su interpretaci¨®n, aun m¨¢s vibrante y vigorosa de lo que hab¨ªa sido hasta entonces.
Creo que en su relato Heinrich Heine resume inmejorablemente la alegr¨ªa y la ansiedad de la b¨²squeda de armon¨ªa en medio del torbellino. Quiz¨¢ esto pueda resultar hoy d¨ªa incomprensible para una ¨¦poca con cierta tendencia a la perversi¨®n pragm¨¢tica y en la que la acumulaci¨®n tecnol¨®gica amenaza con oscurecer los esplendores del misterio.
Pero si realmente resulta incomprensible -o como los esp¨ªritus acomodaticios repiten "demasiado ut¨®pico"- tanto m¨¢s es de agradecer que alguien siga recogiendo el ¨²nico reto que realmente vale la pena. Me hubiera gustado que Heine hubiera asistido al concierto de Ala Voronkova en el peque?o auditorio de Santa Coloma. Con diablo o sin diablo.
Rafael Argullol es escritor.
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