La herencia reprimida
Durante la campa?a presidencial francesa de 2007, el candidato que terminar¨ªa ganando las elecciones declaraba que, una vez elegido, iba a dedicarse a "liquidar de una vez por todas la herencia del 68". Sin embargo, Mayo del 68 fue un acontecimiento con m¨²ltiples facetas, y no tengo la certeza de que todas sean ajenas al proyecto del actual presidente franc¨¦s.
Viv¨ª aquellos acontecimientos de manera un tanto diferida. En mayo de 1968 me encontraba en Estados Unidos, donde hab¨ªa pasado el a?o ejerciendo la docencia. El 31 de mayo regres¨¦ a Par¨ªs con el primer avi¨®n que pudo aterrizar en suelo franc¨¦s. Por esta raz¨®n, o quiz¨¢s debido a mis or¨ªgenes b¨²lgaros, observ¨¦ lo que estaba ocurriendo desde una cierta distancia. Me llam¨® particularmente la atenci¨®n la presencia simult¨¢nea de dos componentes que ten¨ªan sentidos opuestos y que se encontraban en planos muy distintos: uno social y otro pol¨ªtico.
Los 'neocon' son los herederos de lo peor de Mayo del 68: la pol¨ªtica leninista
La transformaci¨®n de las relaciones sociales fue espectacular. Se derrumbaron jerarqu¨ªas r¨ªgidas, heredadas del pasado, entre hombres y mujeres, viejos y j¨®venes, notables y plebeyos; jerarqu¨ªas que ya eran injustificables en aquel momento. Fue posible utilizar un lenguaje m¨¢s directo, menos formal, y comportarse en p¨²blico de forma menos convencional. Florecieron los movimientos feministas, las mujeres pudieron imponerse en aquellas profesiones de las que quedaban excluidas hasta entonces, o en las que s¨®lo pod¨ªan optar a cargos subalternos (como en la pol¨ªtica).
Tambi¨¦n se desmoronaron tab¨²es, en particular aquellos referentes a las relaciones sexuales. Que una pareja conviviera sin la intenci¨®n de casarse dej¨® de suscitar el oprobio. A la vez, aunque algunos a?os m¨¢s tarde, la ruptura del matrimonio dej¨® de verse forzosamente como un pecado: se permiti¨® el divorcio por mutuo consentimiento.
?Qui¨¦n querr¨ªa hoy liquidar esta herencia?
En el plano de los discursos pol¨ªticos todo discurr¨ªa, sin embargo, de modo muy distinto. Las ideas que se expresaban en las innumerables asambleas generales y comit¨¦s de acci¨®n deb¨ªan enmarcarse todas ellas dentro de los l¨ªmites de la ideolog¨ªa comunista. Es cierto que la diversidad recuperaba inmediatamente sus derechos: el polo conservador lo ocupaban los miembros ortodoxos del fosilizado PC franc¨¦s; la extrema izquierda estaba encarnada por los mao¨ªstas, y en medio estaban los trotskistas, los seguidores de Althusser, los anarquistas, los situacionistas, el Movimiento del 22 de Marzo, los fieles a Fidel y unos cuantos m¨¢s. Pero mientras que en el terreno social soplaban vientos de liberaci¨®n, los discursos pol¨ªticos alentaban el dogmatismo y ensalzaban (con frecuencia sin saberlo) la dictadura. Para alguien como yo, que ven¨ªa de un pa¨ªs del "socialismo real", parec¨ªan adem¨¢s descansar sobre una visi¨®n de la sociedad totalmente quim¨¦rica.
A primera vista, esta herencia pol¨ªtica ha desaparecido hoy casi del todo de la vida p¨²blica, a excepci¨®n de esa particularidad francesa que tanto sorprende en los pa¨ªses vecinos: la popularidad de los l¨ªderes trotskistas en las elecciones presidenciales. Aunque tambi¨¦n es probable que este pasado se mantenga vivo bajo nuevas formas.
Los programas pol¨ªticos de los partidos suelen dividirse en dos grandes grupos. Unos prometen la salvaci¨®n. Consideran que en el mundo terrenal impera el mal y que hay que destruir el mundo y reemplazarlo por otro donde todo funcione mejor. Los otros, se conforman con proponer medidas de adaptaci¨®n y de acomodamiento. Reconocen que el mundo que nos rodea no es perfecto, por lo que hay que emprender reformas, pero tambi¨¦n que debemos rebajar nuestras expectativas.
Los discursos pol¨ªticos del 68 formaban parte claramente de la primera categor¨ªa. Por fortuna, no hubo ning¨²n Lenin en ciernes entre aquellos revolucionarios en potencia. Sin embargo, algunos a?os m¨¢s tarde, el proyecto de transformaci¨®n radical y violento de la sociedad ha renacido bajo otra forma, en el seno de una doctrina err¨®neamente llamada neo-conservadurismo (se trata en realidad de neorevolucionarios). La ¨²nica diferencia es que, esta vez, no se ha querido salvar al propio pa¨ªs, sino a un pa¨ªs extranjero. A veces tambi¨¦n llamamos esta doctrina "derecho de injerencia". Decidimos que para salvar a los dem¨¢s, en este caso con la democracia y la econom¨ªa de mercado, es l¨ªcito, o m¨¢s bien plausible, invadirles militarmente e imponerles un nuevo r¨¦gimen.
Los neoconservadores han estado pr¨®ximos al poder en EE UU y son los responsables tanto de la invasi¨®n de Irak como de otras intervenciones en Oriente Pr¨®ximo. Pero parece que tambi¨¦n son capaces de tener peso en la pol¨ªtica del Gobierno franc¨¦s, que recientemente se ha declarado dispuesto a reforzar su presencia en Afganist¨¢n, a entrar en Irak y a bombardear Ir¨¢n si fuera necesario. La revoluci¨®n permanente, ensalzada en el pasado por los izquierdistas de mayo del 68 (a¨²n me acuerdo de los discursos incendiarios que pronunciaba Andr¨¦ Glucksmann, jefe de los mao¨ªstas, en la facultad de Vincennes) ha cambiado de objeto, pero no de naturaleza: se sigue reclamando la destrucci¨®n del enemigo. Y, muchas veces, por parte de los mismos que en 1968.
He aqu¨ª una herencia del 68 que s¨ª debiera liquidarse.
Tzvetan Todorov es ling¨¹ista, historiador y fil¨®sofo. Traducci¨®n de Mart¨ª Sampons.
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