Debates y tertulias
Han tenido que pasar 15 a?os desde la ¨²ltima vez que los ciudadanos pudieron asistir a un debate entre los dos principales candidatos a unas elecciones generales. Muchas cosas han cambiado desde entonces, empezando por la propia relaci¨®n entre los partidos y los medios de comunicaci¨®n. Entonces eran menos las televisiones, las emisoras de radio, los diarios. Pero, sobre todo, era otra la manera de entender el papel del periodismo. El grueso de los profesionales se dedicaba a informar y su trabajo se consideraba mejor o peor en funci¨®n de su capacidad para encontrar noticias y para no dejarse seducir ni confundir. Algunos eran escandalosamente acomodaticios y otros orgullosamente independientes. Pero lo que no hab¨ªa era un n¨²mero desorbitado de ellos militando en la opini¨®n. Tampoco dispon¨ªan del espacio: aunque sorprenda recordarlo, entonces comenzaba a extenderse la f¨®rmula de la tertulia radiof¨®nica, que luego llegar¨ªa tambi¨¦n a las cadenas de televisi¨®n.
Las tertulias ocupan el lugar del debate pol¨ªtico, que hasta ahora han rechazado los partidos
Es injusto abominar de la tertulia por principio: a lo largo de los 15 a?os transcurridos desde que tuvo lugar el ¨²ltimo debate, que no s¨®lo fue el ¨²ltimo antes de unas elecciones generales, sino el ¨²ltimo en que dos responsables pol¨ªticos relevantes se enfrentaban en un medio de comunicaci¨®n, las tertulias, algunas tertulias, han desempe?ado un papel insustituible en momentos decisivos y han permitido descubrir mucho talento; tambi¨¦n mucha mediocridad y mucho servilismo, en dosis equivalentes a las de cualquier otra actividad. Lo que ha acabado poniendo en riesgo el sentido de las tertulias ha sido, tal vez, el contexto: sin que nadie diera la voz de alarma, fueron ocupando el lugar del debate pol¨ªtico que los propios partidos rechazaban y convirti¨¦ndose, as¨ª, en un extra?o g¨¦nero period¨ªstico: el debate pol¨ªtico por delegaci¨®n. Los medios de comunicaci¨®n comprometidos con el pluralismo se han esforzado por reflejar en el terreno de la opini¨®n las diversas sensibilidades pol¨ªticas. A los medios sin escr¨²pulos les ha bastado con convocar a testigos falsos o se han decantado, sin m¨¢s, por apuntar todas las bater¨ªas en la misma direcci¨®n, confiando en provocar la eclosi¨®n de amarillismo que se ha vivido en Espa?a y que alcanz¨® cimas inimaginables con la desinformaci¨®n sobre los atentados del 11 de marzo.
A estas alturas, es claro ya el resultado de que algunas emisoras de radio y cadenas de televisi¨®n hayan albergado el extra?o g¨¦nero period¨ªstico de los debates pol¨ªticos por delegaci¨®n, en los que los participantes acaban desempe?ando la tarea que corresponde a los responsables de los partidos: no es seguro que hoy exista m¨¢s pluralidad informativa s¨®lo porque existan m¨¢s medios audiovisuales, sino que existen m¨¢s medios audiovisuales voluntariamente alineados o a los que se les exige alinearse en cada trinchera. Buena parte de la responsabilidad corresponde, sin duda, a esos medios y a algunos profesionales de la informaci¨®n. Pero el cuadro no estar¨ªa completo si no se se?alase, adem¨¢s, la grav¨ªsima responsabilidad de los dirigentes pol¨ªticos, unos m¨¢s que otros dentro de un mismo partido. Puesto que los medios de comunicaci¨®n comprometidos con el pluralismo procuran reflejar las diversas sensibilidades, los partidos han interpretado esta preocupaci¨®n como un derecho a reclamar fidelidad inquebrantable a cada ciudadano que opina, a cada participante en una tertulia. La opini¨®n libre se ha convertido, as¨ª, en un acto cargado de consecuencias indeseables, por el que ya sabe a qu¨¦ atenerse quien se atreva a disentir de los argumentos exigidos a la cuota que en teor¨ªa representa. Una de las razones por las que los dirigentes pol¨ªticos se sienten fuertes en este terreno es porque disponen del man¨¢ que alimenta esa particular manera de estar "bien informado", de "tener acceso", que colinda con el sedicente "periodismo de investigaci¨®n". Es decir, liquidados los fondos de reptiles cuando lleg¨® al poder el primer Gobierno socialista, parece que los Gobiernos posteriores terminaron por convertir la discreci¨®n que exige la gesti¨®n democr¨¢tica de las instituciones en un nuevo fondo m¨¢s sutil pero no menos eficaz: si me tratas bien, te digo, te informo, te comunico antes que a nadie.
Esta noche se celebra el primer debate pol¨ªtico en 15 a?os antes de unas elecciones generales; o mejor, algo que se parece suficientemente a un debate pol¨ªtico. Despu¨¦s de tanto pedir a los periodistas que se pronuncien por delegaci¨®n, los partidos les exigen ahora, parad¨®jicamente, que no digan una sola palabra cuando se disponen a dirigir un cara a cara decisivo. Ojal¨¢ que el encuentro de esta noche devuelva definitivamente a los ciudadanos un derecho secuestrado durante demasiado tiempo. Pero, ojal¨¢ tambi¨¦n, sirva para que la opini¨®n, para que las tertulias sean lo que deber¨ªan ser: un espacio de libertad en el que cada cual puede y debe hablar en su nombre y s¨®lo en su nombre. Exactamente como los partidos pueden y deben hablar en el suyo y s¨®lo en el suyo.
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