La fragmentaci¨®n del poder europeo
De todos los escenarios posibles, el que se ha materializado en Kosovo ha sido el peor para los intereses de Europa y el m¨¢s amenazador para su unidad. Europa, sin embargo, tiene poder, aunque muy fragmentado
Frente a lo que muchos piensan, la lecci¨®n m¨¢s importante de lo sucedido en Kosovo no tiene que ver con la integridad territorial de los Estados o los l¨ªmites del derecho internacional, sino con la fragmentaci¨®n del poder europeo. Muchos han lamentado p¨²blicamente estos d¨ªas que el futuro de Europa se decidiera en Washington. Esto s¨®lo es cierto en parte, ya que Londres, Par¨ªs, Berl¨ªn y Madrid han tomado libremente sus decisiones, como lo han hecho Pr¨ªstina y Belgrado. En cualquier caso, que Washington haya sido decisivo no exime a Europa de su responsabilidad, sino que la hace m¨¢s evidente.
Lo m¨¢s indiscutible de esta crisis es que, de todos los escenarios posibles, el que finalmente se ha materializado ha sido el peor para los intereses de Europa y el m¨¢s amenazador para su unidad. Dado que ni Kosovo ni Serbia tienen otro futuro que el europeo, la soluci¨®n al problema ten¨ªa que haber sido europea. Una Europa unida podr¨ªa haber dejado a un lado a EE UU y a Rusia y haber impuesto a las partes un acuerdo razonable. Sin embargo, en lugar de ser Uni¨®n Europea, los 27 Estados miembros han sido exactamente eso: 20 a un lado y 7 al otro. Entre el j¨²bilo de los kosovares y la indignaci¨®n de los serbios, Europa ha vuelto a mostrar impotencia.
La UE debe gestionar en Kosovo las consecuencias de decisiones tomadas por otros. Y pagar la factura
Europa retrocedi¨® en la desdichada primavera de 2005 con los referendos franc¨¦s y holand¨¦s
Eso s¨ª, pese a no haber podido evitar la declaraci¨®n unilateral de independencia, la Uni¨®n Europea actuar¨¢ responsablemente: mantendr¨¢ sus tropas en Kosovo, enviar¨¢ una misi¨®n civil y desembolsar¨¢ cientos de millones de euros durante la pr¨®xima d¨¦cada para asegurar la viabilidad de este nuevo Estado. Una vez m¨¢s, Europa se ve obligada a gestionar las consecuencias de decisiones tomadas por otros y a poner sus recursos al servicio de pol¨ªticas que no coinciden con sus intereses, sin que ni siquiera todo ello le sirva para ganarse el respeto de los actores en liza. Desgraciadamente, este patr¨®n se repite con demasiada frecuencia: en Afganist¨¢n, los Balcanes, Oriente Medio o el ?frica subsahariana, Europa aparece como un poder fragmentado, incapaz de llevar a la pr¨¢ctica sus pol¨ªticas u ofrecer una alternativa frente a EE UU, China o Rusia.
Kosovo no es sino otro desaf¨ªo al poder europeo, un poder que pese a contar con una impresionante base econ¨®mica, demogr¨¢fica y pol¨ªtica no consigue imponerse. Y de no mediar un cambio, estos desaf¨ªos ser¨¢n cada vez m¨¢s frecuentes, ya que el mundo que se est¨¢ configurando desde que comenzara el siglo camina en direcciones incompatibles con los intereses y valores que Europa defiende.
Por un lado, el auge de China y el resurgir de Rusia sit¨²an sobre la mesa un modelo de desarrollo pol¨ªtico y econ¨®mico alternativo que despierta un notable inter¨¦s entre las elites de muchas partes del mundo, atra¨ªdas por la promesa de poder compatibilizar m¨¢ximo desarrollo econ¨®mico y m¨¢ximo control estatal. Frente al exigente modelo europeo basado en la democracia de mercado, la integraci¨®n regional y los derechos humanos, China y Rusia ofrecen un capitalismo de Estado basado en la autoridad, la soberan¨ªa y la falta de libertades con el que es dif¨ªcil competir.
Por otro, nos encontramos con que Estados Unidos ha abandonado la senda multilateral, no s¨®lo dilapidando en pocos a?os el enorme capital de legitimidad construido despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, sino sembrando muchas dudas sobre hasta qu¨¦ punto, independientemente de quien gobierne, podremos en el futuro contar con Washington en asuntos clave como el cambio clim¨¢tico, la promoci¨®n de la democracia y los derechos humanos o el sostenimiento de las instituciones multilaterales.
A los desaf¨ªos de la globalizaci¨®n econ¨®mica (ya de por s¨ª bastante complejos de manejar pero en los que Europa jugaba con cierta ventaja), se a?aden ahora los derivados de una reconfiguraci¨®n progresiva de las relaciones de poder mundial en la que vuelven a campar a sus anchas elementos cl¨¢sicos como el poder militar y las rivalidades econ¨®micas. Lamentablemente, el mundo se parece hoy sospechosamente a la Europa de 1914: recu¨¦rdese, una combinaci¨®n sumamente inflamable de Estados muy interdependientes, en r¨¢pido desarrollo econ¨®mico y en abierta competencia por las materias primas, y, a la par, escasamente integrados en instituciones internacionales y sumamente dispares en sus configuraciones de principios y valores.
En este tipo de mundo, Europa se encuentra en evidente desventaja, ya que la naturaleza de su proyecto, eminentemente pac¨ªfico, abierto, democr¨¢tico y consensual, le impone severas (aunque aceptables) limitaciones a la hora de ejercer su poder. Europa ya recorri¨® en el pasado el camino imperial, por lo que es plenamente consciente de las consecuencias. Esto no quiere decir que Europa deba resignarse a disponer s¨®lo del llamado poder blando. Primero, porque en un mundo poblado de depredadores, ser herb¨ªvoro es una opci¨®n muy problem¨¢tica. Segundo, porque el poder de Europa no s¨®lo se basa en la atracci¨®n que pueda ejercer su modelo, sino en su inmenso poder real: Europa es la primera econom¨ªa mundial, el segundo bloque comercial, el primer donante de ayuda oficial al desarrollo y, aunque se olvide, una enorme potencia militar. Por tanto, el problema de Europa no es que carezca de poder, blando o duro, sino que ¨¦ste se encuentra fragmentado y, en consecuencia, es ineficaz. S¨®lo desde esa fragmentaci¨®n puede entenderse que Mosc¨² pueda desafiar tan abiertamente a los europeos cuando ¨¦stos superan a Rusia tres veces y media en poblaci¨®n, diez veces en gasto militar o quince veces en t¨¦rminos econ¨®micos.
En consecuencia, la limitaci¨®n m¨¢s importante del poder europeo tiene que ver con la miop¨ªa de sus l¨ªderes y, por qu¨¦ no decirlo, de algunos de sus electorados. Con toda seguridad, la historia prestar¨¢ mucha atenci¨®n a la desgraciada primavera de 2005, cuando Europa, abocada a asumir su "destino manifiesto" en el mundo, dud¨®, y luego retrocedi¨®. El efecto contagio que sigui¨® a los fallidos referendos en Francia y los Pa¨ªses Bajos dej¨® entrever una preferencia clara en muchos Estados miembros por dar una respuesta a la globalizaci¨®n consistente en reforzar los Estados-naci¨®n y las identidades nacionales, no en reforzar el poder europeo.
Extra?amente, como si se tratara de la compresi¨®n del universo que seg¨²n algunas teor¨ªas seguir¨¢ al Big Bang, la Europa de la ampliaci¨®n, aquella que hab¨ªa culminado con ¨¦xito tareas incre¨ªbles como la reunificaci¨®n del continente y la uni¨®n monetaria, decidi¨® enfriarse. Y aunque el enfriamiento se ha detenido temporalmente con el rescate del Tratado Constitucional plasmado en el Tratado de Lisboa, las mismas tendencias renacionalizadoras son observables en la indisimulada hostilidad que preside la pol¨ªtica europea de Brown; en la pol¨ªtica exterior de Sarkozy, que concibe la UE como una mera correa de transmisi¨®n del inter¨¦s nacional franc¨¦s, e incluso en Alemania, partidaria de resolver por su cuenta sus problemas bilaterales con Rusia, cuando no empe?ada en lograr su propio asiento en el Consejo de Seguridad. Por tanto. Pese a las evidentes mejoras en materia de pol¨ªtica exterior que introducir¨¢ el nuevo Tratado de Lisboa, si ¨¦ste algo deja claro es hasta qu¨¦ punto se ha antepuesto el car¨¢cter irrenunciablemente intergubernamental de la pol¨ªtica exterior a los intereses y necesidades europeos.
Hoy nadie duda de las ventajas del euro: gracias a la uni¨®n monetaria, Europa ha podido capear una crisis hipotecaria que en su ausencia se hubiera llevado por delante las monedas m¨¢s d¨¦biles. En este sentido, la crisis de Kosovo se parece sospechosamente a las tormentas monetarias de los a?os noventa. Estados Unidos y Rusia, pero tambi¨¦n Serbia y Kosovo, han explotado las divisiones europeas, obligando a romper filas. El resultado ha sido una devaluaci¨®n de la pol¨ªtica exterior europea.
La lecci¨®n es clara: al igual que los bancos centrales de los noventa se mostraron incapaces de garantizar la estabilidad monetaria de la econom¨ªa europea, los ministerios de asuntos exteriores europeos se muestran cada vez m¨¢s impotentes para gestionar por s¨ª solos las crisis internacionales que se suceden ante nosotros. Esto no quiere decir que deban desaparecer, pero s¨ª que deben reflexionar a fondo sobre cu¨¢l va a ser su papel al servicio de una Europa que defienda los intereses generales de los europeos y que sea capaz de superar la fragmentaci¨®n de su poder.
Jos¨¦ Ignacio Torreblanca es director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).
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