Imp¨²dico
En su novela La confesi¨®n imp¨²dica (1956), el escritor japon¨¦s Junichir? Tanizaki (1886-1965) plantea, una vez m¨¢s, el insondable tema del erotismo, pero con la peculiar¨ªsima variante de que lo afronta, como suele ser en ¨¦l caracter¨ªstico, desde la perspectiva de una relaci¨®n matrimonial, no s¨®lo convencional, sino fraguada a lo largo de muchos a?os de, por fuerza, intimidad alambicada. Tiene que ser as¨ª, porque esta forma de amor, atizada primordialmente a trav¨¦s del sexo, si se toma en serio, es anti-institucional y bordea la muerte. Y no me refiero s¨®lo a la experiencia de anonadamiento que se padece en cualquier frenes¨ª, sino a lo aventurado y peligroso que resulta la provocaci¨®n continuada de ¨¦ste. En La confesi¨®n imp¨²dica, como en El gusto de las ortigas, se trata de un matrimonio, que, tras un cuarto de siglo de emparejamiento, sigue urdiendo las m¨¢s rebuscadas tretas para mantener vivo el mutuo deseo, con tanto riesgo que el marido, diez a?os mayor, y ya habi¨¦ndose adentrado en esa edad en la que los achaques se multiplican, asume, con la activa complicidad de su mujer, tener una muerte anunciada.
Concebida como un relato a dos voces, que son respectivamente las que se van registrando en sendos diarios intercalados del marido y la mujer, que ambos simulan escribir como personales confesiones, aunque, en realidad, son la forma perversa en que se comunican entre s¨ª, la creciente intriga de este relato no se basa tanto en la compleja urdimbre de artima?as que construyen para excitarse mutuamente como en el desarrollo de la implacable estrategia de convertir lo pr¨®ximo en lejano, y lo normal, en excepcional, o, si se quiere, "objetivar" al otro, porque, al fin y al cabo, tal es el comportamiento del deseo, que se expresa en t¨¦rminos de objeto.
En cierta manera, no s¨®lo en el erotismo, aunque en este caso de forma extrema, sino en el m¨¢s profundo amor, se vive una misma pugna dial¨¦ctica entre dos sujetos que se objetivan a muerte, siendo la ¨²nica diferencia en que, en la segunda situaci¨®n, se trasciende relativamente la muerte al entreg¨¢rsela mutuamente los amantes como un don, en vez de simplemente matarse. Pues bien, pienso que esto es lo que exactamente ocurre con el arte, no ya con el literario de la novela, que en ello tiene su fundamento gen¨¦rico, sino en cualquier otra manifestaci¨®n art¨ªstica aut¨¦ntica, que no deja de ser una personal invocaci¨®n ¨ªntima a los dem¨¢s para que sujeten -sostengan- la existencia. En este sentido, el arte aguanta todo menos la trivialidad. No puede ser entretenido, y, menos, espectacular. Puede y debe ser, sin embargo, imp¨²dico, pero no por la circunstancial naturaleza escandalosa de lo que se confiese o se muestre, sino por su constante zambullirse en la sombra de lo real, y, desde ese umbral sin luz, iluminar nuestro asombro. Iniciada un 1 de enero por el marido, que muere el 2 de mayo siguiente, la novela de Tanizaki concluye con la reflexi¨®n final de la mujer, ya viuda, el 11 de junio de ese mismo a?o: es, pues, el relato de medio a?o tenebroso para alumbrar la l¨¢mpara imp¨²dica de una vida apurada hasta la muerte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.