El viaje del doctor K.
1 - Busco unas p¨¢ginas de Doctorow sobre W. G. Sebald y no las encuentro por ninguna parte. Se hablaba en ellas del sorprendente efecto de verdad y de la negaci¨®n o leve declinaci¨®n de la autor¨ªa -en la tradici¨®n del manuscrito del Quijote encontrado en Toledo- que lograba Sebald en sus ficciones tan reales.
No encuentro las p¨¢ginas de Doctorow, pero decido buscar en V¨¦rtigo, uno de los primeros libros de Sebald, fragmentos de prosa que corroboren la teor¨ªa -no encontrada- de Doctorow sobre este autor. A Sebald lo he admirado siempre por su coraje al exponer en su abigarrada prosa una absoluta carencia de alegr¨ªa, luz y vivacidad. Para un hombre muerto, parece decirme siempre, el mundo entero es un funeral. Ahora, gracias a las p¨¢ginas no encontradas de Doctorow, lo admiro tambi¨¦n por su maestr¨ªa en la puesta al d¨ªa de la t¨¦cnica del ambiguo efecto de verdad.
Al adentrarme en V¨¦rtigo, veo que hab¨ªa olvidado que all¨ª hay dos relatos (All'estero y Viaje del doctor K. a un sanatorio de Riva) que tienen como escenarios y referentes literarios los lugares a los que peregrin¨® Kafka en Italia, en septiembre de 1913. Por tanto, lo m¨¢s probable es que Sebald hable de Verona, esa ciudad que, tras la lectura del libro Kafka va al cine, me propuse la semana pasada revisitar, s¨®lo por ir a la pila bautismal de la iglesia de Santa Anastasia y ver el enano de m¨¢rmol de tama?o natural ante el que estuvo sentado un buen d¨ªa de 1913 un Kafka desfondado.
Me desv¨ªo de mi intenci¨®n inicial al adentrarme en V¨¦rtigo y paso a preguntarme si en su viaje a Italia se acord¨® Sebald de ese enano de m¨¢rmol que cay¨® bajo la mirada implacable de Kafka. No tardo nada en encontrar la palabra Verona en el texto All'estero, y enseguida tambi¨¦n la iglesia de Santa Anastasia. Cuenta Sebald que entr¨® en ella con la idea de ver un fresco sobre san Jorge que Pisanello hab¨ªa realizado en la entrada a la capilla de los Pellegrini, alrededor del a?o 1435. Pero en momento alguno menciona al enano. Me digo que los grandes frescos de Pisanello, poblados de muchas peque?as figuras caracterizadas por la precisi¨®n del trazo, se parecen a los tapices textuales de Sebald, tan poblados de personajes buscados y encontrados en entornos descritos meticulosamente.
La iglesia de Santa Anastasia le parece a Sebald muy oscura y dice que "incluso a las primeras horas de la tarde m¨¢s luminosa impera el crep¨²sculo m¨¢s profundo". La abandona pronto, sin dar se?ales de haberse interesado por el enano. Tres d¨ªas despu¨¦s, entra en una pizzer¨ªa de mala muerte de la Via Roma que "ya desde fuera daba la impresi¨®n de tener una reputaci¨®n no muy buena", y all¨ª descubre que es el ¨²nico cliente para un ¨²nico camarero y, viendo una marina que cuelga en un marco pintado al oro viejo y que describe una gran cat¨¢strofe, se le enfr¨ªa la frente a causa del repentino miedo y deja el plato sin acabar y sale a la calle, y aquella misma noche, preso de un p¨¢nico desaforado, abandona la ciudad en un tren que sale hacia Innsbruck.
2 - No desfallezco en mi b¨²squeda del enano y sigo adentr¨¢ndome en V¨¦rtigo y en el relato Viaje del doctor K. a un sanatorio de Riva descubro que, siete a?os m¨¢s tarde, Sebald volvi¨® a Italia, volvi¨® a Verona. En su primer paseo por la ciudad, se refugi¨® en un portal donde hab¨ªa una placa de metal que anunciaba la consulta de un dentista, "la consulta del dottore Pesavento, que ejerc¨ªa en la Via Stella, cerca de la Biblioteca C¨ªvica, donde llevaba a cabo sus extracciones indoloras". Me quedo helado al ver que misteriosamente Verona me lleva a reencontrarme con el dottore, con el viejo dentista de las extracciones indoloras, y conmigo mismo. ?Estoy yo tambi¨¦n en ese libro? ?Y el enano? ?Por qu¨¦ no dice nada Sebald de ¨¦l?
En Verona, Sebald regresa a la Via Roma y busca la pizzer¨ªa donde siete a?os antes le entrara un p¨¢nico glacial. La pizzer¨ªa lleva tiempo cerrada, tal vez desde el d¨ªa en que ¨¦l mismo huy¨® de all¨ª aterrado. Fotograf¨ªa la puerta del restaurante difunto y luego se encamina de nuevo a Santa Anastasia, a reencontrarse con el fresco de Pisanello. Mientras va hacia la iglesia, se acuerda de que Kafka, la tarde de septiembre de 1913 en que lleg¨® a Verona, camin¨® por las callejuelas de la ciudad hasta fatigarse, y decidi¨® entrar a descansar en Santa Anastasia y, despu¨¦s del reposo en aquel espacio fresco, en penumbra, "se puso de nuevo en camino y a¨²n al salir condujo sus dedos, como a un hijo o a un hermano peque?o, por los rizos de m¨¢rmol del enano que desde hac¨ªa cientos de a?os perseveraba bajo la pesada carga de una pila de agua bendita al pie de una de las poderosas columnas...".
Lo que son las cosas. No pod¨ªa ni imaginar, la semana pasada, leyendo Kafka va al cine, que al enano no tardar¨ªa en encontr¨¢rmelo en otro libro. Pero finalmente, aunque tan s¨®lo de forma fugaz, ah¨ª est¨¢ nombrado el enano -visto como un hijo o un hermano peque?o- en el relato de Sebald. Un aire fresco de comienzos de marzo penetra por la ventana entreabierta y por un momento imagino que el aire es blanco y me hallo en el centro de un mar de niebla, en Santa Anastasia. El enano, cansado de que ¨²ltimamente no le dejen en paz, eleva una t¨ªmida protesta. Pero no hay ning¨²n indicio, le oigo decir a Sebald, de que el doctor K. hubiera contemplado el fresco de Pisanello. Se dir¨ªa que Sebald pasa del enano tanto como Kafka pas¨® de Pisanello.
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