Las ni?as de ahora
Nunca conoceremos el nombre del asesor de Rajoy que se invent¨® la historia de la ni?a. Yo ten¨ªa la sensaci¨®n, mientras lo estaba oyendo (sin dar cr¨¦dito), de que el propio Rajoy estaba lanzando tres mensajes al mismo tiempo. El primero, el evidente, el cuento de la ni?a prodigiosa; el segundo, el simb¨®lico, "si ustedes me votan, las ni?as de Espa?a llegar¨¢n muy lejos", y el tercero, ay, el tercer mensaje iba dirigido a su asesor: "?En qu¨¦ momento acept¨¦ yo contar semejante gilipollez?". Creo que la ni?a existe y que la han sacado de Espa?a por un tiempo, hasta que pase la campa?a electoral. De cualquier manera, no hay que esperar diez a?os a que a esa ni?a le hayan brotado los pechos y haga descansar sobre ellos alguno de los libros de sus innumerables masters; hoy d¨ªa, las universidades europeas est¨¢n llenas de ni?as haciendo Erasmus, en general, con m¨¢s ¨¦xito acad¨¦mico que los varones. La pregunta ser¨ªa si cuando vuelven y se incorporan al mercado laboral, a esas ni?as, que con tanta fuerza han inspirado al po¨¦tico asesor de Rajoy, se las promociona en las empresas como a los ni?os. Yo fui lo menos parecido a una ni?a Rajoy. Era otra ¨¦poca. Y eso que no soy tan mayor. A veces incluso me siento insoportablemente joven, sobre todo desde que he le¨ªdo que muchos americanos consideran a Obama un pimpollo para ser presidente. No tengo edad para presidenta del Imperio, pero s¨ª, en cambio, para pertenecer a esa generaci¨®n que todav¨ªa aprend¨ªa idiomas malamente, que pensaba que imitar un acento extranjero era cosa de pijos y que tard¨® lo suyo en salir de Espa?a. No todas las ni?as tienen hoy la posibilidad de ser cosmopolitas, pero las hay, las hay. Las envidio. Envidio su juventud, los Erasmus, los Orgasmus, el conocimiento tan temprano del mundo exterior (y del interior). A¨²n hoy, cuando tengo el culo pelao de cruzar aduanas, siento una especie de miedo en mi interior, el de quien piensa que fuera de tu pa¨ªs no las tienes todas contigo. Ser¨¢ por eso que admiro tanto a estas ni?as que se han ido saltando las barreras y andan por ah¨ª, comi¨¦ndose el mundo, solas. El s¨¢bado pasado llam¨¦ a una de esas mujeres pol¨ªglotas. No la conoc¨ªa de nada, pero averig¨¹¨¦ su tel¨¦fono porque ten¨ªa muchas cosas que agradecerle. Se llama Marta. Marta Reb¨®n. Su nombre aparec¨ªa escrito en la novela Vida y destino, de Vasili Grossman. Es la traductora. Al principio no pens¨¦ en ella, y creo que ¨¦se es el piropo m¨¢s grande que se le puede echar a un traductor: el no notar su presencia, al contrario, el sentir que el lenguaje con el que ha recreado un texto literario suena tan natural como si ¨¦se fuera el idioma en el que fue inventado. Ya digo, la llam¨¦ una ma?ana a un tel¨¦fono de Bruselas para decirle algo muy sencillo, gracias. El periodismo me dio desde muy joven el coraje para llamar a casas que no conozco, y la vida me ha ense?ado que cuando se admira a alguien se encuentra una felicidad especial dici¨¦ndolo. Gracias. Una traducci¨®n puede ser ese arma letal que se carga la vida de un libro en el extranjero, pero tambi¨¦n el visado para que llegue al coraz¨®n de mucha gente. Marta, la joven a la que llam¨¦, vive en Bruselas, ciudad lo suficientemente peque?a para poder trabajar en paz, pero que ofrece al forastero la posibilidad de entablar amistad con gente de todo el mundo. All¨ª, hace un a?o, estaba ella, en un barrio llamado el Monte de las Artes, con el encargo de pasar del ruso al espa?ol esta Guerra y paz de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. S¨®lo le dieron cinco meses de plazo, pero no pudo decir que no a algo que era un sue?o para esta mujer que estudi¨® filolog¨ªa eslava y que sinti¨® la llamada de la literatura rusa porque s¨ª, sin que existiera tradici¨®n o lazo familiar alguno, solamente por ese amor que le provoc¨® Doctor Zhivago, que es algo as¨ª como una biblia de la ficci¨®n. La pasi¨®n que ella ha puesto en su trabajo se respira en nuestra conversaci¨®n telef¨®nica. Marta hace un alto en el camino en el trabajo que le dedica ahora a la traducci¨®n catalana del mismo libro, y me habla con emoci¨®n de la habilidad de Grossman para penetrar en los corazones de los hombres. Unos doscientos cincuenta personajes, me dice que tiene la novela. No personajes, personas, personas que seguramente conoci¨® el autor de primera mano y que convirti¨® en literatura gracias, en parte, a sus cualidades period¨ªsticas. Marta me dice que siente que el libro la ha cambiado, que la disertaci¨®n que se hace en esas p¨¢ginas sobre el bien y la bondad la han hecho ver ciertas cosas de forma diferente. Y estoy de acuerdo. Si tienes sangre en las venas, esas p¨¢ginas te trastornan. Hablan del Bien, ese Bien abstracto que puede matar a aquellos que no buscan el mismo objetivo, frente a la Bondad, aquella que puede darse en las situaciones m¨¢s hostiles, en aquellos ambientes que parecen destinados a despertar s¨®lo la maldad en los seres humanos. La bondad de esas viejas rusas que atraviesan los cap¨ªtulos del libro y que son capaces de dar aquello que no tienen y convertirse en madres de los hu¨¦rfanos. Estas cosas me cuenta Marta, a la que ahora ya he borrado el apellido, porque milagrosamente se ha convertido en alguien familiar. Yo, en este Madrid, del que me fue tan dif¨ªcil desembarazarme; ella, ahora mismo en Bruselas, ma?ana en San Petersburgo, pasado quiz¨¢ en Nueva York. Bueno, le digo, ?en alg¨²n lugar del mundo nos encontraremos! De cualquier manera, siempre compartiremos el planeta Grossman. Adi¨®s, un beso.
Cuando las 'ni?as' de Rajoy se incorporen al mercado laboral, ?se las promocionar¨¢ como a los ni?os?
Marta Reb¨®n me habla de la pericia de Vasili Grossman para entrar en el coraz¨®n de los hombres en su novela
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