Afganist¨¢n. Desde la l¨ªnea de fuego
La nieve ca¨ªda la noche anterior ha convertido en un mar de barro las calles sin asfaltar de Karte Now. El barrizal contrasta con la pulcritud de las viviendas reci¨¦n reconstruidas. "Dostum y Hekmatyar lo destruyeron todo", recuerda Mohamed Azimy en referencia a los dos se?ores de la guerra cuyos enfrentamientos en la primera mitad de los noventa arrasaron este barrio de Kabul. Su padre, Am¨ªn, un especialista en artes gr¨¢ficas, hab¨ªa levantado aqu¨ª la casa familiar en la que viv¨ªa con su esposa y sus cuatro hijos. Como el resto de los vecinos, los Azimy salieron huyendo ante los combates. Alquilaron un modesto piso en uno de los bloques de Mikrorayon y desde all¨ª asistieron al hundimiento pol¨ªtico de su pa¨ªs. Hasta el d¨ªa que los bombardeos estadounidenses desalojaron a los talibanes a finales de 2001.
Entonces, los hombres de la familia pudieron afeitarse las barbas, y las mujeres, aventurarse t¨ªmidamente en la calle a¨²n sin quitarse el burka, por si acaso. Pero desde el primer momento, el objetivo primordial de todos fue recuperar su parcela de Karte Now y reconstruir la casa perdida durante la guerra civil. Tres a?os m¨¢s tarde, los Azimy pon¨ªan fin a una d¨¦cada de provisionalidad y volv¨ªan al que consideraban su hogar. Un ataque al coraz¨®n impidi¨® que Am¨ªn Azimy llegara a verlo. Aun as¨ª, la ilusi¨®n les hizo relativizar la falta de agua corriente y de luz el¨¦ctrica. Hicieron un pozo y compraron un generador. "Los avances son lentos, pero tenemos esperanza", declaraba entonces Mohamed, cuyo sueldo como empleado de una empresa p¨²blica se hab¨ªa duplicado.
Hoy, este barrio de la capital afgana compendia en gran medida los ¨¦xitos y los fracasos de los seis a?os de la era postalib¨¢n. El tendido el¨¦ctrico ha llegado hasta all¨ª, pero los Azimy siguen necesitando el generador porque s¨®lo hay corriente cuatro horas al d¨ªa. Se calientan con queroseno porque si encienden la chimenea temen que alg¨²n vecino les acuse de ser budistas. Y aunque las mujeres apenas salen de casa lo m¨ªnimo imprescindible, cuentan con un televisor para entretenerse cuando cae la noche. Reconocen que su vida ha mejorado mucho. Sin embargo, han perdido aquella ilusi¨®n inicial.
Y los Azimy, como el resto de los vecinos de Karte Now, est¨¢n entre los afortunados. No hace falta salir de Kabul para ver en qu¨¦ condiciones de necesidad absoluta vive a¨²n la mayor¨ªa de los afganos. En el barrio de Khair Khana, en un bald¨ªo junto a unos edificios inacabados, se extiende un campamento improvisado de tiendas fabricadas con pl¨¢sticos y trozos de lona.
"Nos expulsaron de Pakist¨¢n hace cuatro meses, pero no tenemos dinero para pagar un alquiler", explica Shakila, una viuda con tres hijos que aparenta 50 a?os, pero no ha cumplido los 30. En total, un centenar y medio de familias esperan que alguien se apiade de su situaci¨®n y luchan contra las temperaturas bajo cero del invierno afgano encendiendo fogatas. "El queroseno es demasiado caro", se?ala Yar Mohamed, erigido en portavoz del grupo. Algunos de los hombres trabajan como porteadores en el mercado, pero los 1,5 euros que sacan al d¨ªa no dan para alimentar a familias que como media tienen siete hijos. "S¨®lo los soldados de la ISAF nos han tra¨ªdo mantas", declara.
"Hay mucha inseguridad. Los se?ores de la guerra se sientan en el Parlamento y los pol¨ªticos s¨®lo trabajan para sus bolsillos. ?Qu¨¦ est¨¢n haciendo todas esas organizaciones internacionales?, ?d¨®nde ha ido a parar su dinero?", inquiere Mohamed Azimy. Este hombre, que se hizo adulto durante la ¨¦poca de la ocupaci¨®n sovi¨¦tica, esperaba m¨¢s del Estado y se siente confundido en un sistema de libre mercado, en el que triunfan sobre todo aquellos que han vuelto del exilio.
La continua merma de la esperanza de los afganos en los dos ¨²ltimos a?os ha ido pareja al resurgir de la milicia talib¨¢n, a la que se dio por difunta poco despu¨¦s de su desalojo del poder. Los 89 atentados suicidas y 94 con coche bomba que los extremistas lograron perpetrar en 2007 (y casi una decena en lo que va de 2008) han creado una sensaci¨®n de inseguridad que hace temer el fracaso del ambicioso experimento emprendido en 2001 para transformar Afganist¨¢n, uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres y conservadores del mundo, en una democracia moderna.
Tres centros de estudios estadounidenses (Center for the Study of the Presidency, Atlantic Council y National Defense University) han advertido al Gobierno de Washington de que Afganist¨¢n est¨¢ al borde de convertirse en un Estado fallido y en un nuevo santuario para Al Qaeda. Sus informes coinciden en que la situaci¨®n en el pa¨ªs asi¨¢tico se ha deteriorado gravemente, que Estados Unidos (ocupado en la guerra de Irak) no ha prestado la suficiente atenci¨®n a esta crisis, y que necesita cambiar de estrategia y poner m¨¢s ¨¦nfasis en el desarrollo para evitar lo peor. Lo mismo puede aplicarse al resto de la comunidad internacional.
"Seguimos muy preocupados porque el deterioro de la seguridad en el sur est¨¢ reduciendo la oportunidad para que arraiguen las iniciativas de desarrollo", se?ala Aly Mawji, el representante del Aga Khan Development Network, que tiene en Afganist¨¢n su mayor programa mundial con un presupuesto de 450 millones de d¨®lares. "Desafortunadamente, las actividades de desarrollo han estado a menudo impulsadas por motivos pol¨ªticos. Urgen iniciativas que los afganos empiecen a controlar y les permitan ver cambios tangibles en la calidad de sus vidas".
"El Gobierno no controla el 60% del territorio", admite un diplom¨¢tico europeo destinado en Kabul. "?Quiere eso decir que lo controlan los talibanes? Tampoco. Bajo esa etiqueta se agrupan mil cosas". Su respuesta pone de relieve, al mismo tiempo, tanto el problema de vac¨ªo de poder que se vive en buena parte de Afganist¨¢n como el car¨¢cter multiforme de la insurgencia.
"Hay que ser muy cuidadosos con el t¨¦rmino insurgencia porque da idea de respaldo popular, lo cual no est¨¢ tan claro, ya que bajo ese paraguas se mezclan grupos criminales y traficantes de droga", precisa Christopher Alexander, vicerrepresentante especial del secretario general de la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas. En su opini¨®n, se trata de "alianzas de conveniencia", y atentados suicidas y secuestros han reducido su atractivo. "Se aprovechan de la ausencia del Gobierno y de que tienen dinero. Adem¨¢s practican la intimidaci¨®n".
Los militares est¨¢n de acuerdo. "Una insurgencia ha de contar con apoyo popular. Los talibanes no lo tienen. ?C¨®mo van a tenerlo si la mayor¨ªa de las v¨ªctimas de los ataques suicidas son civiles?", manifiesta el general de brigada Carlos Branco, portavoz de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF).
"Para los afganos, se trata de una pel¨ªcula que ya han visto", coincide Alexander. "Ya han padecido a los talibanes una vez, en los noventa, cuando encontraron algo de apoyo porque se les percibi¨® como limpios frente al desmadre de los muyahidin; pero esa ilusi¨®n se evapor¨® enseguida, y su intento de regresar se ve como una revancha, algo indeseable incluso por parte de la poblaci¨®n past¨²n". Es cierto que tayikos, hazaras y otras minor¨ªas tiemblan ante la perspectiva de un retorno de los talibanes. Pero las noticias que llegan del sur son algo distintas.
"Obligados a elegir entre lo malo (los talibanes) y lo peor (un Gobierno ausente que no gobierna, cuya polic¨ªa est¨¢ mal entrenada y plagada de corrupci¨®n), al menos con los talibanes las reglas est¨¢n claras frente a la inseguridad", coinciden en se?alar varios observadores. Afganos y extranjeros repiten una y otra vez que el Gobierno de Hamid Karzai ha perdido el respeto de su gente por su incapacidad para ofrecer servicios b¨¢sicos e imponer el Estado de derecho. La corrupci¨®n y la impunidad campan por sus respetos.
La comunidad internacional tampoco est¨¢ libre de culpa. Su ayuda al desarrollo ha adolecido de descoordinaci¨®n y despilfarro, a pesar de sus numerosas reuniones y los millones comprometidos. Y sus 60.000 soldados, repartidos entre la lucha contra el terrorismo (Operaci¨®n Duradera, liderada por Estados Unidos) y la ISAF (liderada por la OTAN), han sido incapaces de proveer la estabilidad que los afganos esperaban.
En el cuartel general de la ISAF, el general Branco muestra un mapa, con el t¨ªtulo The threat (La amenaza), en el que Afganist¨¢n aparece atravesado por una l¨ªnea roja que dibuja una V en su parte central. Al sur, una etiqueta con la palabra "talib¨¢n"; al norte, otra reza "criminales y traficantes de influencias locales / regionales". "La mayor¨ªa de nuestros enfrentamientos (en el norte) son con criminales porque chocamos con sus intereses", explica Branco, que niega que la insurgencia est¨¦ avanzando. "Se concentra en algunos puntos. En 2007, el 70% de todos los incidentes se ha producido en el 10% de los distritos, y en 2008 se est¨¢ reforzando esa tendencia".
No es lo que piensan las agencias humanitarias y las ONG. Esas organizaciones miden el deterioro de la seguridad por las zonas a las que dejan de tener acceso. Y cada vez hay m¨¢s ¨¢reas en las que las operaciones entre las fuerzas extranjeras y gubernamentales contra los elementos antigobierno les impiden llevar a cabo su trabajo. De acuerdo con un informe de Unicef, en 2007, entre un 40% y un 50% de los distritos afganos estuvieron inaccesibles para los equipos de Naciones Unidas durante amplios periodos de tiempo debido a la inseguridad y a las restricciones de movimientos impuestas por los combates. Las provincias del sur y algunas del este y del sureste fueron las m¨¢s afectadas.
Del mismo modo, los afganos sienten que los "enemigos de la paz y la estabilidad", como los ha bautizado su Gobierno, avanzan. No es s¨®lo por las noticias de los atentados, sino por la impresi¨®n de que cada d¨ªa se mueven con mayor libertad. ?C¨®mo, si no, ha podido filmarles recientemente la BBC en la provincia de Wardak, colindante con la de Kabul?
"Han adoptado una estrategia similar a la de la guerra civil y que luego sigui¨® el movimiento talib¨¢n", admite un observador europeo. Se tratar¨ªa de controlar un primer arco al sur de Kabul, desde la provincia de Nangarhar hasta la de Herat, a base de ganarse a las comunidades rurales, que no s¨®lo son muy conservadoras, sino fuertemente endog¨¢micas y fundamentalistas. Luego, como en 1998 hicieron los talibanes, pasar¨ªan a Baghdis y Faryab, en el norte. Mientras, de forma paralela, intentan estrechar el c¨ªrculo alrededor de Kabul.
En el camino se benefician del cultivo de droga, dando protecci¨®n a las mafias de narcotraficantes y cobr¨¢ndoles un impuesto que puede alcanzar hasta el 40% de los beneficios. Tampoco hay que desestimar la ayuda ocasional que pueden encontrar en antiguos muyahidin, milicianos que lucharon contra los sovi¨¦ticos y se han sentido marginados del proceso de toma de decisiones en el nuevo orden pol¨ªtico, o en tribus que han sufrido agravios a manos del Gobierno o de las fuerzas internacionales.
El panorama resulta cuando menos preocupante. Por algo los militares est¨¢n pidiendo m¨¢s fuerzas. Se?alan que los recursos humanos destinados a Afganist¨¢n son, proporcionalmente al territorio, una m¨ªnima fracci¨®n de los que se destinaron a Kosovo, el gran ¨¦xito de la ONU. "Si se hubieran enviado fuerzas al mismo nivel tendr¨ªamos que disponer de entre 800.000 y 850.000 soldados", explican para justificar la necesidad del env¨ªo de m¨¢s soldados. Pero no todo el mundo est¨¢ de acuerdo.
"No necesitamos m¨¢s tropas internacionales", afirma con convicci¨®n Noorulhaq Olumi, diputado por Kandahar, presidente del Comit¨¦ de Defensa del Parlamento y ex general del ej¨¦rcito afgano durante la dominaci¨®n sovi¨¦tica. En su opini¨®n, "es un error creer que esto se va a resolver militarmente. Las armas sirven de apoyo, pero no son el camino. Necesitamos convencer [a los insurgentes] debido a la cultura, las tradiciones tribales y el valor de la palabra dada".
Al general Olumi, como a la mayor¨ªa de los afganos, le parece incre¨ªble que despu¨¦s de seis a?os no haya un Gobierno o unas Fuerzas Armadas a la altura de las necesidades de los afganos. "?Por qu¨¦ un espa?ol debe dar su vida? Los afganos como yo nos sentimos responsables de ello", asegura molesto porque no se haya contado con la ayuda de los ex oficiales del antiguo ej¨¦rcito afgano. Quiere que se capacite al nuevo ej¨¦rcito para que, como la Brigada 201 a la que ?lvaro Ybarra acompa?¨® para hacer las fotograf¨ªas que ilustran este reportaje, sea capaz de reemplazar a los soldados extranjeros.
Mientras ese momento llega, pide "que las tropas internacionales permanezcan para dar seguridad al Gobierno y a la gente", pero se muestra convencido de que aumentar su n¨²mero s¨®lo incrementar¨ªa los problemas debido a que Pakist¨¢n e Ir¨¢n, a los que califica de "fundamentalistas", explotar¨ªan esa situaci¨®n. "El asunto central que hay que afrontar es Pakist¨¢n, al que no se ha prestado la suficiente atenci¨®n", subraya Olumi.
En esa direcci¨®n apunta tambi¨¦n la mayor¨ªa de los analistas. Al fin y al cabo, que varios pa¨ªses de la OTAN env¨ªen un batall¨®n m¨¢s (800 soldados) no influir¨ªa en la capacidad de los talibanes para cometer atentados. O al menos eso es lo que dicen los diplom¨¢ticos de pa¨ªses renuentes a enviar m¨¢s tropas, como Alemania o Espa?a. "Hay que abordar el problema en un marco regional. Sin la aquiescencia y cooperaci¨®n de Pakist¨¢n e Ir¨¢n no tenemos nada que hacer", manifiesta uno de ellos.
Del comportamiento de Ir¨¢n, todo el mundo se muestra bastante satisfecho. A pesar de una reciente denuncia estadounidense sobre la detecci¨®n de dos env¨ªos de armas desde su frontera, el teniente coronel David Accetta, portavoz de las fuerzas norteamericanas, admite que no han logrado "establecer un v¨ªnculo cre¨ªble entre el Gobierno de Teher¨¢n y esos env¨ªos". Y a?ade: "Son vecinos y est¨¢n ayudando con proyectos de asistencia y desarrollo".
Es Pakist¨¢n el que est¨¢ en el punto de mira. "Los grupos que luchan aqu¨ª tienen sus l¨ªderes y sus bases al otro lado de la frontera", declara alto y claro Alexander. Hace dos a?os, los portavoces de la ONU s¨®lo se atrev¨ªan a susurrarlo. "Los Gobiernos occidentales necesitan reconocer sin m¨¢s retraso la importancia de acabar con la amenaza en su origen", recomienda el ¨²ltimo informe del International Crisis Group, fechado en febrero. Muchos afganos, que llevan a?os acusando a sus vecinos, se sienten reivindicados. Los pastunes, cuyo linaje se prolonga de lado paquistan¨ª, no tanto.
Afganist¨¢n nunca ha reconocido la L¨ªnea Durand como frontera internacional, y Pakist¨¢n ha aprovechado esa circunstancia para agitar la sombra de un gran Pastunist¨¢n. De ah¨ª que sus servicios secretos, los todopoderosos ISI (Inter-Services Intelligence), se implicaran en la yihad contra los sovi¨¦ticos, primero, y en la creaci¨®n del movimiento talib¨¢n, despu¨¦s. Una huella de dos d¨¦cadas no desaparece de la noche a la ma?ana.
"Sin duda, lograr la cooperaci¨®n de Pakist¨¢n es uno de los elementos clave para conseguir la estabilidad, pero no el ¨²nico", matiza el representante especial de la Uni¨®n Europea, Francesc Vendrell. "Yo defiendo cinco pilares: la presi¨®n diplom¨¢tica a Pakist¨¢n (aunque en las actuales circunstancias no s¨¦ si su Gobierno puede tomar alguna medida), la acci¨®n militar, el refuerzo del Estado de derecho, las buenas pr¨¢cticas de gobierno (que incluyen luchar contra la corrupci¨®n y el narcotr¨¢fico) y la reconstrucci¨®n". Ahora bien, subraya la necesidad de que los proyectos de reconstrucci¨®n tengan un impacto inmediato y real en la vida de los afganos, al margen de los planes macroecon¨®micos.
Est¨¢ claro que los afganos necesitan notar m¨¢s los cambios, pero la comunidad internacional exhibe una lista de avances impresionante. El 83% de la poblaci¨®n tiene ahora acceso a alg¨²n tipo de atenci¨®n m¨¦dica en una de las 2.500 cl¨ªnicas abiertas por todo el pa¨ªs, frente a apenas un 8% durante el r¨¦gimen talib¨¢n. La mortalidad infantil se ha reducido en un 25%. Un total de 4,8 millones de refugiados y desplazados internos han vuelto a sus casas. Se ha triplicado el n¨²mero de escuelas y de ni?os escolarizados, que ya son cerca de seis millones, incluidos dos millones de chicas.
La inversi¨®n de 1.000 millones de d¨®lares en la construcci¨®n de carreteras y otras infraestructuras p¨²blicas ha creado una industria que antes no exist¨ªa y, en consecuencia, numerosos puestos de trabajo. La generaci¨®n de electricidad ha pasado de 430 a 754 megavatios. Se han reconstruido 440 kil¨®metros de canales que riegan 93.000 hect¨¢reas de tierras. Hay 11 universidades, 4 compa?¨ªas de telefon¨ªa m¨®vil con 3,5 millones de suscriptores, 6 cadenas de televisi¨®n y 104 emisoras de radio.
Aun as¨ª, el 70% de la poblaci¨®n vive en la m¨¢s absoluta pobreza. El 40% de los ni?os menores de tres a?os tienen un peso inferior al que debieran y el 54% de los menores de cinco est¨¢n raqu¨ªticos. El 60% de los que deber¨ªan estar en la escuela primaria no asiste a clase (unos dos millones, de los cuales 1,3 son ni?as). S¨®lo el 23% de la poblaci¨®n tiene acceso a agua potable (principalmente en las ciudades). Apenas el 12% dispone de servicios sanitarios. Y unas 100.000 personas (en su mayor¨ªa mujeres y ni?os) siguen desplazadas por los conflictos y la sequ¨ªa.
Es un proyecto a largo plazo, recuerdan todos los entrevistados. El teniente coronel Accetta pone como ejemplo los casos de Europa y Jap¨®n tras la II Guerra Mundial. "Y all¨ª se reconstruy¨® con poblaciones que estaban capacitadas, algo que aqu¨ª no existe. No estamos reconstruyendo. Partimos de cero. No hab¨ªa ni agua, ni electricidad. Es un esfuerzo herc¨²leo despu¨¦s de tres d¨¦cadas de guerra", resume. En su opini¨®n, se crearon expectativas poco realistas.
"Incluso si hubi¨¦ramos sido ¨¢ngeles, no hubi¨¦ramos podido hacer frente a la enorme tarea", concluye Alexander. "Estamos teniendo ¨¦xito, lo que no significa que se vaya a acabar pronto, pero los resultados justificar¨¢n las inversiones y los sacrificios de cada uno".
"Es una mezcla de ¨¦xitos y fracasos", se?ala por su parte Aly Mawji, "hemos hecho mucho. Se ha invertido dinero en grandes infraestructuras, como carreteras y pantanos, que dar¨¢n fruto en los pr¨®ximos a?os". No obstante, este observador cualificado estima que "hay una necesidad perentoria de redefinir qu¨¦ necesitamos para conseguir la estabilidad". Mawji sugiere "repensar la estrategia de desarrollo, trabajando provincia por provincia y construyendo sociedad civil fuerte". En su opini¨®n, "tiene que haber un cambio de prioridades".
"Los afganos no decidimos, deciden por nosotros", se queja la diputada Shukria Barakzai. "Los donantes tienen su propia agenda y no somos nosotros los que tomamos las decisiones". Para esta mujer, a la que los extremistas han amenazado de muerte, resulta imperdonable la actual falta de seguridad, la pobreza extrema de la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, el avance de las mafias del narcotr¨¢fico, que el pa¨ªs a¨²n no tenga un sistema pol¨ªtico sostenible y la corrupci¨®n. "Ha habido una ausencia total de estrategia por parte de la comunidad internacional, y en especial de Estados Unidos", repite machaconamente desde hace a?os.
"Necesitamos revisar nuestra estrategia", admite Vendrell. El veterano diplom¨¢tico no lo dice, pero hay una buena oportunidad el pr¨®ximo junio en Par¨ªs, cuando los donantes tienen previsto reunirse de nuevo. El temor de los afganos es que la fatiga de los pa¨ªses donantes lleve a la comunidad internacional a rebajar sus expectativas y a conformarse con un pa¨ªs fragmentado en el que la seguridad de cada regi¨®n vuelva a estar en manos de un cabecilla local. A los Azimy les gustar¨ªa creer que no va a ser as¨ª, que se va a conseguir una verdadera estabilidad. "Lo que queremos los afganos es seguridad y trabajo", asegura Mohamed. "Si conseguimos eso, no importa tanto qui¨¦n nos gobierne".
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