El noble arte de vender humo
Observando el apote¨®sico ritual de banderas y entusiasmos ideol¨®gicos, de multitudinarios actos de fe hacia los l¨ªderes que representan lo que piensan y sienten los ac¨®litos, sus inacabables promesas de cielo azul, prado verde y felicidad permanente para los vasallos (incluidos los d¨ªscolos y los equivocados) en el caso de que el sentido com¨²n y el fervor democr¨¢tico de la colectividad les otorgue su voto y su confianza, sus milagrosas soluciones para casi todos los problemas de la amada gente (todav¨ªa no han encontrado remedio a la muerte, pero todo llegar¨¢), el convencimiento absoluto de que ellos son los buenos y los otros son los malos, pido ayuda a la salvadora ficci¨®n.
Ante el peligro de que ese estado toxic¨®mano sea contagioso y puedas acabar gritando euforizantes consignas, creyendo que estar¨¢s menos solo si te integras en las multitudes convencidas de que hay profetas filantr¨®picos y l¨²cidos con anhelo y capacidad para cambiar el estado de las cosas y de cualquier sacrificio personal a cambio de poder servir a su pr¨®jimo desde las heroicas jefaturas del Gobierno, me refugio en los mal¨¦volos retratos que le ha dedicado el cine a la casta pol¨ªtica, empe?ados en sembrar la duda o el escepticismo sobre esos presuntos seductores que aspiran al poder, conf¨ªan en el supremo y adictivo valor de sus palabras para exaltar al personal, saben que las promesas son papel mojado una vez que se ha alcanzado el sagrado objetivo.
Lo m¨¢s penetrante y demoledor que se ha hecho nunca sobre la sabia manipulaci¨®n de la plebe que puede ejercer un pol¨ªtico como Dios y la profesi¨®n mandan, lo escribi¨® hace siglos un tal Shakespeare y lo adapt¨® magistralmente al cine Joseph L. Mankiewicz en Julio C¨¦sar. Nadie ha contado mejor que este mago del lenguaje la metodolog¨ªa de un animal pol¨ªtico para destruir a su rival, la magistral y venenosa demagogia para hacer cambiar de opini¨®n y poner de tu parte a los que 10 minutos antes estaban convencidos de todo lo contrario y pretend¨ªan devorarte, el arte de vender el humo mediante la grandilocuencia, el maquiavelismo y el efecto esc¨¦nico.
Ese manipulador genial se llama Marco Antonio. Bruto acaba de justificar con brillantez y emotividad ante la desconcertada plebe las razones para haber asesinado al tirano C¨¦sar. Marco Antonio, que comienza su discurso proclamando astutamente la honradez de Bruto, manejar¨¢ sabiamente los resortes emocionales de la masa, su sensibler¨ªa y su codicia, la volubilidad de sus convicciones, su hipnosis ante los t¨®picos bien maquillados y las mentirosas grandes verdades, para que ¨¦sta se ponga de su parte, llore la ejecuci¨®n del padre de la patria y ruja exigiendo el castigo y la destrucci¨®n de los verdugos.
Marlon Brando, como en la desgarrada conversaci¨®n con su hermano en La ley del silencio o en el atormentado mon¨®logo ante el cad¨¢ver de su mujer en El ¨²ltimo tango en Par¨ªs, demuestra en el electrizante discurso de Julio C¨¦sar que es un actor aut¨¦nticamente grande, tan superdotado para el intimismo como para la representaci¨®n p¨²blica. Su antol¨®gico recital sobre los mecanismos y la impostura del discurso pol¨ªtico deber¨ªa servir de modelo a todos los populistas que se dedican al goloso negocio de la cosa p¨²blica.
Si Julio C¨¦sar no logra curarme del todo sobre la tentaci¨®n de votar, suelo a?adir la tambi¨¦n feroz El pol¨ªtico, que dirigi¨® Robert Rossen, an¨¢lisis estremecedor de algo tan incontestable a trav¨¦s de la historia de la humanidad como la inseparabilidad de poder y corrupci¨®n. Y si contin¨²o con dudas recurro a la sabidur¨ªa de Paul Val¨¦ry: "La pol¨ªtica es el arte de evitar que la gente se preocupe de lo que verdaderamente le ata?e".
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