Cultureta sin c¨¢scara y con Castellet
La ca¨ªda vertical en el vicio fue una muy sensata recomendaci¨®n de M¨¢rio Cesariny en un verso memorable que algunos amigos repetimos a menudo, al menos mentalmente y aunque yo lo recuerde mal. Pero es lo que m¨¢s se parece a caerse sin querer en la malla tupida y caprichosa de seis meses de un a?o registrados jugosamente, reflexivamente, brillantemente, por ese orden, porque es el que impone la escritura de un diario con voluntad de experimentaci¨®n pr¨¢ctica del g¨¦nero. En 1973 Josep Maria Castellet era director literario de Edicions 62 tentado por Seix Barral, escritor y lector ansioso de horas libres para redactar el primer libro de valor sobre Josep Pla (que esperar¨ªa hasta 1978) y hombre enlace de grupos y minigrupos catalanes, espa?oles e hispanoamericanos. Era tambi¨¦n protagonista de lo que ¨¦l llama la c¨¢scara de la cultureta, rehaciendo el dicho sarc¨¢stico de Joan de Sagarra, pero casi casi nos sobran treinta y tantos a?os despu¨¦s las bromas del uno y del otro, tan fundamentalmente higi¨¦nicas entonces.
Cuesta creer que a Castellet se le extraviase su Dietari de 1973 (Edicions 62), pero es lo que cuenta. El resultado editado hoy es una perforaci¨®n en el pozo del tiempo que se abre en el espacio en m¨²ltiples brazos subterr¨¢neos, hoy ya casi olvidados, y que sin embargo contienen tantos ¨¢ngulos de nuestro retrato cultural y pol¨ªtico de ahora mismo que se convierte en un desenfreno... Por mucho que en su vida de esos meses no pasara nada: se aburre en la editorial, le falta el tiempo y le sobran las cenas, las presentaciones, los encuentros in¨²tiles con pol¨ªticos e intelectuales a veces in¨²tiles; todo se sume en una vacuidad infinita y lo invade todo el tedio de lo inmediato y previsto, lo actual y siempre nimio. Pero detr¨¢s de cada ¨ªtem de esa atropellada frase est¨¢ el nombre y el fondo de una veta de la mejor democracia de hoy, como si los meses que van de febrero a julio de 1973 pudiesen contener figuradamente un desplegable que necesita las manos y las horas que lo expongan abiertamente. Para el lector de hoy que haya olvidado qu¨¦ pasaba cuando Franco a¨²n estaba en su reino del infierno, la experiencia es parecida a una vertiginosa ca¨ªda en el vicio hedonista de la sorpresa y la gratitud por un tiempo que no fue in¨²til sino fundacional: perder el tiempo construyendo Edicions 62 o ayudando a Carlos Barral a salir de Barral Editores, conversar con el grupo de Revista de Occidente (Aranguren, La¨ªn, Ridruejo, Mar¨ªas) para entender un poco mejor la estructura real de la Pen¨ªnsula, procurar con j¨®venes editores como Herralde o Beatriz de Moura la distribuci¨®n de libros de todos ellos o encargar esta o aquella monograf¨ªa de arte rom¨¢nico mientras se escucha la nerviosa confidencia de Pere Gimferrer o la solvencia hiperactiva de Oriol Bohigas.
Claro que no queda tiempo para todo, y no podr¨¢ escribir con Aranguren y Jes¨²s Aguirre una ?tica de la infidelidad que sepa explicar por qu¨¦ el sentimentalismo atado al pasado es una lepra que anula el futuro o por qu¨¦ el sentimentalismo de nuevo es uno de los chantajes m¨¢s abyectos del capitalismo desarrollado. Franco est¨¢ vivo a¨²n, "tothom est¨¤ desconcertat, impacient i pessimista", nadie ha hecho nada de inter¨¦s y a sus cuarenta y pico experimentan la "insatisfacci¨® fonamental de les nostres vides". Pero es para felicidad de las nuestras. -
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