As¨ª es la vida
La otra cara de Isabella's Room, el anterior montaje de Jan Lauwers y su Needcompany que pudimos ver en el mismo escenario en 2005, o su lado oscuro y reflexivo: The lobster shop es la segunda parte de una trilog¨ªa que se completar¨¢ con The deer house. Si en el primero Lauwers y los suyos repasaban festivamente la historia del siglo XX a partir de los recuerdos del padre de Lauwers presentes en escena, y a trav¨¦s de la figura de Isabella Morandi, el que nos ocupa -y c¨®mo, porque llega hasta el alma- nos sit¨²a de lleno en el XXI: superados los tiempos del sexo, las drogas y el rock & roll, ya s¨®lo queda la violencia para paliar el aburrimiento, el gran mal de nuestros d¨ªas. ?sta viene a ser la tesis de The lobster shop o, al menos, una de las muchas ideas que Lauwers lanza al p¨²blico para que ¨¦ste lo digiera como pueda; eso s¨ª, asistido por la belleza de las im¨¢genes, por el humor de los textos, por el atractivo de los int¨¦rpretes.
THE LOBSTER SHOP
Creaci¨®n y direcci¨®n Jan Lauwers-Needcompany. Int¨¦rpretes: Hans Peter Dahl, Grace Ellen Barkey, Tijen Lawton, Anneke Bonnema, Beno?t Gob, Inge Van Bruystegem, Julien Faure, Maarten Seghers. Vestuario: Lot Lemm. Teatre Lliure. Barcelona, 6 de marzo.
Axel y Theresa pierden a su hijo Jeff. ?l se refugia en su psiquiatra y en una meticulosa rutina diaria que un d¨ªa se ve alterada por la salsa de la langosta (lobster) que un camarero vierte accidentalmente sobre su elegante traje blanco y todo se le viene abajo. Con este punto de partida, Lauwers construye una narraci¨®n delirante y turbadora que nos llega a retazos y en la que los recuerdos y los anhelos se confunden y se solapan. La exaltaci¨®n y la Playstation 2 (el montaje es de 2006) parecen ganar la partida a la tristeza al inicio del espect¨¢culo pero, poco a poco, ¨¦sta acaba imponi¨¦ndose ante la futilidad de todo intento por sobreponerse al dolor, como es la creaci¨®n de un clon (Axel es genetista) con el que se pretende sustituir al hijo fallecido. El argumento puede sonar un tanto extravagante. Lo es, extravagante y fantasioso, pero no caprichoso ni gratuito porque el conjunto cobra sentido con las acciones paralelas al texto: con la danza perif¨¦rica, a veces ap¨¢tica, otras, estremecedoramente impetuosa; con las canciones habladas que suenan algo inacabadas; con las im¨¢genes proyectadas y que componen un paisaje insufriblemente deshumanizado y triste, pero tambi¨¦n bello. As¨ª es la vida y Lauwers la plasma muy bien.
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