El so?ado cuerpo de los otros
La totalidad de los especialistas en salud (ps¨ªquica o f¨ªsica) est¨¢n de acuerdo en que mejorar¨ªamos mucho en nuestras vidas si nos habl¨¢ramos m¨¢s. No deber¨¢ descuidarse, en todo caso, el perjuicio que acarrea la presencia de individuos muy pesados, pero, descontando el efecto perverso del tost¨®n, el coloquio proporciona, en general, una terapia rec¨ªproca cuyo poder salut¨ªfero no llega a igualar ning¨²n psicof¨¢rmaco por refinado que sea.
La clave de tanta eficacia radica en que a trav¨¦s de la conversaci¨®n se llega a uno u otro grado de conversi¨®n: la transformaci¨®n de un sentir clavado dolorosamente en nuestro interior hacia una emoci¨®n m¨¢s blanda y tendente hacia la disoluci¨®n. En el mutuo ejercicio del habla, cada sujeto se libera de su cerco y llega a comprender que su mal no consiste en un acoso dise?ado para da?arle especialmente, sino que forma parte de una sevicia general del pueblo, la ciudad o de todo el planeta humano. De este conocimiento que favorece la intercomunicaci¨®n, el cara a cara solitario con el dolor se transforma en un asunto de la especie humana y su tolerancia llega a ser mayor.
"Los espectadores lloran acaso en la oscuridad del cine pero se controlan en su vida visible"
?ste es, de otra parte, el principio en que la "psiquiatr¨ªa emocional" se inspira.
Esta modalidad psiqui¨¢trica, representada eminentemente por Eugenio Borgna (1930), catedr¨¢tico de la Cl¨ªnica de las Enfermedades Nerviosas en la Universidad de Mil¨¢n, acent¨²a el valor del lenguaje emotivo y enfatiza "el espacio del alma", como asunto a considerar, auscultar y atender. Freud y sus ep¨ªgonos se mostrar¨ªan quiz¨¢s de acuerdo con la concepci¨®n b¨¢sica de esta disciplina, pero tambi¨¦n una infinidad de mujeres que meriendan juntas en las cafeter¨ªas del mundo y de cuyas tertulias derivan confortamientos espirituales nunca igualados por la farmacopea o la religi¨®n.
Entre los hombres, esta ch¨¢chara o merienda lenitiva no ha existido pr¨¢cticamente nunca. La conversaci¨®n, inherente a los casinos con bicarbonato, siempre excluy¨® el habla sobre el propio yo y, radicalmente, el tr¨¢fago o manoseo de los asuntos emocionales. Demasiado ¨ªntimos para ser viriles o demasiado sentimentales para la reciedumbre de los caballeros.
S¨®lo la amistad y reducida normalmente a un solo amigo alivi¨® la contenci¨®n masculina, pero ahora incluso esa v¨ªa de evacuaci¨®n declina.
Cada vez vivimos m¨¢s, dijo Borgna en el Foro Complutense del pasado mi¨¦rcoles, en una "desertizaci¨®n sentimental". Los espectadores lloran acaso en la oscuridad del cine o en la clausura de las consultas pero se controlan duramente en el transcurso de su vida visible. Siempre m¨¢s los hombres que las mujeres, pero incluso a las mujeres que trabajan en espacios de oficinas les perjudica profesionalmente traslucir sus preocupaciones y difundir problemas familiares que pudieran perjudicarles ante la direcci¨®n.
El rendimiento laboral requiere equilibrio interior, y toda perturbaci¨®n conocida o reconocida despierta recelos, anula un ascenso y pone en cuarentena el grado de productividad. Lo aconsejable, en consecuencia, es callar, aguantar, trabajar en silencio, huir de las confidencias, tragar y tragar. El efecto natural se manifiesta en los graves atascos emocionales, la colmataci¨®n de la soledad y la par¨¢lisis de las comunicaciones interpersonales.
Con el t¨ªtulo de Las emociones en psiquiatr¨ªa publicar¨¢ la Complutense un texto de Borgna referido a este problema, pero, entretanto, en Italia ha aparecido un pu?ado de libros del mismo autor, en uno de los cuales, titulado Somos un coloquio, se iguala expl¨ªcitamente la fuente del ser a la positiva humedad del habla.
O bien, expresado a la inversa, la actual "desertizaci¨®n sentimental" se corresponde con la falta de un mutuo e indispensable riego melanc¨®lico. "Estamos devorados por la indiferencia que caracteriza nuestro modo de vida cuando estamos en el trabajo e incluso cuando estamos en casa", dice Borgna. Hablamos poco o casi nada de nuestros sentimientos, manifestamos exiguamente las emociones y, al fin, la angustia personal con sus paralelas sensaciones de n¨¢usea cr¨®nica no viene a ser sino un s¨ªntoma del reprimido deseo por volcar nuestro interior sobre el so?ado cuerpo de los otros.
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