Y la noria gira
Y el tiempo pasa, y las convocatorias a las urnas se suceden sin mayor sobresalto. De las generaciones coet¨¢neas que contaba Ortega, s¨®lo la de supervivientes puede recordar los tiempos en que no exist¨ªa la posibilidad de votar, a no ser que se sucumbiera al encanto de la democracia org¨¢nica y se tuviera el humor de votar por el tercio familiar, guinda de nuestro Estado cat¨®lico, social y representativo. Las elecciones libres se han sucedido y ya es posible contar su historia, sin necesidad de caer en los relatos del abuelito, de cuando, ?te acuerdas?, no ¨ªbamos a votar.
?Qu¨¦ historia? Pues, sin duda, estas elecciones son un paso m¨¢s en la direcci¨®n emprendida en 1993, cuando por vez primera el Partido Popular se convirti¨® en alternativa de gobierno gracias, en parte, a la lamentable situaci¨®n por la que atravesaba el PSOE y, en parte, a la ingeniosa operaci¨®n de construcci¨®n de una identidad de centro reformista a la que hab¨ªa procedido astutamente el aspirante del PP. Entonces se hizo del todo evidente que las elecciones generales eran, en verdad, elecciones presidenciales. No porque en las anteriores no se hubiera alcanzado tambi¨¦n un alto grado de personalizaci¨®n, sino porque por vez primera las encuestas daban un empate t¨¦cnico y todo se jug¨® entre dos candidatos con muy parecidas posibilidades de ganar, como es norma en las rep¨²blicas presidencialistas.
No s¨®lo eso, la presencia de Gonz¨¢lez y Aznar en la actual campa?a ha contribuido a recordar la pauta de aquellas elecciones del 93, vividas con similar encono y con doble comparecencia ante las c¨¢maras de televisi¨®n, formidable instrumento para reducir el debate pol¨ªtico al enfrentamiento entre dos personajes. Fueron las primeras y, hasta esta convocatoria, las ¨²nicas en que dos candidatos discutieron cara a cara ante unas audiencias que desmienten por su volumen el supuesto desinter¨¦s de la ciudadan¨ªa por la pol¨ªtica. M¨¢s a¨²n, si no con la misma claridad que en aquel encuentro, tambi¨¦n ha ocurrido ahora que la segunda ronda, a diferencia de la primera, ha producido cierta euforia en el presidente en ejercicio -el incumbent, en la jerga americana-, con la correlativa frustraci¨®n del aspirante.
No acaban ah¨ª las continuidades. Con una reiteraci¨®n que se ha convertido ya en previsible rutina, cuando los datos de las encuestas dejan flotar cierta incertidumbre en el aire, los socialistas sienten la irresistible pulsi¨®n de tratar a sus electores como ni?os a los que hay que atemorizar de vez en cuando con una historia de miedo: que vuelven ellos, los herederos de Franco. Lo ensayaron en el 93 y lo repiten ahora mientras los populares, por su parte, como ya hiciera Aznar en aquella ocasi¨®n, acusan al PSOE de romper un pacto de la transici¨®n que habr¨ªa consistido en "no remover el pasado". Nada nuevo por ese lado, aunque, por m¨¢s que cueste creerlo, Rajoy haya roto el primer gui¨®n escrito por Aznar y, en lugar de identificarse como centro capaz de englobar a la derecha, ha puesto todo su empe?o en presentarse como derecha que expulsa lo que ten¨ªa de centro.
Quiz¨¢ una de las razones de este rumbo incomprensible radique en el papel, fuera de toda medida y raz¨®n, desempe?ado en esta convocatoria por los jerarcas cat¨®licos, seculares tutores de la "derecha espa?ola cl¨¢sica", de la que Aznar renegaba en el 93. Madrugaron con la masiva canonizaci¨®n de asesinados durante la Guerra Civil; calentaron motores en la concentraci¨®n por la familia; mantuvieron alta la tensi¨®n con un comunicado al que s¨®lo faltaba el nombre del partido por el que deb¨ªan los cat¨®licos votar; y en fin, se han dado buena ma?a para elegir presidente de la Conferencia Episcopal la misma semana en que se elige presidente del Gobierno. Lo de menos es que haya ganado, con el diplom¨¢tico empujoncito vaticano, el l¨ªder de la facci¨®n reaccionaria; lo de m¨¢s es toda esta concatenaci¨®n de hechos, nunca vista en la historia electoral.
Todo lo cual ha contribuido a elevar el nivel del enfrentamiento ideol¨®gico bipolar iniciado en 1993 a costa de dejar fuera del debate cuestiones sustanciales como la rampante crisis del Poder Judicial, del Tribunal Constitucional y de la Administraci¨®n de Justicia; la estructura territorial del Estado, la pendiente reforma constitucional y la err¨¢tica conducci¨®n de la pol¨ªtica exterior. Y en fin, aunque no lo menos importante, la misma ley electoral, que est¨¢ pidiendo a gritos una reforma que acabe con la escandalosa prima a los distritos menos poblados y evite los efectos perversos del actual sistema de asignaci¨®n de esca?os. -
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