Apostas¨ªa, ya
Unas vacaciones romanas, no tan largas como habr¨ªa deseado, pero s¨ª muy intensas, bastaron para aportarme no pocas pruebas de la furibunda vitalidad de que goza en estos momentos el integrismo cat¨®lico / totalitario (lo s¨¦: es una redundancia, pero me gusta; nunca est¨¢ de mal redundarlos). Los espa?oles que menean sus faldas o sus alzacuellos por el Vaticano exultan y levitan cuando hablan de su lucha contra el exterminio de la fe que, aparentemente, se produce en nuestro pa¨ªs. No se cortan un pelo, de paso, sean jesuitas o del Opus Dei, a la hora de indagar -simp¨¢ticamente, en plan colegas- sobre las aficiones ¨ªntimas de sus compatriotas, cuando hablan con ellos. Dan por sentado que les pertenecemos.
"Se abanican con la creencia de que todos los espa?oles somos cat¨®licos"
Son como mi taxista romano, quien despu¨¦s de conducirme a la tercera iglesia del d¨ªa -atra¨ªda por sus tesoros art¨ªsticos fui; para nada por mi piedad, tan de este mundo-, ronrone¨®: "Claro, usted tambi¨¦n es cat¨®lica". Y no par¨® de ense?arme templos, contuvieran o no caravaggios. Algunos, llenos de estatuas papales y de bustos de ce?udas benefactoras con su acreditada virtud hecha l¨¢pida, eran m¨¢s bien espeluznantes. Pero c¨®mo me gust¨® la peque?a bas¨ªlica de San Clemente. Tres en una: pagana en el subsuelo, cristiana de los primeros d¨ªas -cuando muchos de los fieles eran fan¨¢ticos que ansiaban inmolarse- en el plano medio y, por fin, rabiosamente triunfante, la cruz de Constantino en la iglesia que hoy se dedica al culto: poder absoluto.
Pone la carne de gallina que ese poder vuelva a ejercerse con la aplastante contundencia que evidencian los monumentos elevados a mayor gloria de la Iglesia. Aunque qui¨¦n nos diera un papa Julio, culto y disoluto, antes que estos hip¨®critas de ahora.
Por las calles de Roma pasan autobuses especializados en turismo cristiano; en numerosas fachadas asoma su ratonil sonrisa el actual Pont¨ªfice -se?or de los puentes: para cortarlos-; se convocan actos contra la interrupci¨®n voluntaria del embarazo, que a sus monse?or¨ªas les parece "el nuevo holocausto"; los curas participan en debates sobre la crisis del f¨²tbol italiano? Roma, la vieja cantinera, repta como puede por entre tanta hierba oscura y venenosa. Estalla Roma, como siempre, en descarada, abrumadora belleza: un pecado de la carne, m¨¢s que un misticismo.
Pero, en su Vaticano, su santa curia sigue fastidiando con la canci¨®n del verano de los peores a?os: haces bien en tener una familia, hija m¨ªa -vinieron a decirle a una amiga-, porque por mucha modernez y mucha depravaci¨®n que vivamos, los hombres siempre preferir¨¢n a una mujer decente.
Esa ni?a espa?ola, que dir¨ªa Rajoy. Ese ideal de todo confesor.
La inmunidad con que platican estos pastores eclesi¨¢sticos puede deberse a razones varias. Una y principal, saber que, en Espa?a, su implicaci¨®n con los pol¨ªticos ultraconservadores les ha garantizado masas en las calles, ya que no en las misas; por otra parte, que un Gobierno socialista como el de Zapatero les haya colocado como embajador de Espa?a a un salpicapilas como Francisco V¨¢zquez, tambi¨¦n ha debido de inyectarles moral¨ªtica. Luego est¨¢ el ¨¦xito de la Cope, versi¨®n radiof¨®nica del Apocalipsis que tiene mucha garra para los anunciantes de compa?¨ªas de seguridad, as¨ª como de barbacoas. Y estos buenos vivientes -perm¨ªtanme el galicismo m¨¢s que g¨¢lico, pero nada f¨¢lico- se abanican, como mi taxista, con la creencia de que todos los espa?oles somos cat¨®licos. Pastorean las ovejas suyas, pero al contar hacen trampa: incluyen a las reses que no pastan en su pradera.
-Yo apostatar¨ªa si no me lo pusieran tan dif¨ªcil.
-Hija m¨ªa, en el fondo no deseas hacerlo.
-Apueste a que s¨ª. Soy ap¨®stata in p¨¦ctore.
-Pero si te permitimos apostatar, te privamos de la posibilidad de arrepentirte al morir.
Deber¨ªamos apostatar en masa. Eso les bajar¨ªa los humos.
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